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BLANCO Y NEGRO MADRID 04-08-1929 página 102
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BLANCO Y NEGRO MADRID 04-08-1929 página 102

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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B R Í G I D A Y SU BODA citos de un color castaño dorado, y sus ojos se parecen mucho a los de usted, tía; aunque, evidentemente, los de usted no habrán tenido nunca la expresión picara y voluntariosa de los de mi hija. -Renace en ella la alegría de su madre, ¡Más vale así! -contestó mi tía- Tú has s- do el rayo de sol de nuestra familia. i La misma frase que el primo Pablo! ¿Por qué no brillará nunca el sol en la vivienda de María Juana? En lo sucesivo no tuvo por qué ocultarse este sol. La tía Ana dijo que se encargaba de todas las obras de caridad, y a poco hablaba de la odiosa María Juana con mucho cariño. Ya me había librado de ella! Pero no. Me quedaba el remordimiento... Ya sabes que mi conciencia es una tirana que no pasa por nada. Tomé el partido de gritar más que el tirano. Y cuando la tía Ana me elogió a los niños del catecismo, dije que sus amiguitos eran tontos y desagradables. A pesar de su bondad, se puso encarnada de indignación. -i No, mujer! Roberto es muy grac oso; Jorge aprende pronto las oraciones; Víctor es muy obediente. Me pareces demasiado severa... i Al fin me contestaba alguien! Pude acusar a mi sabor a María Juana, al tío Mario, a la solterona y a los chicos, y acabé mi discurso lei antando en brazos a mi hija y diciendo: -Mi vocación es atender a ésta. No se pueden hacer dos cosas al mismo tiempo. i Verdad, Rosalinda? La nena, contentísima al ver que la sacaba de su cochecillo, dio unos grititos de alegría, que podían interpretarse como de asentimiento. La verdad es que esta rolliza criatura no ha padecido gran cosa con mis intentos caritativos. La besé en las aterciopeladas mejillas v dije con pasión: ¡Vida, vidita, hija mía! No acaba aquí el cuento, Mercedes. La tía Ana ha hecho un milagro. Ya verás. ¡Qué tía tan hábil tenemos! Una tarde volvió a casa pensativa, y nos dijo que la pobre Enriqueta Fleury la mujer del leñador, tenía ictericia. Nadie se muere de ictericia, pero ella y su marido son pobres y tienen que trabajar. Di a la tía Ana el dinero que guardaba para comprar cualquier chuchería, y ella lo aceptó, como era natural- -para sus pobres es una verdadera pordiosera- pero siguió con su aspecto preocupado. ¿Le parecía pequeño mi donativo? Pues lo cierto es que para mi representaba un sacrificio, y no pequeño, Al otro día, cuando estaba bañando a mi nena- -baño que presencia toda la familia. encantada- me dijo la tía: ¿Puedes acompañarme a casa de Enriqueta? La pobre tiene un niño de tres meses no muy robusto y tu experiencia de madre puede serme muy útil. ¡Has criado tan bien a Rosalinda! i Está tan hermosa! i Mira qué brazos tan regordetes! i Qué tez tán fina! ¡Qué alegría la suya! Halagada con aquellos elogios a mis conocimientos en puericultura, accedí a ir 3 casa de Enriqueta, y me encontré- ¡qué cosa más triste! -con una infeliz mujercita febril, completamente amarilla, que lloraba desconsoladamente: -Se me ha retirado la leche, y no sé si el niño querrá el biberón. ¡Es tan poquita cosa... ¿Cree usted que se morirá, señorita? Com. o raquítico sí que lo era el pobre Juanito; gemía muy bajito, como una criatura que se está quedando sin fuerzas, -Mi sobrina se encargará de cuidarle- -dijo la tía- Es una madre que sabe mucho de esas cosas. Confieso que no me agradaba lo más mínimo. ¡Qué criatura más sucia! ¡Qué pobreza la de aquella habitación! Al recordar el bañito blanco, la cuna, los polvos perfumados y las brochas suavísimas de mi Rosalinda, me quedé titubeando, disgustada, Insistió la madre, -i Es tan bonita su hija de usted! Nunca tendrá un aspecto como ella mi Juanítc. ¿Le podré criar, al menos? Yo le cuidaba lo mejor que podía, pero he caído enferma, ¡Pobre Juanito I Alcé los ojos para mirar a mi tía, que nos estaba mirando a los dos: a Juanito y a mi, y advertí en sus facciones ese reflejo de la divinidad que tantas veces he adm. irado en las tuyas, querida Mercedes: una expresión de plegaria, de fervor radiante, Indudablemente, es necesaria esa radiación de los santos para conmover el alma de los indecisos. Poniéndome un poco encarnada, sonrí a Enriqueta, y le dije: No tenga usted cuidado! Cuidaré a Juanito como a mi hija, En un abrir y cerrar de ojos, bañé al pobre niño y le puse ropa limpia. Ya parecia más agradable; pero seguía llorando y estaba hambriento, y en la casa no había biberón ni cosa parecida, -Procure usted tranquilizar al niño, tía Ana. Yo voy al pueblo a buscar lo que hace falta. Gracias a mi bicicleta pude volver muy pronto y llevar los biberones y esas muchas menudencias delicadas que son imprescindibles para los rorros. Con mucha extrañeza de la enferma, herví la leche, las botellas y las tetinas, y toda aquella labor de cocinera le pareció deliciosa a Juanito. Tomó el biberón ávidamente, mirando a aquella madre nueva que le tenía en brazos y le sonreía amorosa. Así se durmió, cori una gota de leche en la comisura de los labios. Enriqueta lloraba... Desde entonces voy todos los días a cuidar a mi Juanito. El médico dice que le he salvado, y la verdad es que prospera y se va poniendo muy lindo. Con estas cosas va haciéndose sitio en mi corazón. ¿Lo ves? Quise ejercer la caridad, pero me faltaba lo que llama Bossuet la comprensión del pobre No percibíanla realidad de los padecimientos de María Juana ni de los de-

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