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BLANCO Y NEGRO MADRID 01-12-1929 página 96
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BLANCO Y NEGRO MADRID 01-12-1929 página 96

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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EL HOMBRE QUE CAPTABA EL GULF- SIITÍEAM Hase una hora que ambos amigos, de santa obra! ¡Los dioses, los justicieros dioses del antiguo Méjico te esperan! Ve a acuerdo, desgastan las cuerdas que los suposar en sus labios de piedra los corazones jetan, frotándolas contra la arista viva que palpitantes que están dando sus postreros forman los dedos de los pies del ídolo al cual han sido consagrados. latidos en esos malditos pechos... ¡Pues, entonces, andando! -añade el III pintor- ¿Has dado con el pestillo? -Sí, y corre muy bien, lo cual prueba Cuatro altares elevados sobre diez esca- que lo usan a menudo. Ten cuidado con lones forman semicírculo y muestran cada aquellos centinelas. Avancemos de modo que uno una mesa de obsidiana de tres metros parezca que no nos movemos. de largo y dos de ancho, sobre la enal hay Y, efectivamente, sin moverse, el marino sendos ídolos de seis metros de altura ado- se dedica a una faena misteriosa, deslizansados a la pared. do una mano entre los pies dé la estatua. Son cuatro monstruos que, con las formas Se oye el ruido de un resorte, un roce más horribles y caras de extraordinaria bes- suave, y el ma, rino dice: tialidad, representan a los cuatro dioses prin- -Voy a entrar yo primero, a tientas. cipales del antiguo Méjico: los que dispoEmpieza a reptar muy despacio, en tanto nían de la Guerra, del Agua, del Aire y de que el pintor observa a los centinelas, inla Tierra. Estatuas de torsos robustos, de móviles a unos cien metros de distancia, y miembros cortos, de manos grandes, de ca- a los úkimos sacerdotes que quedan trabaras feroces pintadas con colores chillones y jando en el hemiciclo. labios morrudos que dejan al descubierto En cuanto los echaron sobre el altar, amafilados dientes. se En el centro del semicírculo hay unas me- bos amigos de pusieron de acuerdo, sin más idea que la procurar su libertad. Cuando sas de piedra verde. trataban de romper sus ligaduras, desgasExtrañas luces repartidas a propósito tándolas contra la piedra, notaron los dos, alumbran con fulgor débil a aquellos ídolos, al tacto, que había una especie de puerta dejándolos en una oenumbra que impresiona. entre las piernas del ídolo, puerta que, al Frente a los cuatro altares, a los cuatro parecer, se abría mediante un pestillo oculdioses y a la mesa de piedra verde álzanse, to en uno de los adornos de la piedra. Suuno junto a otro, dos tronos iguales sobre poniendo que aquella puerta servía para un estrado adornado con alfombras multi- pasar al otro lado de la estatua, decidieron colores. abrirla, entrar, deslizándose, al amparo del Por la extensa sala de aquel templo van monstruo, e intentar la liberación de sus y vienen varios criados y sacerdotes subal- compañeros... ternos, ocupados en los últimos preparaEn cuanto se vio libre, y después de tivos. Custodian las puertas guardias inmóunos instantes, para dejar que sus entumeviles. Al pie de cada ídolo, sobre la mesa de cidos miembros recobrasen su flexibilidad. obsidiana que le sirve de soporte, yacen Jouber avanzó, arrastrándose por la exca unas formas humanas: Madec, solo, en la vacien, y tuvo que contener un grito dt primera; Bouillet y Feroz, juntos, en la se- sorpresa al encontrar a sus pies unos esgunda; Jouber y Santiago, apoyados en la calones... una escalera... Había allí un huetercera, y Girol, solo, en la cuarta. En la co muy grande, una especie de paso secreto... ¿Adonde iría a dar? Era necesario mesa verde central está Roberto. saberlo. En pocas palabras entera el maLas víctimas esperan a sus verdugos. AI pronto, los marineros, furiosos, lucha- rino al pintor, que con su blusa y la de ron, protestaron, forcejearon. Unos cuan- su amigo hace dos muñecos burdos, cuyo tos palos dados con el asta de las lanzas, confuso contorno y blanca silueta puedan y el convencimiento de la absoluta inefica- pasar por las suyas en la penumbra y sobre cia de su resistencia, los redujeron al si- el altar: a pocos pasos de distancia será lencio y a la inmovilidad, bajo los dolo- la ilusión suficiente, mientras no haya más rosos efectos de las cuerdas, que se les luz en el templo. Viendo que Jouber ha desaparecido por clavaban en la carne. aQuel extraño camino, entra Santiago tamPasan las horas. Uno de los verdugos ha acudido dos ve- bién ces a comprobar la firmeza de las ligaduras, ¡Qué hondo es esto! después de lo cual se marchó tranquilo. ¡Cierra la puerta! -dice la voz del teReina el silencio en el inmenso salón. niente de navio, que, al parecer, viene de Santiago levanta la cabeza, se convence muy abaj o. de que no le mira nadie, estira brazos y Obedece Santiago y luego se sorprende, piernas para devolverles su elasticidad y pues acaba de encenderse una luz y se ense arrastra hasta llegar al lado de Jouber, cuentra él en una escalera de piedra que cona quien dice en voz baja: duce a una sala subterránea, en el centro de la cual le espera Jouber, sonriente, a la- -Yo ya estoy... ¿Y tú? -Yo también- -contesta el oficial eñ el luz de una lámpara eléctrica. mismo tono, imitando la maniobra. ¿Qué es esto?

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