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BLANCO Y NEGRO MADRID 11-08-1929 página 105
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BLANCO Y NEGRO MADRID 11-08-1929 página 105

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
  • Página105
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B R Í G I D A Y SU B O D A y tenéis miedo de vivir ¡cuánto me gustaría conoceros y decir a cada una: iSio os neguéis a seguir vuestra estrella; no temáis que os lleve muy lejos! ¡Si supierais que la Felicidad, la famosa Felicidad con que yo soñaba la noche en que cumplí dieciocho años- -la misma que ambicionáis todas vosotras- -es lo más fácil de conseguir! Basta amar. Amando se aceptan todos los trabajos: los de ama de casa, los de madre; los renunciamientos de las monjas parecen lo más sencillo y lo más hermoso. Porque se ama... Entre las muchachas de nuestro país hay otras muchas que lloran la inutilidad de sus sueños. No se han resistido a seguir su suerte, su estrella: en su cielo no las había. Son pobres enfermas, feas, desamparadas, tímidas y, al presentir que tendrán que seguir un camino gris y desierto, tiemblan, se desesperan. ¡Su corazón es tan blando ¡Querrían tanto a un Gaspar, a una Rosalinda! A mí me da rubor acercarme a estas hermanas tristes, irradiando felicidad de esposa. ¿Habré de decirles que en este mundo no hay dicha completa; que yo tamlbién he padecido, y padeceré todavía. ME! HE QUEDADO SOLA... por mi y por mis seres queridos? N o esos consuelos sólo sirven para las almas mezquinas. Yo debo hablarles de esperanzas. Acaso la estrella de la felicidad deseada aparezca cualquier noche; acaso permanezca escondida para siempre. Pero, si así ocurre, se les aparecerá otra estrella si saben levantar sus miradas hacia el cielo. Si no llegan a ser esposas ni madres, aún podrán ser tan útiles o rnás útiles que nosotras, y una dicha purísima transformará su soledad: serán venturosas, como su amiga Brígida. En la bruma de la noche pasan y vuelven a pasar por entre las estatuas de mármol y de piedra sombras femeninas de color de ensueño: nuestras madres, nuestras tías, Micaela, Mercedes; Emilia y Brígida, con sus hijos en brazos; Manuela, las monjitas golondrinas aves rezagadas entre las doradas hojas de otoño. Cuando María lloraba y temía ante lo por venir, ellas se sonreían. Han, encontrado su estrella, caminan alumbradas por ella, siguiendo la senda del deber de todos los días; senda empinada que sería muy escabrosa sin eS amor. FIN

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