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BLANCO Y NEGRO MADRID 03-03-1929 página 38
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BLANCO Y NEGRO MADRID 03-03-1929 página 38

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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I. ETRAS, ARTES, CIENCIAS Bueno, bueno- -interrumpió Martínez, que conocía la historia- pero empieza como Dios manda. Tú estabas colocado en la Banca Petrus, aquella casa austríaca... -En efecto. Y me habían despedido por mis desavenencias con el jefe de Cuentas corrientes. De esta desavenencia era causa mi manía de pedir anticipos d dinero. Teníamos este feo vicio los empleados de poco sueldo. Pero, ¿por qué, señor- -decía y repetía el jefe de Cuentas corrientes- por qué no ha de ser ordenado en sus gastos un chico que cobra sus buenos treinta duros? Vean ustedes al señor jefe de Caja, al señor jefe de Valores, al propio señor director del Banco, y aun a mí mismo- -decía- ¿Pedimos anticipos? ¿Ordenamos nuestros íjastos con nuestros ingresos? Pues ustedes no. Son verdaderamente incorregibles. Y usted, Riquelme, el peor de todos. Así no podemos continuar. Y, efectivamiente, como no podíamos seguir así, una mañana tomó tal violencia la disputa, que casi nos pegamos. Quedé en el acto despedido y en las peores circunstancias. Debía dinero en todas partes. La patrona me había leído varias veces el ultimátum; mis parientes me habían cerrado las puertas; amigos, no los tenía... i Qué horas más tremendas aquellas! iV Ie vi ya en la calle, abandonado de todo el mundo, hambriento... tlubo momentos en que me expliqué perfectamente el suicidio y hasta aplaudi con toda mi alma el que otros tan desgraciados como yo me liubieran precedido en ese recurso supremo para darme ánimos y señalarme el camino. Pero, sin duda, todavía no estaba escrito Al doblar la calle de Sevilla me encontré con López. Por éste supe que en la casa del duque de... se hab a producido aquella misma mañana una vacante de mucho sueldo y que yo debía solicitarla, ¿No tienes recomendaciones? -dijo- Será dificilillo, porque hay tiros para entrar allí. ¿No es paisano tuyo el duque? ¿Paisano? ¡Ya lo creo que sí! Y esto me inspiró repentinamente una idea y la fuerte resolución de realizarla. Y fué que, en lugar de hacerme presente en el establecimiento, resolví visitar al duque en persona y en su domicilio. De que ins recibiría no abrigada duda ninguna, tal como me hallaba de esperanzado y valeroso. Los amigos se habían apretado junto al narrador para no perder sílaba del relato. La batahola del café y hasta el humo denso eran como un barrera que les protegía contra los oídos y miradas indiscretas. Sólo una figurita poemática y misteriosa, solitaria en una mesa próxima, con la carita blanqueada y los labios mal pintados, asomaba por las ventanas obscuras de sus ojos un alma curio. sa, solitaria y triste, que rimaba muy bien con la soledad y amargura de aquellos bohemios envejecidos, holgazanes y eternamente pobres. Poseía yo en junto unas ocho pesetas- -dijo Riquelme- Entré en una peluquería y; después, t n un salón de limpiabotas. Luego me vestí, me arreglé bien junto al espejo la corbata y, como un general que va a ganar una batalla, salí de casa decidido, con gesto audaz y optimista. La patrona me dijo: ¿Va usted de boda, señor Riquelme? (Entonces no me llamó, como otras veces, Riquelmito, sino señor Riquelme -Voy a posesionarme de una herencia, señora mía- -respondí. Tomé el tranvía en Alcalá, llegué a Serrano, y luego, entrando por una callecita transversal, me hallé en la puerta de la lujosa vivienda. ¿Está el duque? pregunté al galoneado portero. ¿Qué desea el señor? -me preguntó, en lugar de responder. -Supongo que estará comiendo- -repliqué yo, haciendo el mismo juego- ¿Quiere usted pasar mi tarjeta? -Eso, arriba, los criados- -dijo, ya sin resistencia, mientras yo, con desembarazo, me colaba en el ascensor. Subo, doy mi tarjeta, vacila un momento el lacayo y desvanezco sus dudas, diciéndole; -Me. recibirá, no se preocupe. Soy de Beniasquín, soy paisano del duque. No tengo prisa. El lacayo, aturdido, me dejó pasar. Entré en el despacho, que tenía una alfombra gruesa y blanda como un colchón. Desde allí oía la risa del opulento financiero, que aquel día sentaba a su mesa al señor obi. spo, a un general y cuatro ex ministros. ¿Equilibrio europeo? ¿Paz universal? Mientras los poderes que Su Ilustrísima y yo representamos se hallen, como ahora, en la mejor armonía... oí que decía el duque con aquella su voz sonora y cálida. El criado volvió para decirme que sería recibido: Tendrá usted que esperar. El señor está en la mesa. -Si, sí; ya le he dicho que no tengo prisa. Los primeros diez minutos de espera no alteraron mi serenidad ni mi resolución. Admiré las pinturas, los tapices y las mil chucherías y estatuillas que ocupaban las repisas y la mesa. La luz entraba con cierta respetuosa cortedad, tamizada por los stores del balcón. Recuerdo los arte sonados del techo, magníficos. Los comensales, como si se diesen cuenta de que eran oídos, bajaron la voz. Hasta mí ahora llegaba un rumor vago, como bisbiseo de rezos. Lentamente iba sintiendo que me caía encima una sombra poderosa y enorme: la sombra del pasado histórico que representaban aquellos retratos y estatuas. Notaba que se me filtraba en el alma una fuerza, una energía, un extraño respeto terrible y que ponía sobre mis labios el índice de hierro, ordenándome silencio. Veía disiparse todo mi valor, mi serenidad, mi audacia. ¿Quién era yo y con qué derecho penetraba en aquel des-

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