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BLANCO Y NEGRO MADRID 13-01-1929 página 36
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BLANCO Y NEGRO MADRID 13-01-1929 página 36

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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LETRAS, AKTES, CIENCIAS producción es el estilo: el sonidOj la lozanía, la consistencia y la vivacidad del decir, la expresividad de las palabras, el dibujo de la frase, la malicia didcísima del acento que da un alma nueva aun a las frases hechas y corrientes; toda la nerviosidad y sensualidad del lenguaje que le caracteriza. Borgese, Cecchi, Serra, Prezzolini y Ambrosini hicieron justicia al autor de Piccole storie del Mondo grande al estudiar toda su obra. El arte de Alfredo Pansini es %i n arte perfecto de ejecución. Dijérase un microcosmos en el cual no hay ni abismos, ni cimas, ni grandes asechanzas, ni grandes peligros; sino que todo él está iluminado y revestido de colores no proyectados fanfarronamente sobre los objetos, sino nacidos con los objetos mismos y llegados a ser una sola cosa con ellos, como en una hoja o en una flor se funden el color y el tejido. En la bella prosa de sus páginas se compenetran en nupcias de consubstancialidad su inspiración netamente personal v sus motivos de vida que le sugiere el mundo cir- cunstante. Su ironía es dulce y resignada. Sus personajes están tomados del natural, sin deformaciones, transformaciones ni conversiones retóricas o éticas, y los problemas humanos, coetáneos, e ue este filósofo- artista describe se nos muestran incorporados a su propio vivir y, despules de vestirlos o presentarlos en imágenes, no los resuelve: los deja ir por el mundo juntamente con las figuras de su novelística, sin renovaciones ni violencias, tal como en la vida se producen y deben perpetuarse en su espejo, la literatura. Y espejo luminoso, más que escalpelo, quiere ser la pluma y el arte de Alfredo Pansini: como su cátedra es al par observatorio y laboratorio; como su copioso mundo de cuentos y novelas es sutilísima vibración y convivencia de su íntimo vivir y del mundo exterior. Justo es difundirle. ¿Cómo no leerlef Ved aquí uno de sus cuentos, tomados al azar. J odoifo Gil. EL NIÑO DE ACERO Luciano es un pequeñuelo, el primero de clase. Por la mañana es su aya quien lo acompaña al colegio; pero, por la tarde, es siempre su madre, la condesa, quien lo va a recoger. Y sus maestros, los Reverendos Padres, le despiden con graciosas palabras, y muchas veces le han dicho: -Luciano ¿Quieres llegar a ser un gran hombre? Para la condesa es este hijito su mayor consuelo: un lirio crecido entre espinas; porque su padre ha sido el hombre más loco y enviciado de cuantos hicieron en el mundo desgraciada a una mujer. ¡Bien que vive lejos, y ni siquiera sabe que tiene un hijo así! Alguna vez, la condesa se contempla en los ojos de su niño: los ve tan grandes y nobles, y le parece como si sorprendiera en ellos un chispazo de la locura que arrastró a la ruina al padre. Pero no: es un chico formal, a más de ser el primero de clase. Quizá está un poco delicado, pero ya ganará fuerzas. Esta primavera lo confirmaron; la inadre le vistió de elegante terciopelo negro, medias de seda blanca, y al cuello, una valona de encajes preciosos. Un cardenal, viejecito, puso en su frente el crisma; luego, el pequeñuelo dio una vuelta con sus compañeros por la iglesia, penetrado de aquella devoción que exigía un don de tanta estimación como el que signaba su frente. Mirábanle todos a punto de parecer él sólo digno del crisma, y la mamá gozaba con ello en lo hondo de su corazón. Tal vez este chico se fija demasiado en todo lo que oye y ve. No habla, no pregunta; pero, después debe sondar en su cerebro ciertos laberintos de los más extraños pensamientos, y muchas veces ha sucedido esto: que damas y caballeros, indiferentes a la presencia del muchachito, han dicho allí en el salón hartas cosas de las cuales Luciano, al cabo de una semana, preguntaba a su madre qué querían decir. Pero, i quién se acordaba ya de ello? Y ¿cómo sospecharlo así a su edad? ¡Tremendas preguntas, que hacían a su madre sentir escalofríos! Si ella daba ésta o la otra explicación- -No, mamá- -replicaba él- Créelo; no es asi. Lo he pensado perfectamente. -Pero, ¿qué pensar tú? ¡Es que el padre profesor nos dice siempre: Debéis pensar, pensar! Y, además, mira el libro lo que dice: ¡Hay que pensar alto! ¡Todo depende de pensar alto! Acaso Luciano es también de una sensibilidad desmedida. ¡Cuánto ha sufrido por la muerte del padre Cristóbal en L o j novios! Tal era su veneración por el padre Cristóbal, que, cuando desobedecía, bastaba decirle: i Cuidado, que lo voy a contar al padre Cristóbal! E inmediatamente se corregía. i Ah! ¡Qué mal hizo el maestro con decir en clase que un hombre tan perfecto como el padre Cristóbal no había existido nunca! ¿Y Atilio Régulo, encerrado en un tonel de hierro? -Ello ocurrió hace tres mil años, nene mío- -le dijo la mamá. Mas, para Luciano, es por igual dolorosa 10

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