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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-02-1929 página 42
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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-02-1929 página 42

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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I J E T R A S ARTE 3 S, CIENCIAS a una mujer de las condiciones de Basilisa, tienen que ser unos señores extraordinariamente bondadosos. Tienen que ser unos señores correctísimos, de una paciencia sin límites, de una educación esmeradísima, de un carácter encantador... D. LUIS. ¡Oh, caballero! Muchas gracias. GERARDO. -Y he llegado a dos conclusiones... D. LUIS. ¿La primera... GERARDO. -Que ustedes son unos santos. D. LUIS. ¿Y la segunda? GERARDO. -La segunda... la segunda no ha sido más que una consecuencia de la primera. He pensado sencillamente: ¡qué agradable, qué risueña, qué feliz debe de ser la existencia al lado de los señores de Suárez! Y me he decidido a venir para hacerle a usted una proposición, un ruego, mejor dicho. D. LUIS. -Usted dirá... (Unos segundos, durante los cuales se ve que Gerardo Ascoitia no se atreve a hablar. Al fin, haciendo un esfuerzo, dice: GERARDO. -He venido para suplicarle a usted, para rogarle, para implorarle si es preciso, tenga la bondad de admitirme en su casa en calidad de huésped. D. LUIS. ¡Caballero! GERARDO. -Pagaré lo que me diga, me plegaré a sus menores deseos... ¡Pero tengan la bondad de admitirme a vivir en su compañía... ¡Se debe ser tan dichoso al Jado de ustedes 1 D. LUIS. ¡Supongo que todo esto es una broma! GERARDO. ¡Nada de eso! Sé que la casa es muy grande. Yo podría ocupar una alcoba cualquiera; no necesito más. Los trastos que tengo los meteré en un guardamuebles. Yo le aseguro que no seré un huésped molesto. No me levanto tarde, me gustan todas las comidas, no ronco ni al dormir, no salgo por las noches... Si les molesta a ustedes el humo, dejaré de fumar... Y en cuanto al precio, lo que a usted le parezca. Gano bastante, y, además, mis padres me dejaron una pequeña fortuna. D. LUIS. -i No sabe usted lo que dice! Eso de lo bien que se debe vivir a nuestro lado no es más que una fantasía, De buena gana me cambiaría por usted... ¡Vivir solo, sin que le pueda regañar a uno nadie porque viene tarde a comer o porque no se ha restregado suficientemente los zapatos en el limpiabarros... Bien pronto se arrepentiría usted de este paso. GER. ARDO. -No lo crea. Estoy convencido de que si me admite a su lado seré el hombre más dichoso del mundo. ¡Hágalo, aunque no sea más que como una prueba! D. LUIS. ¿Como prueba... Crea que me es imposible. A más de los motivos que le he expuesto, tengo otros que me prohiben complacerle. GERARDO. ¿Otros? D. LUIS. -Sí, otros. Ya sabe usted que la gente es muy murmuradora. Yo tengo una hija de diecinueve años... GERARDO. -Guapísima, bonísima y simpatiquísima. D. LUIS, ¿Cómo lo sabe? GERARDO. -Recuerde que uno de los primeros defectos que enumeramos al hablar de Basilisa fué el de su charlatanería. D. L U I S ¡Y a Pues bien, usted, que por su edad no es un chiquillo, comprenderá que tengo razón, ¡Y traer a vivir con nosotros, así de buenas a primeras, a un hombre soltero... francamente... (En este instante se abre la puerta del gabinete y Josefina, la hija de D. Luis, aparece por ella. Josefina es alta, es esbelta es rubia. Tiene, como hemos dicho hace V un instante, diecinucoe años, y, como no habíamos dicho, ttnos ojos claros y dulzones. En fin, que renne todo lo preciso para que Gerardo Ascoitia, que se ha puesto en pie al verla entrar, se quede mirándole embobado? JOSEFINA, ¡Perdón, Ko sabía que tuvieses visita, Va a marcharse después de haber saludado a Gerardo con tina graciosa inclinación de cabeza; pero éste la detiene con un gesto. GERARDO. -Señorita... perdone... Pero yo la ruego que no se marche. Necesito la mediación de usted, la ayuda de usted para que su padre me conceda un favor, un inmenso favor que he venido a pedirle. JOSEFINA. -Si es por eso... D. LUIS. -Josefina, te presento a D. Gerardo Azco itia... Ya sabes mi carácter, y cuando no puedo acceder a su petición es porque me es realmente imposible. Este señor pretende nada menos que venirse a vivir con nosotros. JOSEFINA. ¡Venirse a vivir con nosotros! GERARDO. -Debo advertir a usted que las razones en que he fundado esa pretensión son muchísimas y justificadas todas ellas. D. LUIS. -Es inútil que sigamos hablando no conseguirá que cambie de opinión. Se levanta. Gerardo Azcoitia se levanta también. Gamina ha- cia la puerta, y ya en el dintel de ella, cuando parece que va a despedirse, se vuelve de súbito y, avanzando hacia D. Luis, le dispara lo siguiente: GERARDO. Caballero, tengo el honor de solicitar la mano de su hija. D, LUIS, -Pero, señor mío. ¡está usted mucho más loco de lo que supuse en un principio 1! GERARDO. ¿Que estoy loco porque me atrevo a pedir la mano de una muchacha joven, bonita, inteligente, bondadosa... D. LUIS. Pero es que i así como así! JOSEFINA que se ha quedado durante un buen rato sin saber qué decir) -Claro... Compréndalo... Sin conocernos. GERARDO. ¿Cómo sin conocernos... Yo

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