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BLANCO Y NEGRO MADRID 10-03-1929 página 99
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BLANCO Y NEGRO MADRID 10-03-1929 página 99

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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BRÍGIDA Y SU BODA BRÍGIDA NOVELA, Y SU BODA ORIGINAL DE B E R T A B E R N A G E Traducida por José Campo Moreno I l u s t r a c i o n e s de E m i l i o Ferrer. (Continuación. Si, me lo dijeron, i En qué consistirá que la charla tranquila entre camaradas se convierte a veces en flirt? Mi camarada se llama Miguel Doret, y es amigo de mi hermano Ivo. Me invitó apenas llegué, y el encanto de aquel primer baile era tan nuevo, tan embriagador para mí, que me guedé callada para saborear mejor mi satisfacción. El hablaba muy bien, como siempre, diciendo frases bonitas, que parecían acomodarse al ritmo de la música, y yo me sentía ligera, vaporosa, cuando aquel muchachóu me llevaba en brazos. Al separarme de él sabía, mejor aún que antes, que las diademas sientan muy bien sobre un cabello obscuro; que el color de rosa de mi vestido era el más parecido al de mi tez, y que cuando se es joven y se tiene el alma llena de ensueños, es delicioso bailar durante una noche de verano. ¿Me dijo Miguel todas estas cosas? Me parece que no hizo más que sugerírmelas; pero, comparados con él, los demás danzantes me parecían torpes, fastidiosos; me contaron éstos sus hazañas en el tennis, me explicaron detalladamente los programas de sus asi gnaturas; se divertían allí como unos chiquillos, y a mí me gustaba ya más soñar, que reírme. Volvió Miguel a buscarme, y bailamos de nuevo; esta vez hablé yo; me sonreí. Hablé más que él; probablemente hablé demasiado. Nos acercamos al balcón para contemplar la estrellada noche. En el jardín, adormecido, debían de estar en flor las acacias, pues su aroma ascendía sin cesar hasta la balaustrada sobre la cual estábamos acodados. Me acordé del balcón de Roxana, del de Julieta, y mirando al cielo por entre los tejados me pregunté si iría aquella misma noche el amor en busca de Brígida. El amor... no, no era tal. Mientras yo bailaba con otros amigos de mi hermano, vi a Miguel que conversaba con mi amiga Mercedes con la misma voz burlona, sugestiva y acariciadora que había empleado conmigo. Y Mercedes rae dijo luego, riéndose a todo reír: j Qué flirt es el tal Doret I Procura sugestionarnos a todas; pero conmigo pierde el tiempo, i A mí no me embauca! Al oír esto sentí que me dominaba una congoja muy grande. ¡Pobre Brígida! ¡Qué boba! ¿De modo que te basta con que una pareja te diga cuatro lindas frases para que le tomes por un Romeo? Antes se llamaba a eso piropear; pero siempre es peligroso jugar a ese juego. Volví, sola, a apoyarme UE viste, abuela querida, en tu primer baile? ¿Quedaste encantada, o sufriste alguna desilusión? Yo sentí al mismo tiempo miedo y deseo de la apariencia de felicidad que se me ofrecía. D eseo, porque la vida de familia, tan dichosa, parece en algunos momentos un poco austera, a pesar de todo. No he acabado mis estudios, asisto a clase como una colegiala cualquiera; en casa hago labor de costura y ayudo cuando hay crisis de servidumbre. Con frecuencia oigo decir que el porvenir es incierto, y me aconsejan: ¡Aprende a trabajar, Brígida! j Prepárate para ganar con qué vivir si llega el caso! Nada de esto impide la Felicidad, con F mayúscula. Pero... las contrariedades nimias luchan con las satisfacciones modestas y en la pelea aparecen las tentaciones de fidelidad y de egoísmo. Cree uno que el goce dará alas a la ansiada Felicidad, y por esta creencia, al trasladarse al baile, como la Cenicienta, Brígida se dejó embriagar: perfumes, músicas, vestidos deliciosos, frases bonitas... la realidad triste desaparecía en la sombra, y la imaginación, mi amada imaginación, abría sus alas y dirigía el baile, cantando. Sí, me embriagué... Abuela Julia; en otro tiempo eran, bailarines y bailarinas, más reservados, sin duda, más taciturnos; se bailaba el vais con más comedimiento, sin decir una palabra; luego, la damisela, acompañada de su pareja, que llevaba guantes nuevos, volvía a sentarse junto a su madre y esperaba que otro joven, ceremonioso, hiciese una reverencia ante ella, solicitando la honra de ser aceptado para bailar una mazurca. Ahora la invitación se formula sin miramientos, y en cuanto acaba el baile se separan las parejas en medio del salón; la charla es franca, sencilla, amistosa, j Acaso no hacemos, muchachos y muchaclias, la misma vida? Nosotras compartimos los estudios y las diversiones de los jóvenes; ganamos los mismos diplomas, nos preparamos para- las mismas profesiones. Por esto cuando hablamos ellos y nosotras adoptamos en seguida un tono de camaradería. ¿Es mejor esto o lo de antaño? Durante las dos horas primeras todo me pareció encantador. Ya sé que bailo bien y que me sentaba a las mis maravillas mi vestídito de color de rosa. Además, cuando estoy contenta soy más agradable, y anoche me encontraba yo muy a mi gusto. Además me dijeron muchas veces que era bonita... Q

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