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BLANCO Y NEGRO MADRID 28-04-1929 página 38
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BLANCO Y NEGRO MADRID 28-04-1929 página 38

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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r ETKAS, ARTES, CIENCIAS monio separado. Y luego, para no dar que hablar, nos reunimos... Solía, en estos o parecidos términos, repasar su vida, con la inútil curiosidad de quien repasa un libro sabidísimo, por ver las estampas, por matar el tiempo. No conocía situación, profesión, esperanza, desencanto, dolor, alegría que no le pareciesen ilógicos, estúpidos. Toda la vida, en todas sus manifestaciones, era para aquel hombre necia. Todos los hombres, comenzando por él mismo, se le antojaban locos o borrachos. Había sido mujik auténtico, de los de azadón y arado, en Kevana, cerca de Psof, su tierra natal. Luego, seminarista en Kief. Luego, tipógrafo en O- strokoma, donde también fué periodista y conferenciante. Luego, ya en Petersburgo, empleado en la Banca Rog stein; corredor de perfumería en el Pasaje del Comercio; comparsa en el teatro iVIaría; camarero en los opulentos reservados del Cubat; jefe del guardarropa en el hotel París, de la jVIalaia jVIarskaia. Ahora, holgado, pero indiferente, vivía bien de copiar música ipara la Editorial Alexeief, en le Neusky, llevando a cuestas el cadáver que todo hombre discursivo lleva a cuestas. Sintió que le tocaban un hombro. ¡Caramba, Nekrasof... Pero, ¿cómo? ¿No me recuerdas? Soy Virulnn... -Vndrés Virubin... ¿Andrés Virulain? Algo creía recordar... ¡Virubin! ¡Virubin! Si, hombre... Virubin... De Kief... Del Seminario... ¿No te acuerdas que me llamabais el Cornetillaf ¡Acabáramos... i El Cornetilla Claro que recordaba. Como si fuese de ayer mismo. Para que viera si recordaba: el apodo de Cornetilla se lo puso un muchacho rubio, grandote, que hacía así con los ojos... -Ignatief... -Justo... Ignatief... Hijo de una confitera muy gorda, que vivía en Sadova a. En fuego graneado, se acribillaron a jn- eguntas. Salió a relucir la vida pobre, atormentada, del Seminario; desde las varas, con contera férrea, del padre Nikon, al descote de la señorr- i (lalitzin. maríscala de la Nobleza y asidua a todas las funciones del culto. -Y ahora, A. ndrés V irubin, ¿qué haces? Entre avergonzado e irónico, respondió el pobre Virubin; -Ahora soy loquero en San Alejandro. ¡Loquero! l ué para Nekrasof como una luz en las tinieblas. Alumbró, de repente, otro mundo, otra humanidad, otra vida. ¿Cómo no había pensado en ello? Su posición indiferente se removió como un peñasco al que aplican una palanca. Sintió curiosidades nuevas, tenta cienes vagas, pero inquietantes y sabrosas. l, a vida razonable, social, legal, concebida según el Hábito, explicada conforme a ciertos principios, era como un ümón estrujado. En cambio, aquella otra vida sinuosa, ignorada, improvisada a cada instante por la Demencia, ofrecíase, nueva y candida, pulposa, jugosa, apetitosa, comr; tina fruta. Mientras ordenaba sus ideas, repetía, en diversos tonos, con distintos gestos: ¡Loquero... Caramba, Virubin. ¡Loquero! Virubin, modesto, chafado, azorado, movía la cabeza, como disculpándose. ¡Cosas de la vida... Ya ves... II La ilusión. A los dos meses, intrigando con Virubin, Nekrasof entró de loquero en San Alejandro. Había desaparecido su indiferencia por la vida. Estaba ilusionado, anlieloso. lira otro hombre. Destináronle al pabellón de los Antiguos, sito en el principal, con otro loquero, medio cegato, un tal Runief, tipo liaste, egoistón, aficionado al vodka, y que se pasaba los días tocando en una flauta de latón aires kiefcsc. Kunief quiso informarle; pero Nekrasof deseaba emociones directas, sin intermediarios ni intérpretes. El primer alienado con quien hubo de entendérselas era un viejo, barbudo y semidesnudo, como San Jerónimo. Sentado en un poyo de! iaidin, contaba con los dedos, desde el amanecer al anochecer, las horas que faltaban para que volviese el Señor al mundo. Cada tarde al sentir el silbato del in. spector, que ordenalia el encierro, el anciano decía lo mismo: -P altan veinte horas... Mañana es el gran día de la llegada del Señor... Nekrasof, lejos de asombrarse, se lo explicaba perfectamente. Aquel hombre era un lógico, un geométrico, como Pitágoras o Descartes. Si sólo faltaban unas horas, a! día siguiente habrían transcurrido. Si, al cabo de esas horas, volvía el Señor a la tierra, el día siguiente sería el gran día de la llegada del Señor. Convencido de que trataba con un espíritu lúcido, dejólo y fuese a otro que, a poco trecho, andando a gatas por la nieve, se

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