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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-11-1929 página 97
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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-11-1929 página 97

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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EL HOMBRE QUE CAPTABA EL GULF- STREAM El hombre que captaba el Qulf- Stream NOVELA, ORIGINAL DE GEORGES TOUDOUZE Traducida por José Campo Moreno Ilustraciones de Narciso Méndez (Continuación. Bringa. o te canses, hombre. Puesto que no puedes decirme lo que te pregunto, sería yo muy necio si te llevara conmigo, como un estorbo... ¡Ah! ¿Que te has equivocado? ¿Que sabes cuál es su habitación y por donde se va? C o n huraña energía contesta una tras otra la cabeza de Cohuatl a todas las preguntas con reiteradas afirmaciones. Jouber sigue: ¡Así me gusta... Ahora vas a llevarnos a ver a don Agustín... A todos, sí. a todos. ¿No es hora de audiencia? i Peor para él! Yo no tengo que buscar una hora que le agrade, sino la que me convenga a mí... Y óyeme bien: Vas a caminar entre mi marinero Peroz, que es el que está aquí, a tu derecha, y mi otro marinero, Madec, que va a tu izquierda... Para tributarte los honores correspondientes a tu dignidad de gran sacerdote, llevarán sus armas desenvainadas. Si durante el recorrido dicesuna sola palabra, sea la que sea y en el idioma que sea, te clavarán sus cuchillos: uno en el corazón y el otro en el vientre... Cuando estemos delante de tu amo podrás decir todo lo que quieras, pero hasta entonces ¡silencio, o mueres! ¿Te has enterado? ¿Sí? Bueno. Desatadle... Bueno... Madec y Peroz: ¡a vuestro sitio! Muy bien. Ahora desenvainemos los sables todos, y ¡en marcha! Para dar gracias a don Agustín de Fonseca por! a cena con que nos ha obsequiado, vamos a hacerle una visita de estómago agradecido. Y dejando a sus espaldas a los guardias muertos, internáronse audazmente en los recovecos de la Ciudad Submarina, por el pasillo de las Serpientes, yendo Jouber al frente, Cohuatl entre sus vigilantes, Juanita en medio de Roberto y Santiago y a retaguardia el marinero Bóuillet con Girol. II Con la cabeza baja, la expresión altanera y mirando de soslayo, Cohuatl anduvo al, principio arrastrando los pies y como a pesar suyo; pero cada vez que pasaba la comitiva bajo algunas de las lámparas eléctricas que pendían de la bóveda, brillaban las armas de Peroz y de- Madec, y ella obligaba a reflexionar al sacerdote. Tanto fué así, que, de pronto, levaritó la cabeza, volvió los hombros a su posición normal, caminó con más firmeza y guió más rápidamente a los prisioneros por el dédalo de corredores desiertos y callados que desembocan unos en otros, formando un laberinto inextricable. N Aquel cambio en su modo de andar despierta la desconfianza de Peroz, que refunfuña: ¡Cuidado, mi capitán! Eli prójimo se ha puesto muy alegre; debe estar preparando a l n a traición. También Jouber ha advertido el cambio de actitud, y aprueba el consejo con una seña, indicando al mismo tiempo el filo de su sable al taurnaturgo, que disimula mal una sonrisita... y, de pronto, tuerce a la derecha, metiéndose en una galería más estrecha y de bóveda más baja. Inmediatamente, los dos marineros que le vigilan le prenden por los codos, y la aguda punta de sus aceros se apoya en su pecho... A pesar del estoicismo indio, la cara de Cohuatl se contrae; ha fracasado su tentativa de huir. Entonces, como si se hubiera resignado, el sacerdote reanuda la marcha un poco taás de prisa. Todos le siguen... Un corredor, otro luego. Una rotonda, cuya bóveda, en forma de cúpula, está tan labiada, que parece de encaje, y al frente otro corredor grande, deslumbrador de puro iluminado... En aquel corredor hay unos hombres atareados y en silencio; indios vestidos con taparrabos y capas de colores llamativos, y con la cabeza adornada con diademas de plumas de colores, como las que Díaz, el historiador de Hernán Cortés, describe al hablar de los sacerdotes subalternos y los sirvientes de los templos mejicanos... De los labios de Cohuatl sale un silbido prolongado; los hombres aquellos interrump en su trabajo, se ponen de pie, se quedan inmóviles... Son en junto una docena, poco más o menos, y al ver a los blancos brillan sus ojos. Oyense unos gritos aruturales, unas exclamaciones. Alzante unos brazos de manos ganchudas... Y en un impulso de la adoración que sienten hacia su jefe, que de seguro les lleva las ofrecidas víctimas, echan a correr de frente. ¡Ya está! ¡Una emboscada! -dice Roberto. Santiago, con el sable empuñado, coge a Juanita por el talle, y Cohuatl, sonrténdose son cruel aléarría, empieza a decir una frase incomprensililé; pero se vuelve Jouber, y amenazándole con la punta de su sable le ordena: ¡Habla en español hada más, si no quieres morir ahora inismoí-

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