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BLANCO Y NEGRO MADRID 19-05-1929 página 104
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BLANCO Y NEGRO MADRID 19-05-1929 página 104

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
  • Página104
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BRÍGIDA y SU BODA el azul lo mismo que el rosa. Y dime, Brígida... Suponiendo que Ibo me regalara un maletín de viaje, ¿me regalarías tú un bastón? ¡Qué desparpajo! No puedo contener la risa: -i Sí, pordiosero; te compraré un bastón! Y, mira, por tu culpa he puesto la manga al revés. ¡No acabaré nunca! Márchate; eres muy bueno, pero me estorbas. Vete a contar tu éxito a la tía Marta o a nuestra cuñada Emilia. Yo tengo mucho que hacer. i Pobrecillo! Se levanta, y prosigue con timidez: -Preferiría elegir yo el bastón, ¿sabes? Si pudieras venir conmigo un día de estos; mañana, por ejemplo... -No, hijo; hasta la semana que viene no tengo ningún día disponible. Ya ves; cuando está una tan mal servida como yo... -i Y cuando se hace una tantos vestidos. -dice, gritando. Furioso, al ver que tiene que esperar el bastón de sus sueños, no puede ya reprimirse: -i Cada vez que vengo a verte tienes una criada nueva! ¡Estas mujeres... Se marcha dando un portazo. ¡Ya puede esperar su bastón, éste! Estoy furiosa, y doy pataditas en el suelo porque tengo que empezar otra vez mi trabajo. Si no acabo el vestido no podná ir a merendar a casa de Luisa. Ya está demasiado visto mi traje de color de rosa; el verde no hace bien con el sombrero, y el malva me hace parecer excesivamente morena. ¡Y como no pienso ponerme, de ningún modo, el otro traje... Acabé, por fin, el vestido azul. Pude merendar en casa de Luisa. Una merienda deliciosa mucha gente. Yo era una de las muchachas más bonitas. Debía estar alegre aquella tarde, pero no fué así: estaba negra como dice raí hermanito, el flamante bachiller. Desea ba que volviera Gaspar. Conservaba puesto mi vestidillo para que lo viera, pero este vestidillo me pesaba como si fuera de brocado, en vez de ser un ligero indumento de Crespón de China. Estaba triste, atontada, sin saber por qué. ¿Va a darte otra vez la neurastenia, Brígida? ¡No, hija; eso no; basta de lágrimas! Ponte a reflexionar, pluma en mano, y sabrás (es preciso que lo sepas) por qué estás tan fastidiosa desde hace unos días. Y el caso es que yo debiera considerarme dichos a más no poder. Gaspar es una perla; un hombre como no hay dos. Nuestra casa está perfectamente. Mientras llega la aldeanita que me anuncia Mercedes tengo una asistenta que despacha su faena en un abrir y cerrar de ojos. ¡Qué vida más dura la de esta pobre María! En cuanto arregla nuestra casita, se va a servir a un viudo con cinco hijos... El trabajo le parece la cosa más natural del mundo, pero teme constantemente que se canse la señora Por eso no me deja mlás que menudos y fáciles quehaceres. Voy a la compra, cosa que me divierte mucho... o al menos me divertía antes: de que me pusiera tan malhumorada. Pongo la mesa, lo cual es para mí un goce artístico. Manejo la escoba eléctrica, hago el t é sólo cosas agradables y con tiempo sobrado para hacerlas, porque casi siempre estoy sola. Gaspar trabaja mucho fuera de casa; le han encargado que pinte un fresco para la iglesia de los alrededores. Y yo, como no me gusta la soledad, me voy de paseo. En estos días todas mis amigas dan meriendas. Es curioso; todos hablan de la carestía de la vida, y nunca se han consumido tantos pasteles. Merienda en casa de María; merienda en casa de Micaela- -que sigue buscando marido- merienda en los establecimientos de té, a la moda; meriendas en la isla del Bosque de Bolonia y en el Prado Catalán. Todo eso cuesta mucho dinero; estoy bien enterada, porque la semana última di un té. Ayer hubo merienda en casa de Luisa, esa mujer de treinta años ya, a quien veía el año pasado en el tennis y que asegura que quiere quedarse soltera y trabajar y divertirse a su gusto. Se marcha a la Indochina como secretaria agregada a una importante casa exportadora, y por eso nos dio una merienda de despedida. Fué en su casa, porque esta independiente señorita vive sola. No es aficionada a flirtear. Trata a los hombres como camaradas agradables y no consiente que ninguno le haga el amor. Mercedes accedió a asistir, un ratito nada más, de paso. Tiene infinidad de ocupaciones misteriosas, que consisten- -lo juraría- -en cuidar a pobres ancianas, hacerles el puchero, enseñar el catecismo a unos chiquillos. por eso no se la ve nunca en sociedad. Pero Luisa, a quien le parece sorprendente el caso, le rogó tanto que asistiera a su merienda de despedida, que la dulce y santa cuñada mía estuvo, muy sencillamente vestida, pero, así y todo, seductora, en la reunión, con nosotras, las frivolas y las glotonas. Me miró el vestido... y se calló. Otras lo habían mirado sin callarse: Luisa me dijo, sacudiendo la ceniza de su pitillo: ¡Muy elegante, Brígida! Nunca hubiera creído que te sentara tan bien el color azul. María, la burlona, se echó a reír: ¡Y luego dices que presumo I Ya he perdido la cuenta de tus vestidos. ¿A cómo te cuesta la docena? Yo respondí secamente: Déjame en paz! Yo estaba ya malhumorada, porque Celia Janvier, una amiga de Luisa, tenía un traje parecido al mío, pero de tela mucho mejor y con refinamientos de esos que sólo saben hacer las buenas modistas. Su casquete de fieltro estaba adornado de un modo que no ha sabido adornar el mío mi sombrerera. En fin, que yo parecía un mamarracho, comparada con Celia. Comí muchas pa. stas y muchas fresas... i demasiadas! He dicho muchas tonterías... ¡demasiadas! Los ojos, claros y grandes.

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