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BLANCO Y NEGRO MADRID 20-10-1929 página 101
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BLANCO Y NEGRO MADRID 20-10-1929 página 101

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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EL HOMBRE QUE CAPTABA EL GULF- STREAM El hombre que captaba el Qulf- Stream NOVELA, ORlGiNAL DE GEÓRGES TOUDOUZE Traducida por José Gampo Moreno Ilustraciones de Narciso Méndez (Continuación. Bringa. UESTO que va a venir el Señor hay que esperarle. Después verán ustedes mis riquezas. Jouber, aprovechándose de la inesperada pausa, habla así: -Oiga usted, señor Girol: en nombre de la buena a: mistad que usted rae manifestó en el Borda... -Amistad que siento hacia usted sinceramente, querido Jouber. -Y que yo le agradezco muchísimo... suplicamos a usted que nos diga dónde nos hallamos; que nos explique todas estas cosas raras que nos rodean; que nos diga quién es ese don Agustín de Fonseca, a quien usted, sabio universalmente respetado a quien los demás sabios guardan la consideración de maestro, llama, con deferencia que me deja estupefacto, el Señor -Le llamo así porque lo merece. La voz del químico se ha vuelto extraordinariamente grave. Levanta un dedo, y pregunta ¿No conoce usted a la persona a quien llaman don Agustín? -Le vi ayer por primera vez, y mi amigo Santiago, también. Sólo la señorita de Miranda le conoce de haberle visto en la Martinica, en casa de su padre, donde pasaba por plantador, armador, granjero... ¡Es un genio! Suena esta palabra de un modo tan neto, tan decisivo, que los tres náufragos se quedan asombrados. El químico se anima, le brillan los ojos, y prosigue: ¿De modo que no conocen ustedes al Señor Pues ahora van a conocerle, y le admirarán como yo le admiro, y le querrán como yo le quiero. ¡Es el cerebro mejor organizado de estos tiempos! Tampoco yo le conocía cuando fué a buscarme al retiro estudioso donde yo vivía para terminar mis días en la soledad y el recogimiento. Me habló, me dio explicaciones, me convenció, y como tuvo la bondad de asociarme a él para la realización de lo que llama la Gran Obra voy a entrar, gracias a él, y con él, en vida, en la gloria inmortal. ¿El Señor Nadie mereció en época alguna este nombre tanto como él. Al retirarme del profesorado renuncié yo a mi posición, a los honores, a todo. Ni siquiera asistía a las sesiones de la Academiaide Ciencias. Vivía en mi rincón natal de la Vendée cómo un ermitaño en su choza. Allí fué a buscafme el P Señor para traerme secretamente a este sitio, a este laboratorio, en comparación con el cual los institutos científicos más famosos de Europa, de América y de Asia sólo son cuchitriles, barracas... Vivo en la residencia del Señor con él, a su lado; lo demás no tiene importancia para mí. Ante aquella explosión de entusiasniQ, los tres supervivientes del naufragio se quédaron mirándose unos a otros. Santiago balbució -Y esa... Gran Obra... ¿qué viene a ser? El íto Carbono, con su gesto demostrativo habitual, levanta él índice y contesta, en tono de profecía: -L o más grande de cuanto han podido soñar hasta la fecha los cerebros mas poderosos, desde Moisés hasta Edison: ¡Crear de arriba abajo un sexto continente! Acoge esta exclamación un terceto de exclamaciones, y Jouber comenta: ¡Eso es el sueño de un demente! -No, señor; eS una realidad de un sabio. -Está usted sirviendo a un enfermo que se forja una ilusión. -Nada de eso. Sirvo a un sabio que enmienda a la Naturaleza. -E s a creación es imposible. -Esa creación ha comenzado ya. -i No hay pueblo que se arriesgue a semejante aventura! ¡Pero existe un hijo de los dioses para realizarla! El diálogo parece. un choque de aceros. El sabio se excita con la contradicción y. la incredulidad de su discípulo; en su rostro, afeitado, destácanse los pómulos encendidos, y los ojos relampaguean al través de los crista- Íes de aurnento de sus lentes. El oficial de Marina, nervioso ante aquellas respuestas, que agrandan el misterio en vez de desvanecerlp, se encoge de hombros, suponiendo que su profesor, famoso siempre por sus rarezas y por su valer, no es dueño ya de todas sus facultades, y toma el partido de echarse a reír. ¿Hijo de dioses Ag; ustín de Fonsecá? Ja, ja, j a! El químico se yergue dentro de la larga blusa flotante, y en tono resueltamente agresivo, contesta, No sé quién es don Agustín de Fonseca. Sólo conozco al qué llamamos el. Señor P e r o ese Señor tendrá algún nom-

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