BLANCO Y NEGRO MADRID 15-12-1929 página 56

ESPECTÁCULOS separarse por no poder resistirse el uno a el otro, está magistralmente sacado de la realidad. Riñen los esposos, se tiran los trastos a la cabeza, y antes de separarse hacen la distribución de los enseres de la casa. Hasta aquí marchan de completa conformidad. Pero llega el momento de tratar cuál de ellos ha de quedarse con el gato, y entonces surge la Dorrasca conyugal, porque los dos quieren quedarse con el animalito. Ninguno cede, y determinan al fin seguir viviendo bajo el mxsmo techo, con tal de no verse privados de su adorado minino. Es decir, que el gato viene a ser el iris de paz de aquel díscolo y mal avenido matrimonio. Otro de los saínetes más completos por sus donaires, por su ordenado plan y por sus cómicas situaciones es El triunfo de las mujeres, cuyo argumento extractado es como sigue: Los hombres de un pueblo de Andalucía, cansados de los caprichos y de la tiranía de sus mujeres, acuerdan separarse de ellas, rogando ai alcalde que las destierre del lugar, como así acontece. Al principio todos se sienten felices; pero al poco tiempo se convencen de que sin ellas no les es posible la vida. Uno de los hombres se desespera porque quiere coger los puntos de unas medias y no puede enhebrar la aguja; la seda se le rompe varias veces acaba por tirar al suelo y abandonar en la calle las medias, la aguja y la seda. Otro se da de cachetes porque no puede encender el carbón para guisarse la comida, a causa de que se estropea la mecha. Hay quien aparece cargado con un lebrillo de ropa sucia para lavarla en la fuente y sepone perdido de agua las mangas de la camisa y los brazos, concluyendo por tirar toda la ropa al pilón y echando a correr maldiciendo de su suerte. Un cariñoso padre de familia viene trayendo en brazos a su hijo, que no cesa de berrear reclamando el pecho de su madre, que le corresponde por derecho propio. El padre, es claro, no puede complacerle, y el niño, hambriento y casi desmayado, termina por tragarse un botón de la chupa de su papaito, el cual huye desesperadamente, pesaroso de haber arrojado a su mujer del seno del hogar. Todos, pues, comprenden, tristemente, que les es imposible la existencia sin sus respectivas esposas, y acuden al alcalde para que se las devuelva. El alcalde las trae al pueblo; los hombres se arrodillan pidiendo perdón; ellas, compasivas, se conforman a hacer vida común con sus maridos, a condición de que las estimen y consideren y, sobre todo, que accedan sin réplica a los caprichos y exigencias que ellas les formulen, por raros y costosos que sean. Ellos, compungidos, se avienen, y aquí termina alegremente esta saladísima obrita. El soldado fanfarrón, La casa de vecindad, El- payo de la carta, Los palos deseados. La inocente Dorotea, El aprendiz de torero. El fin del pavo, Los zapatos, Felisa, la Chiclanera, y casi todos los que produjo su privilegiado cerebro pueden competir con los del sainetero madrileño D. Ramón de la Cruz. Es, pues, injusto, lo repetimos, el olvido en que a Castillo se tiene. Además de sainetero, fué un hombre honrado, instruido, trabajador y religioso. Aprendió, sin el auxilio de nadie, la gramática castellana, la latina, la francesa y las matemáticas, sin librarse por esto de la crítica acerba y despiadada de algunos por haber sacado al teatro gentes de mal vivir y gallinas -así decían- -con apariencia de valientes, en cuyos labios sólo se oían palabras poco cultas y en cuyos hechos no se veían más que cínicos desórdenes y escandalosos vicios. El cultísimo ptiblico gaditano, no pensando de la misma manera que los críticos, acudía al teatro, en número crecido, a solazarse con los saínetes de Castillo, que honró con su talento la literatura dramática española. Tomás T. uceño. (ILUSTRACIONES DE BHAÑEZ)