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BLANCO Y NEGRO MADRID 23-06-1929 página 84
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BLANCO Y NEGRO MADRID 23-06-1929 página 84

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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DEPORTES tos parajes del chaleco. He tenido siempre el tino de apuntar por el jockey filósofo... Perfectamente, por el jockey filósofo; sé bien lo que me digo. Si usted, caballero lector, es habitual de las carreras de caballos, conocerá que, indefectiblemente, en cada una de ellas hay un jinete que, de pronto, siente el encanto de la primavera, del olor suave de las flores abiertas entre la espesura verde, de los paj arillos que trinan sobre las ramas de los árboles... y piensa: ¡Dios mío, qué tarde más hermosa... La vida es amable y es una locura apresurar el ritmo de ella! Mientras tanto, sus compañeros se pierden en la distancia... Este es el jockey por el que siempre he tenido el acierto de apostar. Perfectamente, señor; permítame que se lo diga: Aborrezco la filosofía para uso de los jockeys. El hipódromo del Prater estaba lleno de caballeros ocupados en mirar a las señoritas, y de señoritas entregadas a la fatigosa tarea de sonreír a los caballeros. En sus momentos de ocio, algunos de ellos contemplaban la pista, por donde cruzaban veloces los caballos, arrastrando tras ellos al jockey, sentado entre dos ruedas. -Debe ser una profesión muy espinosa y difícil ésta de jockey de carreras al trote- -me dijo el honorable Harrison, señalando a los que pasaban ante nuestros ojos- Se puede llegar a ser ministro, general, gran dramaturgo, no importa qué, antes de k) s cuarenta años. Para alcanzar a ser jockey en Viena es necesario haberse dejado ya muy atrás los cincuenta... Amigo mío, la vida ofrece en ocasiones sorpresas desconcertantes. Cuando acabó la carrera, salieron a la pista un centenar de señoritas, mostrando los modelos de primavera. Avanzaban a pequeños saltitos, al compás de las notas de Es mi hombre, interpretadas por una charanga militar. Llevaban un número cada una, y el ritmo de la canción les hacía balancear blandamente el cuerpo, mostrando de un modo picaro las líneas ondulantes de su silueta grácil. Míster Harrison se apoyó en mi hombro y me dijo con voz desfallecida por la emoción -N o verdaderamente, el número doce es un gran número. Siempre he sentido una profunda simpatía por el número doce, se lo aseguro... Tiene, dentro de su modestia, una gran cantidad de divisores, y hasta su misma silueta es algo gracioso y alado; parece una paloma que va a echar a volar. El número doce? -Sí, el número doce... En cuanto a la señorita que lo lleva... Qué puede usted decir de la señorita que lleva el número doce? Ind udablemente, sería una fortuna... Pero no terminó de expresar su pensamiento. Se acercó a uno de los corredo- res de apuestas y le preguntó, anhelante: Por tavor, caballero, i se puede jugar al número doce? Sin duda ninguna... Lucha en la carrera próxima... Pero si se deja usted guiar por mis consejos, no juegue al doce; juegue más bien al tres. Joe Harrison volvió los ojos hacia la pista para buscar el número tres, e hizo un mohín de disgusto. ¿Está usted loco, caballero? i Al número tres? ¡De ninguna manera! El número doce tiene una silueta graciosa y unos ojos llenos de fuego... -No sé, no me he fijado... pero aunque así sea, sólo se gana con las piernas... ¡Oh, en cuanto a piernas... Y mostró su admiración con una mirada que abarcaba el infinito; después acercó sus labios al oído del corredor de apuestas, y le dijo, misteriosamente: ¡Deliciosas, señor mío, de- li- cio- sas! Yo entiendo ya algo de esto, puede creerme. Cuando acabó la carrera, el agente llegó, alborozado, a buscarnos: ¿Es usted adivino, caballero... -le dijo a Mr. Harrison- Ha ganado el número doce, y, sin embargo, nadie creía en él. Sus cien chdines le han valido una buena fortuna. -Soy hombre de buenas fortunas, amigo mío, y ésta no es la mayor de todas... Sin embargo, confieso que estoy satisfecho de mi suerte; en cuanto a la señorita, no creo que esté contrariada... ¿Qué señorita? i Hombre, la señorita que me ha correspondido; la que lleva el número doce! -iPerdóneme, caballero; me figuro que está usted equivocado. Usted apostó por el ca ballo número doce, y ha ganado unos millares de chelines. Eso es todo... Por lo demás- -y miró a Mr. Harrison con el ceño fruncido- ni aquí se rifan señcuritas, ni yo intervendría en tales asuntos. Mi honorable amigo se dejó caer en un banco con gesto de desfallecido abandono; luego, cuando la emoción del desengaño horrible le dejó hablar, me dijo: -iHe aquí en un solo instante concentrada toda la imagen de la vida. Cruza una mariposa ante nuestros ojos y queremos alcanzarla y al posar nuestras manos sobre ella, cuando la creemos nuestra, se ha desvanecido y sólo queda un polvillo de oro entre nuestros dedos. Pol illo efímero, que es único consuelo que la vida nos ofrece... ¡Qué asco i Y se sacudió las palmas de las manos, como para ahuyentar lejos de sí aquel oro imaginario... Sin embargo, mi honorable amigo cobró sus tres mil ochocientos dhelines sin sacudirse después las palmas de las manos. Mariano (DIBUJO Tomás. DE TAULER;

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