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BLANCO Y NEGRO MADRID 25-08-1929 página 101
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BLANCO Y NEGRO MADRID 25-08-1929 página 101

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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KL HOMBRE QUE CAPTABA EL GULF- STREAM El hombre que captaba el Gulf- Stream NOVELA, ORIGINAL DE GEORGES TOUDOUZE Traducida por José Campo Moreno Ilustraciones de Narciso Méndez (Continuación. Bringa. RANSCURRE un cuarto de hora, durante el cual todos unen sus esfuerzos V su pericia, y sólo a popa Le Bris, con ambas manos agarrotadas sobre la rueda del timón, mantiene a la goleta en la corriente del viento, en tanto que alrededor del barco desmantelado la nieve, que cae como una avalancha, va tejiendo una cortina espesa, tras la cual desaparece por completo el horizonte... La Morgaiia camina despacio, guiándose por la brújula y a tientas. De pronto, una ola golpea de través el casco de la goleta, obligándola a hacer una guiñada. Le Bris quiere rectificar el movimiento y da una tremenda vuelta de timón... La emb- rcación obedece, se endereza otra vez y luego se inclina de estribor, toma un poco de velocidad y comienza a subir la pendiente de una ola enorme que le sale al encuentro; el barco herido se encabrita pesadamente, escala la montaña de agua, se balancea un instante en la cumbre y se desliza con pesadez por el otro lado. Entonces le detiene un choque de violencia inaudita; vibra el casco, como si fuese a partirse en dos; cruje el trozo del mástil de mesana con ruido seco, se parte a ras de la cubierta y cae al mar con su vela y todo. Ruedan por el suelo los hombres, unos sobre otros, y Francisco Le Bris, que ha caído de rodillas, sin soltar ía rueda, exclama: Un buque náufrago! ¡liemos chocado con un casco entre dos aguas! De las entrañas del yacht asciende un clamor de locura. ¡Nos hundimos! ¡Nos hundimos! Curados súbitamente de su modorra y de su mareo por el terror que les galvaniza, los pasajeros de la Mor gana, hombres y mujeres, lividos, temblorosos, desarticulados, suben a cubierta en el mismo instante en que un golpe de mar la barre. Real y Aubry quieren oponerse, impedir la imprudencia de aquellos desdichados a quienes el más leve resbalón puede enviar al otro mundo, pues el barco está abierto al mar por todos sus lados. Otro choque conmueve los restos de la goleta, que empieza a dar bandazos, y, al mismo tiempo, dominando los zumbidos del viento, los rugidos del mar y los gritos de las mujeres, resuena un clamor extraño, especie de alarido en tono bajo, que repite una nota cavernosa y termina en un ladrido seco. -A rao rao rao... uR, iih, uh... ack! T Le Bris, que se sostiene de rodillas y agarrado al timón, que ya es inútil, puesto que ha desaparecido el último mástil, dice: ¡Ahora canta! Será, sin duda, alguna fiera marina a la cual habremos pisado las patas... Inicia entonces la Morgana un movimiento de báscula, y, desde la roda, a la cual parecía adherida, despréndese una masa y se derrumba, haciendo brotar una sábana roja que se extiende sobre el agua. Al mismo tiempo óyese por segunda vez el grito extraño de antes, menos fuerte, menos claro; g r i t o d e agonía que ahogan veinte rugidos semejantes lanzados en tono de colérica ferocidad -A rao rao rao... uh, uh, uh... ack! El anciano Job Le Coz, poniéndose lívido por bajo su piel curtida, dice desesperadamente Que cada cual cuide de defender su pellejo, muehachos! ¡Ha caído sobre nosotros la peor clase de bichos que hay en el mar! Al mismo tiempo, ante las miradas de Real, de Santiago, de Roberto, de la tripulación v de los desdichados que han subido del salón, ábrese el mar por todas partes. Bajo la cortina de nieve que sigue cayendo. densa, aparecen unos bultos negros, de anirnales enormes, que, elevando sobre el oleaje sus macizos torsos, cubiertos de un pelo corto y espeso, agitando el agua con sus patas palmeadas v, sus colas anchas y planas, vuelven hacia el buque náufrago sus cabezas redondas, erizadas de bigotes tiesos, entre los cuales se abren sus fauces, armadas con agudos colmillos, y enseñan sus largas defensas de marfil, encorvadas de arriba abajo. ¡Morsas! ¡Morsas aquí! Santiago fué quien dijo esto, y el anciano Job le contestó: ¡Ya lo creo I ¡Y un buen rebaño... en el que sólo vienen adultos de los más grandes! Ya había conocido yo su maullido antes de verlas. Cuando se ha oído esa música una vez entre los hielos, no la olvida uno mientras vive... Y al ver que todos permanecían más desconcertados que temerosos a la vista de aquellas sesenta fieras enormes que avanzaban hacia- el desmantelado yacht, el ex ballenero dio la voz de mando: ¡Pronto; armaos de hachas, coged las barras del cabrestante... ¡Cualquier cosa que corte o sirva para golpear, y dad de

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