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BLANCO Y NEGRO MADRID 17-11-1929 página 102
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BLANCO Y NEGRO MADRID 17-11-1929 página 102

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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E L HOMBRE QUE CAPTABA EL GÜLF- ST. B. BAM precisamente lo que iba a explicar Jouber cuando la violencia del narcótico les derribó a él y a sus compañeros. -Oíd mi opinión. Es indispensable llegar hasta don Agustín, apoderarnos de él y exigir nuestra libertad... bajo pena de muerte. Prisionero él y en peligro mortal, el resto de la población, los guardias, los criados, los sacerdotes, nadie nos importará nada; ninguno se atreverá a oponernos resistencia. -Y si hubiera resistencia, yo me encargo de vencerla- -intervino Girol, mostrando el frasco que cogió de encima de su mesa- porque dispongo de esto, que es una cosa mventada por mí. A la luz de la lámpara enfocada por Roberto, el químico enseña el frasco, explicando Una sola de estas bolitas pardas basta para convertir en polvo impalpable diez toneladas de granito al más leve choque... El frasco t i e n e exactamente cuatrocientas ochenta y dos bolitas... En torno al sabio, que agita, despreocupado el terrible recipiente, inician todos el retroceso, pero Girol no lo nota y prosigue: -Ese miserable de Fonseca me ha convertido, sin que yo lo supiera, en un asesino... Usted me lo demostró, Jouber... Asesino, i bueno! lo soy y seguiré siéndolo, pero ahora, voluntariamente, sabiendo a quién mato y por qué le mato. La voz, por lo general plácida, del sabio, adquiere tono de crueldad. El teniente de navio le pregunta, impaciente: -i Qué se propone usted hacer? -Va usted a saberlo: Buscaré a don Agustín, le diré que le tengo por un infam e que me considero con derecho a juzgarle y a matarle luego como a un animal dañino... Y después de decírselo, tiraré al suelo este frasco de modo que caiga entre él y yo. ¿Y qué sucederá? -Pues que todo habrá acabado; que volará todo; él, yo, los guardias, los sacerdotes, el pueblo, la ciudad y la muralla de coral. Suprimiré de un golpe el mal que hice y al hombre que me obligó a hacerlo... Y la tierra, libertada, purificada, recobrará su vida normal. ¿Qué más quiere usted? Salir de aquí con vida, sencillamente. ¡Ah, sí! -dice el químico con la mayor ingenuidad- No había pensado en eso. Iban a volar ustedes con nosotros... Se rasca la cabeza el tío Carbono, y prosigue EI caso es que no veo manera de remediarlo. -Hay una: que nos escapemos... ¡Perfectamente! -dice Girol, haciendo tin gesto de alegría- Y yo dejaré caer el frasco cuando se hayan marchado ustedes. -No. Usted vendrá con nosotros. Nos llevaremos a don Agustín. Conservaremos intacta esta ciudad, que, desde el punto de vista científi o, es una de las más curiosas y merece ser conservada. Usted volará la mu- ralla de coral nada más y vendrá a Europa con nosotros, como testigo de cargo en el proceso que las naciones civilizadas, unidas y en salvo, instruirán contra ese monstruo. Girol baja la cabeza después de mirar a su discípulo, y dice tan ingenuamente como antes: -Hijo mío, aquí, como en el Borda, es usted el hombre de las soluciones lógicas. Confieso, con sinceridad, que no pensé en nada de eso... En aquel instante suena una exclamación en la entrada de la sala, donde Peroz, obedeciendo una indicación de su jefe, se ha puesto de centinela: -i Alerta! Del pasadizo de las Serpientes sube, aumentado por su repercusión en las paredes, ruido de pasos y de voces. Alguien llega. Y los que sean hablan y andan sin cuidado, porque están seguros del sueño de los prisioneros y de las vigilancias del centinela. -Estamos perdidos- -opina Santiago- Son nuestros asesinos. -Sólo viene media docena de ellos- -dice Peroz, reuniéndose con sus compañeros. -Pues entonces ¡a pelear! -ordena el teniente de navio. El murmullo se acerca, se precisa; Jouber da órdenes; van a lanzarse sobre los que vienen, a derribarlos, a desarmarlos, a tratar de vencerlos sin ruido. Madec y Bouillet levantan del suelo y echan a lui rincón el cuerpo del centinela muerto por el grumete, pues su cadáver denunciaría la emboscacía. Girol se esconde tras una columna con Juanita, a quien hay que apartar del tumulto. Santiago, Jouber, Roberto y los marineros vuelven a adoptar, alrededor de la mesa, las posturas de abandono de seres narcotizados. Hay que lograr el triunfo por sorpresa... Y la sorpresa es fulminante y completa. Los recién llegados son seis guardias, que rodean a Cohuatl. Cuando éste llega a la puerta se sorprende de no ver al centinela. Le llama, entra acompañado por su escolta, que nada sospecha; llegan todos junto a la mesa, y Cohuatl se echa a reír, diciendo en español; -La droga del hechicero blanco es muy buena. Aquí está esta gente, que no se despertará hasta el momento en que vayan a degollarla... Pero, ¡calla! ¿dónde está la Hija de los Dioses? Debía hallarse con los demás... i Ah! Muere la exclamación en la garganta del gran sacerdote, en torno a la cual se han cerrado los diez dedos de Santiago, que se levantó de pronto para agredirle al oír un silbido de Jouber. Al mismo tiempo uno de los guardias recibe en la cara un golpe del mazo de oro de Roberto; a otro le atraviesa el pecho el puñal que fué del centinela. Los tres marineros han derribado a otros tantos adversarios a golpes y a puñaladas. El guardia restante, estupefacto ante aquella

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