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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-07-1929 página 102
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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-07-1929 página 102

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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BRÍGIDA Y SU BODA un terceto que venia hacia nosotros. La señorita María, mi supuesta buena arniga, que llevaba a su izquierda un jovenzuelo muy- flaco y muy elegante, y a su derecha un oincuentón, redondo como una bola y sin distinción alguna. Ella iba con la ropa tan corta y tan ajustada como lo dispone la moda. A diez pasos de distancia vi a la tímida acompañante impuesta por su papá. -i Querida Brígida! ¡No se te ve en ningún sitio! Yo le culpaba a usted de haberla secuestrado, caballero... Te presento a Jackie Delapalme, una de mis parejas de baile, y al señor Corbillón, que no empareja muy bien con él... El gordo y el flaco me dirigen los cumplidos habituales; mucho mejor Jackie que el otro. ¡Claro; no son personas de la misma clase! -Dejaremos a estos caballeros solos- -me dice María- Quiero acompañarte un poco. Pero i todavía estás de luto? Te sienta bien, aunque es una ropa triste ese luto forzoso. Yo que tú, me lo quitaría. -Tú te lo quitas todo, María; hace veinte años que lo sé. ¡Oye, oye, que todavía no he cumplido los veinte años! Pero, escudha, que te voy a contar muchas novedades. Él señor Corbillón... ¡No irás a casarte con ese anciano! ¿eh? -Hablas muy a la ligera. Ten entendido que es rico como un norteamericano; que no es más torpe que cualquier: otro hombre, y que me adora. ¿Te parece vulgar? ¡Ese detalle no tiene importancia! No eres mujer práctica, no! Tu señor marido no está mal: tiene ojos hermosos, apellido ilustre, talento; pero, en punto a capital, has podido encontrar algo más satisfactorio. No te ofendas. Yo soy una muchacha del día, y tú... -i Qué error más grande! La juventud moderna sueña con el amoir y lo prefiere a todos los dólares del mundo. En lo íntimo de tu corazón florece también la romántica florecilla. i Lo sé de fijo! -No hablemos de eso. Dime qué nombre vas a poner a tu chico. -Te he rogado muchas veces que hables de él con más finura. ¿El nombre? Estaba buscándolo ahora, precisamente. Consultaré con Mercedes, que será su madrina. -Pues si lo elige Mercedes será un nombre anticuado, piadoso, sentimental. No hagas esa tontería, mujer! Ya sé que los nombres de antaño vuelven a ponerse de moda, siempre que tengan cierto empaque. Ponle Luis Felipe, que es bonito, o busca en las novelas inglesas de hace cien años. -No me gusta nada de eso. Mi hijo llevará el nombre de un santo importante, un nombre francés, que nos guste a toda la familia. Eso será lo único que guíe nuestra elección. A propósito, ¿cómo se llama el señor Corbillón? María soltó la carcajada. -Se llama Augusto, como un Emperador romano. No creas que soy capaz de Uamar a mi marido Augusto. ¿Opinas que no me casaré con él? Claro que está ahí el otro, el muchacho de la flor azul, el que j o preferiría si... -Si fuese rico. ¡Así es la vida! -contestó María, girando sobre los talones. En seguida interpeló a Augusto y a Jackie. -Nos vamos. Hasta la noche, Jackie. ¿Se ha ejercitado usted en el charlestón? ¡Lo baila usted tan pesadamente... A Augusto no le habló de charlestón. ¡Qué ridículo estaría el pobre hombre pataleando a compás de la música! Todavía voy riéndome al llegar a casa de mi suegra. -Estás fresca como una rosa, Brígida. Es por el aire del bosque? Es porque estamos en primavera, mamá! Mi suegra, que estaba triste, se distrae con la descripción de los pretendientes de María, pero se resiste a creer que sea Augusto su prometido. -i No permitirán los padres esa boda! -i Bah! El señor Jamín está en el Brasil, atendiendo a sus negocios, y la señora de Jamín sigue en Suiza, sometida a tratamiento. No va a oponerse Chonchón, i pobrecilla! ¡Está cada vez más linda esa muchacha! ¿Sabe usted que venimos muertos de hambre? Almuerzo anifnadameiite y con mucho apetito. Gaspar me mira con malicia. -i Sepan ustedes- -dice, cogiendo la taza de café que le ha servido Mercedes- -que esta señora estaba de monos no hace una hora todavía! Esta señora se acuerda en aquel momento de su preocupación. Me he sentado en una de las más amplias butacas de estilo Luis X I I I su tapizado pone un fondo de verdor al color heliotropo de mi vestido de medio luto, el medio luto exigido por la tía Renata. Me parece notar la mirada de todos los retratos de familia, la hermosa y franca mirada de los Hauteville, fija en mí, la última de los suyos. Allí están el magistrado, el oficial, el hombre político, el sacerdote. Todos ellos han representado noblemente a la burguesía francesa y cristiana. Mi hijo seguirá su ejemplo. De pronto se me escapa un suspiro. Aquel coronel tan joven, que murió en el sitio de Sebastopol, se llamaba Agenor, Murmuro su nombre: Agenor, Agenor, y esto intriga a Mercedes. -No te rías. Estoy buscando nombre para mi hijo, y veo que es una tarea difícil. Yo quisiera hacerle el regalo valioso y sencillo de un nombre bonito. Desde ayer he oído tres pareceres distintos. Mi tía Marta quiere que renueve los de Eugenio o Félix, que llevaron unos parientes nuestros; María me ha enterado de las últimas tendencias de la moda, y Gaspar busca el nombre de un santo famoso. ¿A quién hago

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