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BLANCO Y NEGRO MADRID 05-05-1929 página 102
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BLANCO Y NEGRO MADRID 05-05-1929 página 102

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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BRÍGIDA Y SU BODA -No me gusta el color encarnado- -dijo entonces la tía Marta- Es demasiado llamativo para una muchacha. Claro es que una morena como tú no puede llevar todos los colores. Sólo le gustan las rubias, y por eso empieza a hacer el panegirice de mi futura cuñada, cosa que no me impide protestar contra la severidad de sus opiniones. Mi color no es tan feo... ¡En el jardín hay rosas de los más variados tonos, tía... Después de tomar el café nos entrega los regalos. Son... ¡medias y calcetines! Miro a Dionisio y veo que se esfuerza para no soltar la carcajada. Pero la tía Marta saca de su amplia faltriquera tres sobrecitos y dice con esa bondad suya que acaba por triunfar siempre sobre los exabruptos: -A mí me gusta comprar regalos útiles; es mi criterio. Pero a vuestra edad gustan también las cosas superfluas. Aquí tenéis un poco de dinero para cada uno. Pero antes de dároslo tenéis que prometerme, tú, Dionisio, que no te lo gastarás en cigarrillos- -i veneno! y tú, Brígida, que no te comprarás esa ropa interior de seda que el deplorable gusto moderno ha puesto de moda. ¡Al fin, podemos reírnos! Abrazamos a la tía, después de prestar los juramentos que nos exige. ¡Soy rica! Voy a llevar al cine a los hijos de Fabricia, que no han ido nunca. ¡Gracias, gracias, tía Marta! Me agobia un remordimiento. No he felicitado por el Año Nuevo a Mercedes. Ayer vino ella cuando yo no estaba en casa, y me trajo un hermoso brazado de flores. Después de jugar un poco y de abrazar a una docena de primos que iban haciendo sus visitas, pedí a mi tía permiso para retirarme. -Voy a ver a mi amiga Mercedes Hauteville. ¿Aquella rubita tan simpática? ¡Ve, hija mía, ve; en su casa no verás malos ejemplos ni te aconsejarán mal! ¡Amada vivienda de los Hauteville, pabellón escondido en medio de un jardín, mansión con alma... Aún no ha vuelto Mercedes. ¿Debo esperarla? Sí; me disgustaría mucho empezar el año sin haber dado un beso a mi amiga predilecta. Además, quiero entregarle yo misma estas rosas blancas. Me instalo en su cuarto. Un cuarto blanco, elegante y discreto, como ella. La cama, antigua; las cortinas, de guipur; la alfombrita, de pieles; todo blanco. Pongo las blancas rosas en un florero de cristal, hojeo los libros que ha dejado ella al alcance de la mano: poesías modernas, pero muy puras críticas de arte, meditaciones piadosas, esos son los libros que prefiere su alma, vibrante como la mía, pero sólo por las cosas nobles y apacibles. Vuelvo a leer la Bonne chanson, de Verlaine, y, conmovida por este inspirado canto al amor conyugal, ya no me agradan otras lecturas. Aquí veo un álbum forrado de tela gris; lo abro con la curiosidad de ver los últimos apuntes de Mercedes. Y... es mi perfil lo primero que veo. Me ha dibujado con vestido para deporte, calzada con sandalias, con el pelo sujeto por una cinta que casi me cubre la frente, y con una raqueta en la maño. Excitada por la animación del juego, me sonrío... ¡Nunca me ha retratado Mercedes de este modo! Vuelvo la hoja y me encuentro con otra Brígida, con vestido de baile y también sonriente. Otra más: Brígida, navegando por los canales de Brujas, echa migas de pan a los hermosos cisnes y se sonríe. También aparece sonriéndose en la avenida grande del Luxemburgo, donde tiene en el regazo un Danielito que illora. Es en todos los dibujos la misma Brígida, pero su sonrisa es distinta en cada uno. En la última página del álbum el artista dibujante ha cedido el puesto al artista poeta. Allí veo escritos estos deliciosos versos de Rosamunda Gerard: ...cada día que pasa, más le quiero; hoy más que ayer y menos que mañana. ¿Qué hubieran hecho ustedes en mi lugar, al reconocer la letra de Gaspar, después de reconocer sus dibujos? Yo me eché a llorar, con la frente caída sobre al álbum. ¡Oh, amado mío! ¿Te acordabas, pues, de Brígida? ¿Había conquistado un sitio en tu alma la pobre muchacha imperfecta? ¿Sufrías al mismo tiempo que yo? ¿Por qué te callabas, gustándote tanto la sonrisa de Brígida... Entró Mercedes calladamente, pues la alfombra, de piel blanca, apagaba el rumor de sus leves pisadas, y se asombró algo- -no mucho, probablemente- -al verme llorosa. -i Qué tienes, mujer? ¿Estás enferma? Contéstame. Separó mis manos y vio el álbum. Entonces se echó a reír, y aquella personíta tan formal empezó a bailar como una locuela en medio del cuartito blanco. ¡Qué felicidad! ¡Qué contenta estoy! La señorita y el caballero aparentaban orgullo; se ponían mala cara. Y el álbum ha hablado por Gaspar Hauteville. ¡Muy bien hecho! Erais tan bobo el uno como la otra. Las familias proyectaban casaros, pero Gaspar decía que tú estabas enamorada de... ¿sabes de quién? De Miguel Doret. -Le aborrezco. -Entonces, ¿por qué pretendías alejarte de nosotros? -No me juzgaba lo bastante guapa, ni lo bastante buena, ni lo bastante perfecta para merecerle. ¡Qué tonta! El te adora desde que te conoció... Quédate ahí. Te prohibo que te muevas. Un minuto después llegó Gaspar. Ya no estaba allí Mercedes, sino solamente él, yo y las rosas blancas. ¿Qué me dijo? Se me ha olvidado. En sus ojos, límpidos como el agua clara y profunda en las mañanas del verano, vi yo tanto amor, que mis manos temblaron en las suyas; mis pobres manos, que él besaba murmurando frases dulces como el canto de un pájaro.

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