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BLANCO Y NEGRO MADRID 17-03-1929 página 100
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BLANCO Y NEGRO MADRID 17-03-1929 página 100

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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BRÍGIDA T s u BODA -dijo mi tía- No olvides, hija mía, que una sala Luis XV y un dormitorio Luis XVI constituyen el tipo de un mobiliario de buen gusto. ¡Claro! Así tiene ella puesta su casa, que a mí me parece de una insoportable vulgaridad! La tía Marta añadió que le parecía probable que yo me quedase soltera. Es decir, que no tendré que elegir muebles. i Quién le ha dicho a usted eso, señora? ¿Por qué no he de casarme? ¿Por qué ha de evitarme el celibato que compre muebles a mi gusto? Nos levantamos de la mesa. Cuando voy a servir el café, mamá me lleva a un rincón para decirme: -No te pongas el vestido nuevo; a tu tía le parecería muy llamativo. También obedezco esta vez; pero no sin dar unos suspiros de contrariedad. ¿De qué sirve poseer un vestido nuevo, elegante, bonito, si ha de ponerse una el del año pasado? ¡Oh, mamá cariñosa y terrible, que siempre me obligas a aceptar la determinación razonable Ya estoy lista, y me encuentro absolutamente correcta. La tía me mira de pies a cabeza, ¿Qué irá a decir? Afirma que soy una muchacha muy a la moderna ¡Con un vestido del año pasado! Por qué han de encasquetarse estas muchachas el sombrero hasta los ojos? Todavía tienes pelo, Brígida. ¡Deja que lo veamos, criatura! Entonces- -lo confieso- -di un puñetazo a mí sombrero para encasquetármelo más. -La tía deja ver cabello suficiente y aun sobrado para dos personas- -ha murmurado el picaro Dionisio, en el momento de marcharse al colegio, con los libros bajo el brazo- Si hace viento, se le volará el sombrero; ya me lo contarás cuando vuelvas. De todas maneras, tú procura divertirte. Divertirme, divertirme... Salí malhumorada, y lo chocante es que al regresar estoy alegre como unas castañuelas. Realmente, la tía Marta es una tía anciana, muy buena. Me ha llevado a merendar con mis amigas al salón de té más distinguido de París. Q a r o que en la Exposición todo le ha parecido mal; pero yo lo he juzgado todo- -todo, no, porque también hice alguna mueca de desagrado- quiero decir que había muchas cosas agradables, en mi opinión, y esta circunstancia ha restablecido el equilibrio de los platillos de la balanza. En el autobús que nos llevaba hacia el centro de París, hacia el encantador arrabal en cuyas viviendas sonríe la aristocracia, la tía Marta me sometió a un interrogatorio en regla, al cual contesté con mucha amabilidad, i Me había comprometido a ser amable! ¿E n qué te ocupas? ¿Vas al baile? ¿Acompañas a tu madre en sus visitas? ¿Coses para los pobres? ¿Preparas tu canastillo de boda? Esta última pregunta me dio ganas de reír. ¿No dicen que he de quedarme soltera? Aún siguió preguntando: ¿Estudias asiduamente el piano? -Toco un poco para conservar la agilidad de los dedos; leo, pero no tengo tiempo para trabajar mucho. Tenga usted en cuenta que dedico a dibujar tres o cuatro horas cada día. Mi tía movió la cabeza y, poniéndose pálida, añadió; -En mi tiempo, las muchachas bien educadas se dedicaban especialmente al piano; pintaban a la acuarela flores para adornar abanicos o bomboneras, y nada más. Ninguna hubiera sido capaz de ir a esos estudios de pintor, sitios donde se reúne gente mala, ni hubiera perdido el tiempo garrapateando atrocidades. Seguiré siendo amable: -Tiíta, a mis clases van muchachas admirablemente educadas, puede usted creerlo, y yo no pierdo el tiempo. Me gusta el arte en todas sus formas, pero eligiendo bien. El dibujo me entusiasma más que la música, y por eso estudio Arte decorativo. Más adelante, si tengo que valérmelas yo sola, procuraré ganarme la vida de un modo agradable y bien reniunerado. Mi tía dio un salto en el asiento del autobús. ¡Qué concepto de la vida! Las dos únicas vocaciones de la mujer son el matrimonio o el convento. Todas las niñas modernas estáis locas con vuestra constante preocupación de d e s e m p e ñ a r profesiones masculinas. Protegida por las alas de mi sombrero, me reí: ¿qué habrá sido de mi suerte de solterona? ¿Irá a condenarme mi tía a bordar eternamente junto a la ventana? El autobús nos deja en la esquina de la calle Real. Para llegar al palacio de S... tenemos que andar un poco. ¡Mejor! ¡Qué bonitas son las calles de París! Los vendedores de chucherías y de objetos frivolos tienen ingenio que les sobra. Saben exponer un vestido y colocar un chai de un modo que no imaginan siquiera los demás comerciantes de las cinco partes del mundo, dicho sea sin ánimo de ofenderles, j Oh, admirables tiendas parisienses! No me atrevo a mirar mucho, por si acaso dice mi tía que una jovencita sólo debe mirar a las puntas de sus zapatos. Ya estamos en el palacio de S... Una joya del siglo xviii, de gran pureza de líneas, sobrio y elegante, pero al modo de un acto de Marivaux. Por una vez, tía y sobrina sienten la misma admiración. Pero cuando llega el instante de ver los salones y apreciar los jarrones, los cuadros, las telas, los muebles, agrupados en un cuidadoso desorden, se rompe de pronto la inteligencia cordial. Como es lógico, a mí me parecían fuera de su sitio algunos hihelots atrevidos. Las líneas geométricas, los colores fuertes no existían en el exquisito decorado de la Francia antigua. Pero los her-

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