BLANCO Y NEGRO MADRID 03-03-1929 página 93
- EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
- Página93
- Fecha de publicación03/03/1929
- ID0005132504
Ver también:
LA M U J E R Y LA CASA LA QUE TENGA LA GKACTA SOBERANA POMPADODK... DE LA ANTE EL RETRATO DE LA EMPERATRIZ LA DIVINA CRIOLLA... JOSEFINA, lias: para las b e l l e z a s p r o f e s i o n a l e s Muchas veces, al ver los retratos de madama Récamier- -la divina Julieta- -o de la emperatriz Josefina- -la divina criolla- me he preguntado qué harían sus contemporáneas, menos perfectas de línea. No se trata ya de pudor o de recato, ni de una cuestión de moral. El problema es otro. Es, sencillamente, el de la mujer con el cuerpo deformado por las maternidades o, más simplemente aún, el de la mujer cuya belleza- -si la tiene- -reside únicamente en la expresión de su rostro. Baste ver el desastre de ciertas faldas cortas de hoy para comprender que esos trajes de madame Récamier y de la emperatriz Josefina eran, ante todo, orgullosa ostentación de superioridad a priori. Más todavía que las túnicas helenas. Las cuales siquiera, con sus abundantes pliegues y mantos en que se envolvían, tenían recursos para quienes no habían de inspirar los cánones de la estatuaria. A la mujer griega, sin embargo, uno se la representa siempre a modo de símbolo primaveral. Otras modas, en cambio, pudiéranse llamar modas crepusculares, otoñales. Y por eso, sin duda. Carnaval las vulgariza menos. El traje holandés, para casi y hasta para todo el mundo, compónese de una faldita de aldeana de opereta, de un corpino de terciopelo negro y de una cofia de fondo puntiagudo y alas picudas y levantadas. El traje de Saskia Rembrandt, con el empaque señoril de su cuello de encaje, resulta ¡ay! -demasiado severo. Digamos la palabra: puritano. La Holanda del diecisiete veíase mucho menos que la Francia del dieciocho. Pero Saskia, que no era ni io uno ni lo otro, parece una gran dama y una belleza. Este traje, que no pretendía tragársela y que se guardaba muy bien de descubrirla, podía hacer lo que jamás hicieron las modas reputadas por su gracia: realzar encantos que nada tenían para imponerse por sí mismos. Lo cual, al fin y al cabo, no deja de ser lo esencial. Margarita T elken.