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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-04-1929 página 104
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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-04-1929 página 104

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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BRÍGIDA Y SU BODA -Me parece, Ivo, que bien podías llevarnos a todos en tres o cuatro viajes al Castillo Alegre. ¡Sí, sí, y almorzaríamos r e u n i d o s! -exclamó la hermanita pequeña. -Tiene razón Paquita- -dijo la madre- ¿Acepta usted, señorita, esta invitación, no muy correcta? Hubo las oportunas presentaciones. Ivo empuñó el volante para ir a la posada más próxima en busca de un caballo que pudiera tirar del coche estropeado. Luego llevó sucesivamente a la falda del monte a la madre, a la abuela, al padre, al hermano menor, a la hermanita pequeña y, por último, a Brígida y a la muchacha de las margaritas. Subimos unos tras otros al escarpado camino que ya a parar a las ruinas y elegimos un sitio despejado y bien cubierto de hierba. -Vamos a poner la mesa nosotras dos- -me dijo mi flamante ami. ga. Extendimos un mantel bordado, sobre el cual pusimos platos, vasos y cubiertos; hicimos con las margaritas una guirnalda blanca y amarilla, que serpenteaba por entres los platos, y sacamos las p rovisiones. ¡Esto es una partida campestre por sorpresa! -dijo Dionisio, encantado con la aventura. Los de Baudrj llevaban, como nosotros, un pollo a la mayonesa; como nosotros también, tenían pastel y ensalada de legumbres. Lo único diferente eran los postres. La tía Marta, como no confiaba en mis habilidades culinarias, nos proveyó de un postre ya hecho: una torta de arroz enorme y exquisita. En cambio, Emilia tenía la misión de. preparar un sabayon con huevos frescos, ron y azúcar. -Mi postre no va a alcanzar para todos- -dijo, graciosamente- Habría que traer más huevos. Salimos en busca de ellos. Dionisio, corriendo con los Baudry pequeños; Rafael y Paquita. Ivo, andando junto a su hermana y la joven de las margaritas. En el vallé, ihabía una granja, donde nos vendieron una docena de huevos frescos. Se encargó de llevar el cestillo Ivo, ¡el que nunca accede a llevar mis paquetes! Pollos, pasteles, ensalada, torta de arroz, sabayon, frutas, café, sidra espumosa, pitillos, todo lo pusimos en común. Yo no había almorzado nunca con tanto apetito. Es una satisfacción extraña y deliciosa encontrar en la carretera una familia que se parezca a la propia. Los Baudry hablan lo mismo que nosotros. No tardamos en descubrir amigos comunes. Baudry se educóen el mismo colegio que papá; Emilia asistió a la reunión en que fui presentada en sociedad. -i Si lo hubiéramos sabido entonces! -dijo. ¡Oh, sí! ¡Si hubiéramos sabido que íbamos a simpatizar tan pronto! Ivo no hubiese perdido el tiempo con la picara María, pues veo con toda claridad que admira mucho a Emilia Baudry. Después del almuerzo nos fuimos ella y yo a la sala más alta del castillo. Sentadas una junto a otra en un banco estrecho de piedra, desde el cual contemplaban las castellanas de otra época cómo bajaban las barcas hacia el mar, hablamos como dos buenas amigas. Sin decir nada una ni otra, nos extasiamos admirando el portentoso valle del Sena. A mí me parecía que resucitaba, todo el pasado. Pero nuestro ensueño i, fué interrumpido por los niños, que jugkban al escondite entre las ruinas. Luego apareció Ivo llevando en cada mano un ramo de flores sonrosadas. -He cogido para ustedes estos claveles de las ruinas. ¿Dónde hay claveles? -preguntó Paquita- Quiero coger unos cuantos. -Es imposible- -replicó mi hermano- Hay que hacer gimnasia para alcanzarlos. Mire usted dónde están. En efecto, en lo alto de una muralla almenada nacían entre las piedras aquellas sonrosadas florecillas silvestres. ¿Y ha subido usted hasta allí? -preguntó la niña. -La señorita Emilia merece sobradamente el homenaje de esos modestos claveles- -contestó mi hermano- ¿Acaso no ha adornado ella con flores nuestra mesa? Emilia le dio las gracias con una sonrisa; aspiró el aroma del ramo, y, cuando levantó la cabeza, estaba del mismo color de los claveles. i Ah, señor hermano! ¡Ya te has metido en otra aventura novelesca! Los muchachos suelen tener suerte; de seguro esto le saldrá bien; en cambio, Gaspar Hauteville se enamorará de alguna muchacha más amable, menos independiente, menos mundana que la pobre Brígida, que es capaz de llorar por ello durante toda su vida. ¡Fuera pensamientos tristes! El regreso, ya por la tardecita, fué muy animado. Arreglada la avería del auto de los Baudry, fuimos juntos durante tuios veinte kilómetros; luego ellos torcieron hacia el Oeste y nosotros hacia el Este, con el firme propósito de volver a vernos. Ivo nos llevó a toda marcha entonces. Su coche saltaba por los caminos, en los cuales se alargaba cada vez más la sombra de los árboles. E. stuvo a punto de despeñarse hasta un arroyo; sembró la alarma entre las gallinas, y le faltó poco para atropellar a un ternero. íbamos los tres con el pelo agitado por el aire, cantando... Pero ya se ven las primeras casas del pueblo, las granjas escondidas entre los abedules; ya está ahí el gallo del campanario. Me pongo el sombrero apresuradamente para presentarme como es debido ante mi severa tía, que nos espera en la escalinata. Cuántos accidentes? -Ninguno, tía; todo ha ido mejor de lo que se podía imaginar. Hasta hemos tenido aventuras, como en la época de las diligencias. Y ha de saber usted, tía Marta, que no siempre son bandidos lo que se encuentra por las carreteras.

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