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BLANCO Y NEGRO MADRID 11-08-1929 página 17
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BLANCO Y NEGRO MADRID 11-08-1929 página 17

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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LETKAS, AKTBS, CIENCIAS ro la maravilla de sus vasos tallados con oro. Atravesando un puente rústico se da en la selva, rincón el más poético y solitario, que regala al espíritu las mieles del apartamiento, de la uietud, del amor y de los gratos recuerdos. Recuerdos, reminiscencias que surgen en las horas calladas y poemáticas de la noche azul. Levántase al fondo el campanario gallardo de la colegiata, y dan ganas de echar a vuelo las campanas para que sus lenguas dé metal rompan la paz del aire y canten las glorias de este vetusto y simpático rincón legendario. La Naturaleza, a través de los siglos, parece que ha quedado petrificada con el recuerdo, sublimándose en el conjunto de perfecciones y bellezas. Salta el a, gua de los surtidores, en la noche de magia y de música, de luna y de perfumes. Canta el agua, y a la luz plata de la ¡una reverdece la leyenda de Nuestra Señora de Nieva. En tierra de Castilla, la tierra parda y monda, que por esta parte sólo muestra la pincelada del palacio de Riofrío, medio oculto entre los encinares, se ofrece la frondosidad y embellecimiento de los jardines, que no tienen rival. Son un verdadero deliquio los vericuetos de la selva, apartados rincones de amor y de misterio, en que todas las asperezas campestres se poetizan. Amor y tradición es la característica de los jardines de La Granja, en los cuales perduran unos pinos erguidos, que a la suave caricia del viento musitan las estrofas de un poema. La Reina viuda, doña Isabel de Farnesio, no pudiendo consolarse de la pérdida de su amado esposo, se refugió en La Granja, donde, al lado del cadáver, empezó a hacer una vida retirada. Caries I I I dio gran impulso a las oDras emprendidas. Fernando VII se ocupó constantemente de las reedificaciones. Alfonso X I I llegó a realizar los mejores proyectos. Durante la Regencia se ejecutaron infinidad de obras. En nuestros días, S. A. la infanta doña Isabel es alma del Real Sitio, interesada siempre en conservar la tradición y el arte, que son gala y orgullo de nuestra queridísima España. Se agrupan árboles y torres, formando bosque, divisándose, al fondo, la sierra, cubierta dé pinos. Y al frente la severidad lel campo castellano, recortado su horizonte por la mole del alcázar. En los senderos, en los macizos y en. las fuentes flota él espíritu de diversos personajes. Cada adorno, cada detalle, muestra una personalidad y una predilección. El contorno del palacio, inundado por la claridad lunar, dibuja perfiles brujos perseguidos por las sombras que proyectan los tejadillos desiguales de las casas y de los árboles corpulentos, confundido todo en la noche y en el tiempo que rueda hacia los siglos, bajo el manto inmenso del cielo azul y estrellado. El vergel se puebla y embellece cada vez mas, dando rosas -il pie de los montes de pinos. A determinadas horas, brotan las íiores tempranas y canta el ruiseñor. E n os rincones, callados y desapercibidos, velan las mariposas y trabajan los gusanos de luz. Son las horas tan venturosas como efímeras. Se presiente el nuevo día, diáfano y tibio, en que la- vida sonríe... Rozan nuestra frente las alas de la inspiración, i La Granja... j Jardines españoles... ¡Castilla... Todo esto se nos mete en el alma. Y damos rienda suelta a nuestro esparcimiento, ambulando por los vericuetos de la selva. Diana, Andrómeda, Apolo, Neptuno y las Tres Gracias descienden de sus pedestales y salen a la carretera al encuentro fie otras figuras oue vienen del palacio de Riofrío, arrancadas, desprendidas de los cuadros de Durero y Jordán, de Goya y Pantoja de la Cruz. Reunidos xon un encanto inefable, van y vienen por los espacios de las cosas inmortales. Inmortal es también la leyenda que se une a ellos. Como una visión quimérica, miran todos asombrados a la esfera ciega de un reloj que marca el transcurso del tiempo. Contemplando los jardines, la duquesa de Parma cerró sus ojos para siempre. Día tras día, en las noches azules y quiméricas, la figura de mármol de Isabel de Farnesio preside el apacible retiro, gime con el aire que viene de los picachos cubiertos de nieve, se envuelve en la ventisca como en un sudario y se adormece en la calma y en el silencio de la colegiata. Suena la campana de un reloj, con lentitud clamorosa. Inconscientemente, la mujer de piedra abre de par en par las páginas de la Historia de España. Pasan las vidas, los hechos, los años y los siglos. Antonio Veíasco Zazo.

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