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BLANCO Y NEGRO MADRID 03-03-1929 página 33
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BLANCO Y NEGRO MADRID 03-03-1929 página 33

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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LETRAS, ARTES, CTBNCIAS ¿Drama? EL F A N T A S M A DE UN AMOR AL casado José María Valdés, contrajo poco tiempo después de su matrimonio una pasión de ánimo que le turbaba cruelmente. -i Por qué entre tantas mujeres como Dios puso a mi alcance habré elegido la menos dispuesta a hacerme feliz? ¿Qué absurda obstinación me cegó para que, contra cl parecer de todos los que conocían a Irene, empezando por el de mis padres, me decidiese a dar un paso que, por lo irreparable, me había de costar tan caro? Irene no es bonita, ni inteligente, ni tiene aquel fondo maternal que en algunas mujeres se trasluce desde que hemos cambiado con ellas las primeras frases de amor. Es necia, frivola, impertinente, desordenada y manirrota. Sin que yo sea un hombre original en ideas, ni un artista, no logro, sin embargo, su aprobación diga lo que dig- a a propósito del asunto que sea 3 haga lo que haga. Ni siquiera he conseguido una sola vez que SÜ entere de lo que la he dicho. Su placer es llevarme la contraria en los términos más desabridos, sin reparar que a menudo, cuando discutimos o disputamos, personas extrañas a la familia asisten a nuestros desacuerdos. Todavía si fuese rica, yo me creería obligado a ser un poco indulgente con ella; pero esta mujer sin el menor encanto, estiipida y terca, no me ha traído un céntimo. Por carecer de toda aptitud interesante, ni siquiera ha servido para darme (ios o tres hijos que me hubieran hecho tolerable la intimidad conyugal. Entonces, Dios mío, ¿por qué la soporto? M De ese tono moral solían ser las reflexiones de Valdés cuando el ánimo, distraído (le algún trabajo absorbente, se le quedaba ccioso. Toda situación espiritual sin salida acaba por encadenarnos a una idea fija, y es jjreciso tener un temple de carácter excepcional para sobreponerse a las obsesiones. José María Valdés, como la mayoría de los sentimentales, propendía morbosamente a la introspección, que no es, en definitiva, sino una forma vulgar de torturarse. Sus amigos solían recomendarle que se divirtiera fuera de casa, sin cuidarse de las consecuencias de su proceder; pero como José María era tímido, no acertaba a emanciparse de ciertos prejuicios que él reputaba deberes. Somos felices o desgraciados, no por la influencia ajena en nuestro destino, sino por incapacidad para sobreponernos a esa influencia. Nuestro bien o nuestro mal no dependen de lo que haga el prójimo con relación a nosotros, sinO de la interpretación que demos a los actos y palabras de los demás. La mejor filosofía puede ser un oportuno encogimiento de hombros. Los que la practican son casi siempre felices, porque se hacen invulnerables a la malevolencia y a la perfidia. Una existencia monótona y sin sacudidas sentimentales como la que llevaba José María Valdés se prestaba mucho a que nuestro hombre estuviera dominado por la idea fija de su error conyugal. Eso de que un clavo saca otro clavo es verdad. Lo terrible para José María era que él no sabía dónde encontrar nuevos clavos que fuesen nn lenitivo para su obsesión. ¿Y si yo hiciera lo posible por enamorarme de otra mujer? -pensó en más de una ocasión. Pero como su temperamento era más sosegado que libertino, aquella idea no se hizo nunca tentación. El adulterio le repugnaba intuitivamente, no porque supusiera infidelidad a su propia mujer, sino por un respeto heredado de sus padres a la institución. En la casa de Banca en que trabajaba como contable había una mecanógrafa que le sonreía con simpatía, y, como todos los sentimentales, era tan inflamable, que veía a través de aquellas sonrisas, modalidad frecuente de la coquetería femenina, una invitación al amor. A solas, su fantasía desbordada construía todo un paraíso sobre aquella frágil cimentación. Veíase fugitivo con la mecanógrafa en un transatlántico con rumbo a América y a su mujer pataleando de rabia en el abandono pero luego, disipado el ensueño, su conciencia le reprobaba aquellos disparates. Un día, al entrar de servicio en la oficina, notó la ausencia de la muchacha. ¿Y Josefina? ¿Qué ha sido de ella? -preguntó al cajero, con la aprensión de que aquella ausencia estuviese justificada por una enfermedad. -No sé. Pregúntelo usted en la Dirección- -contestó el cajero sin desviar los ojos de su trabajo.

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