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BLANCO Y NEGRO MADRID 08-09-1929 página 101
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BLANCO Y NEGRO MADRID 08-09-1929 página 101

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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EL HOMBRE QUE CAPTABA EL, GULP- STREAM El hombre que captaba el Qulf- Stream NOVELA, ORIGINAL DE GEORGES TOUDOUZE Traducida por José Campo Moreno Ilustraciones de Narciso Méndez (Continuación. Bringa. L buque de guerra se dobla por la mitad, da varias vueltas sobre sí mism y sale como una piedra lanzada con honda. La monstruosa ola se apodera de él, le estrella contra la goleta desmantelada, y con el mismo impulso arrastra los restos de uno y otro, confundidos entre las tinieblas de la noche, en tanto que por todos lados y en un indescriptible desorden, grandes icebergs balanceados por las aguas chocan unos contra otros, al azar, en la obscuridad, de nuevo sumida en olas de lluvia, de nieve y de niebla... IV Un dolor agudo en el pecho; una flojedad alarmante en todos los miembros, y la sensación de verse violentamente sacudido como un ratón entre los dientes dé un gato, eran las tres impresiones confundidas que volvieron a Santiago a la conciencia de la vida. Dio, iracundo, algo que él se figuraba que era un grito y que no. pasó de suspiro leve. Proyectó ambos brazos, imaginando que daba sendos puñetazos, sin excederse de un proyecto de ademán. Y oyó que decían junto a su oído: -Se queja y se mueve. ¡Está salvado! Entonces percibió su cerebr con más claridad la impresión de sacudida, al mismo tiempo que se introducía a la fuerza entre sus dientes un objeto cilindrico y se derramaba en su boca y en su garganta un líquido abrasador. -Va entrando- -dice la misma voz- Lo cual quiere decir que el pañol de los víveres está intacto. Entró aquello tan bien, que un espasmo conmovió el estómag de Aubry y le hizo abrir los ojos para ver ante sus pupilas el cielo- -un cielo gris, de niebla- -y escuchar un estrépito de resaca. Luego desapareció el cielo, eclipsado por una cara de color de ladrillo recocho, adornada con una barba espesa y coronada por una gorra que pudo ser azul tiempo atíás, pero que estaba totalmente descolorida. Aquella cara, surcada por infinitas arrugas, se iluminó con una sonrisa, y la voz volvió a sonar. ¡Esto marcha! i Ha abierto los tragaluces y me mira! ¡Animo, muchachos; seguid el masaje! Vuelven los dolores y las sacudidas; unos E puños vigorosos tiran a compás de los brazos y de los hombros del marinista, que se queja y murmura: ¿Qué sucede? ¿Dónde estoy? -En la playa de la bahía de los Muertos... y faltando poco para que fuera usted uno de ellos si no hubiéramos acudido a tiempo, caballero... ¡Eso, se lo aseguro! Ya se da cuenta Santiago. Con un esfuerzo de ríñones logra enderezarse. Sus miradas perciben en torno suyo una playa de arena húmeda, en la cual se rompen los rollos de espuma, golpeando con estrépito de tronada los acantilados que hay muy cerca, a derecha e izquierda. Sosteniéndole y riéndose al ver que vuelve a la vida, le rodean tres desconocidos que acaban de darle masaje y de ejecutar las tracciones rítmicas necesarias; tres pescadores, calzados con zuecos, en tanto que a poca distancia se retuerce la llama de una hoguera de ovas y de ramas secas. Diez pasos más allá, un hombre, con la cabeza descubierta, se vuelve y lanza un grito de alegría: ¡Santiago! ¡Gracias a Dios 1 ¡Temí que no pudieran salvarte! Era Jouber, que se sonreía con su uniforme en jirones y la frente cruzada por una huella sangrienta. ¿Y Roberto? -implora el pintor. Amplíase la sonrisa del teniente de navio, que se aparta a un lado y deja ver otro grupo de cuatro hombres, en el centro de los cuales aparece el muchacho, que acaba de recobrar los sentidos, y dice con voz no muy firme todavía: -i Presente, padrino! Aubry da un suspiro hondo y sigue preguntando ¿Y los demás? Esta vez el comandante del Ardent frunce el entrecejo, y con voz sombría y ademán que abarca el mar enfurecido, que ruge, contesta: -i Sabe Dios! Ahí, en el fondo... Todos? -Menos los que estamos aquí. Con una mano indica, a cien metros de distancia, un montón de tablas rotas, de planchas de hierro, y entre estos restos informes, una masa de hielo y unos cuerpos negros, rígidos. Santiago se estremece. -i Quiénes son? -Mi segundo de a bordo- -contesta Jouber con voz opaca- dos de mis marine-

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