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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-02-1929 página 40
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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-02-1929 página 40

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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I. ETÍIAS, ARTES, CIEXCIAS sulfures a las tres y cuarenta, cierre de la emisora... CRIADA entrando) ¿Se puede? D. LUIS. -i Qué ocurre, Apolonia? CRIADA. -Un caballero pregunta por el señor. D. LUIS. ¡Un caballero! ¿No ha dicho cómo se llama... CRIADA. No, señor; pero me ha dado este cartoncito. (Le da una tarjeta de visita D. LUIS leyendo) Gerardo Azcoitia. Arquitecto... ¡Pues no le conozco... ¿Estás segura que ha preguntado por mí... CRIADA. Como que me dijo el nombre del señor de carrerilla! D. LUIS. Bueno, pues... dile que pase. (Vase Criada. Verdaderamente, no sé quién pueda ser. (Leyendo nuevamente. Gerardo Azcoitia. Arquitecto... ¡Vaya, que no caigo... Por más que... sí, sí... Seguramente. He oído decir que el casero quería vender la casa, y este arquitecto de seguro que viene... S í? interrumpe. Por una de las laterales acaba de aparecer la figura elegante y siinpática del arquitecto. Gerardo Azcoitia es alto, tiene treinta y dos años y saluda a don Lilis con una reverencia que hace oscilar a las dos rayas impecables de su pantalón. Don Lilis se alza de la mecedora y mira, no sin cierta inquietud, sus zapatillas de orillo y su catnisa de dormir! GERARDO. ¡Caballero... D. LUIS. -A sus órdenes... GERARDO. -Si no me equivoco, usted es D. Luis Suárez. D. LUIS. -Desde hace cincuenta y tres años, seis meses y veinticuatro días. GERARDO. -No lo diría nadie; parece usted mucho más joven. D. LUIS. -1 ¡Y eso que me encuentra sin D. LUIS. ¡Acabáramos! Supe por mi mujer que Basilisa tenía ya una nueva casa; pero ignorábamos dónde y a quién prestaba sus servicios. GERARDO. -Yo- permítame que le cuente cosas que seguramente no le importan- -soy soltero y vivo solo. Hace unos veinte días, coincidiendo con la época en que ustedes despidieron a Basilisa, tuve que prescindir de los servicios de un ama de gobierno que durante dieciséis años ha estado a mis órdenes. D. LUIS. ¿Acaso se ha casado... GERARDO. -No, señor; nada de eso. Catalina, así se llamaba mi antigua ama, ha podido permitirse el lujo de dejar de servir. Yo soy un hombre de costumbres modernas comulgo con las sanas ideas que han dado lugar al nacimiento de instituciones tan saludables como el Instituto Nacional de Previsión, y, ya que no pueda proporcionar a los sirvientes que tengo a mi servicio un retiro para poder acabar felizmente sus días, me limito a no tomarles jamás la cuenta de la compra. De este modo, si ellos son ahorrativos, pueden, con lo que me sisan, labrarse en poco tiempo un mediano pasar que les permita ver sin gran intranquilidad el día de mañana. D. LUIS. ¡Es una idea admirable! GERARDO. i Muchas gracias! Pues bien; como le iba diciendo, Catalina abandonó mi servicio; entonces fué cuando Basilisa se presentó a pretender el cargo vacante. Yo la admití en seguida, y si alguna duda hubiera habido en mi mente a buen seguro que la hubiere disipado el certificado que me presentó y en el que personas tan honorables como ustedes aseguraban haberla tenido durante diez años a su servicio. D. LUIS. -En efecto. afeitar... Perdone que le reciba así, de cualquier manera... GERARDO. -Si en este momento tiene que pedir perdón alguien, ese alguien soy yo. (Una pansa, durante la cual D. Luis Suárez se queda mirando al techo como preguntándose: ¿A qué vendrá aquí este tíof El motivo de mi visita... Pero antes permítame que me presente. Yo soy... D. LUIS. -Gerardo Azcoitia, arquitecto. Eso, al menos, acabo de leer en la tarjeta que me ha entregado la muchacha. GERARDO. -Es cierto. Pero no es esa la personalidad con que vengo a visitarle a usted, sino con otra tal vez mucho menos complicada. D. LUIS. -Perdone; pero no le comprendo. GERARDO. -No tiene nada de extraño. Ha de saber usted que yo soy el actual amo de Basilisa. D. LUIS. ¡De Basilisa... ¿De qué Basilisa? GERARDO. -De Basilisa, la criada que tuvieron ustedes hasta hace unos veinte días. GERARDO. ¿Quién duda de una muchacha que durante diez larguísimos años ha permanecido en una misma casa? Nadie; absolutamente nadie. Asi, pues, sin inconveniente alguno, como le he dicho, la tomé a mi servicio. (Una pausa? Ahora bien; mi lealtad me obliga a confesar que me ha engañado. Basilisa no es, ni mucho menos, la criada ideal. D. LUIS. -Soy el primero en reconocer que tiene muchos defectos. GERARDO. -Es charlatana como ella sola... D. LUIS. -Y embustera... ¡Mete cada embuste! GERARDO. -Cuando se la manda a un recado no vuelve nunca. D. LUIS. -Y si luego le dice uno que ha tardado, le insulta. GERARDO. ¿Guisar? ¡N o sabe guisar! D. LUIS. ¡Qué me va usted a decir a mí... i Aún recuerdo la vez que puso sal en las natillas y el día que nos rebozó la merluza con polvos de los dorados... Porque esa es otra... ¡tiene una cabeza! GERARDO. ¡Se la olvida todo lo que se la manda! D. LUIS. ¿Y su costumbre de estar siem-

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