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BLANCO Y NEGRO MADRID 08-12-1929 página 98
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BLANCO Y NEGRO MADRID 08-12-1929 página 98

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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E L HOMBRE QUE CAPTABA EL GULF- STREAM -No corre peligro alguno, yo se lo garantizo. Está anestesiada, insensible, nada más... ¡Este granuja, a quien yo llamaba imbécilmente mi Señor no debía de estar muy confiado en la obediencia de su prometida de usted cuando ha recurrido a ese medio de tenerla segura. Es una canallada más de las infinitas que ha cometido... ¡Mire usted: ya está mejor con estas inhalaciones de éter! Van contrayéndose las pupilas, que estaban dilatadas. Llega de la puerta una exclamación alarmante -i Mi capitán! ¡Empieza el asalto! Resuenan unos golpes muy violentos dados en la puerta con armas o instrumentos de metal. Bouillet se reúne con su compañero, arrastrando una especie de baúl, con el cual refuerza la barricada y entre los dos hombres añaden dos pesados armarios... Don Agustín forcejea entre sus ataduras, y en sus ojos brilla u a fulgor satánico; pero Roberto se inclina hacia él para decirle -Es inútil, caballero; si consiguieran atravesar la puerta sus amigos de usted, yo le haría tragarse la hoja de mi puñal hasta la empuñadura... De modo que... Aumenta el estrépito al otro lado de la puerta. Indudablemente, los mejicanos han cobrado ánimos y quieren libertar a su Señor pero la puerta resiste, con todo el espesor de sus hojas de madera durísima, con planchas de bronce y sujetas a la pared rocosa. Así y todo, para mayor seguridad, los dos marineros piden auxilio. Una exclamación de alegría les contesta desde el submarino, y aparece Jouber por la a, bertura de la torrecilla. -Está preparado... ¡Todos aquí! Sin decir palabra, entre Miranda y Santiago llevan a Juanita. Les sigue Girol, refunfuñando; Peroz y Madec, antes de irse, añaden a la barricada un cajón enorme y recogen al paso a Fonseca, como recogerían a un fardo, ayudados por el burlón Roberto. ¡Caramba, caramba! ¡Pero si es un yacht lo que tiene aquí este caballero! Juanita ha quedado acostada en una litera. A don Agustín le han arrojado, sin miramiento algimo, a un rincón; por una puerta abierta se ve a Madec, en las máquinas, diciendo a sus compañeros; -Ahora estoy en lo mío manejando un submarino. Este es una alhaja, no lo dudéis. Jouber se ha quedado fuera para vigilar las últimas maniobras. Acostumbrado a aquellas operaciones, prepara la salida; cierra la puerta hermética que da a las habitaciones y abre el compartimiento estanco que sirve de salida. Le basta con levantar unas manivelas, bajar otras, dar vueltas hasta lo último a dos ruedas niqueladas, y en seguida se oye un silbido: es el aire, al salir, impulsado por el agua que entra. El oficial se sonríe, embarca rápidamente en el submarino, se introduce por la escotilla de la torre hasta medio cuerpo y escucha atentamente. Cuando el agua sube ya a más de un metro en el compartimiento estanco, llega hasta él un rumor; gritos ahogados, alaridos salvajes, estruendo de fractura... Sigue sonriéndose. La horda asaltante empieza a violentar la puerta atrincherada... ¡Ya era tiempo de abandonar las habitaciones particulares del Señor Lo que no pueden hacer los mejicanos es abrir la compuerta del sitio donde está el submarino; lo impide el agua... Aumenta la sonrisa de Jouber, el cual se introduce en la embarcación y cierra tras sí el casco de acero, sujetando fuertemente las tuercas... Transcurren unos minutos. Al través de los cristales ve Jouber cómo sube el agua, que rodea el casco, cubre la torre y llega por fin al techo. El dique está lleno. Automáticamente se abre la puerta de salida al mar que se encaja en la pared, y ante el submarino aparece la libre profundidad de las aguas del Océano. El oficial se inclina y pregunta: Listo, Madec? -Listo, mi capitán. ¡Avante, poco a poco! ¡Cuarenta amperios! Asciende, en el acto, de las entrañas del barquito un runrún; se nota un estremecimiento que conmueve el casco, haciéndole vibrar. Luego se oye el ruido seco de un embrague, y el submarino se pone en movimiento, se equilibra sobre sus ruedas, y traqueteando, como un automóvil cuando se pone en marcha, avanza despacio sobre el suelo del mar... Jouber ha tomado el timón, instalándose en el puesto de mando, desde el cual ve al mismo tiempo el panorama exterior al través de los cristales, y el interior del buque mirando hacia abajo. Lo exterior se le presenta como una llanura bastante uniforme, a la luz del foco de! proyector que existe junto al periscopio, que permitirá ver la sunerficie del mar cuando llegue el momento de ascender. En aquella llanura, poblada de bosquecillos de algas, ve el oficial unas huellas divergentes, que se apartan poco a poco unas de otras. Son los rastros de las anteriores salidas del submarino que servía de yacht al Señor Encamina Jouber el barco por una de las huellas, después de convencerse por medio de la brújula giroscópica de que aqudla senda conduce hacia la Martinica y las Antillas francesas, adonde se proponen ir los fug ítivos. -Madec, ¡ochenta amperios! En aquel momento se posa en el hombro del oficial una mano, y una voz le dice al oído: ¿Qué tal V, esto? -Admirablemente, q u e r i d o Santiago- -contesta el interpelado, sin volver la cabeza y torciendo ligeramente el rumbo de la embarcación, cuva velocidad aumenta.

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