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BLANCO Y NEGRO MADRID 13-07-1924 página 32
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BLANCO Y NEGRO MADRID 13-07-1924 página 32

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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cuatrocientas libras anuales y que su padre, el viejo señor Gillingham, propietario de extensas y ricas tierras, había interrumpido aquel dia su obligada lectura de la Gaceta Agrícola a la hora del almuerzo para preguntar a su hijo qué era lo que pensaba hacer de su vida de allí en adelante. Ver el mundo- había contestado Antony. -Bueno, pues envíame unas líneas desde América cuando llegues, o desde cualquier otro punto en donde te halles. -Está bien- -había replicado Antony. Y el viejo Gillingham se había enfrascado de nuevo en su lectura. Antony era hijo segundo, y su porvenir interesaba a su padre bastante menos que las cuestiones de ganadería y cultivo de tierras de que trataba la ya mencionada Gaceta. Lo célebre del caso es que Antony no pensaba marcharse lejos, ni siquiera pasar de Londres. Su frase ver mundo significaba conocer gente, no países, y realmente nada como una gran capital para hallar cuantas variantes de la especie humana pueda desear el aficionado a la psico. ogía. Lo único que hace falta es tiempo y deseo de buscarlas. Antony dedicó a su empeño ambas cosas, y, para mejor lograrlo, no se contentó con ser mero espectador de la vida, sino que actuó en distintas fases de ella, representando cuantos papeles halló a su alcance, ora el de ayuda de cámara, ora el de periodista o camarero, y hasta el de hortera. Con la independencia que le aseguraba su renta érale sobradamente fácil llevar a cabo su propósito, con un desprendimiento en cuanto a la remuneración del trabajo que más de una vez sorprendió a sus patronos. Por aquel entonces contaba Antony treinta años de edad, y su presencia en Woodham obedecía tan sólo al hecho de haberle agradado el aspecto i rural y tranquilo de dicha estación. La dueña de la fonda The George, único alber! gue que había en el pueblo, se mostró encantada! de recibirle como huésped, y le prometió que en el curso de la tarde iría su marido a la estación i a recoger la maleta. i- -El señor querrá almorzar, ¿verdad? -pregun tó luego con obsequioso gesto, i- -Sí, pero no se preocupe; tomaré cualquier cosa; fiambres, si los tienen. I- ¿Qué le parecería al señor un poco de terne ¡ra asada? -replicó el ama, como si tuviera vaj rios platos preparados y en disposición de ser seri vidos. i- Bueno; tráigame también un cuartillo de ceri veza. I Mientras el viajero comía hízole compañía el i dueño de la fonda. Antony le convidó a cerveza, j y el hostelero no tardó en charlar por los codos. I- -Debe de ser muy entretenido tener una hosI tería- -dijo Antony, pensando que quizá fuera lleI gado el momento de desempeñar un nuevo oficio. I- Como entretenido, no sé qué decirle a usted; I por lo demás, a nosotros nos da para comer, y i siempre sobra un pico para ahorrar. I- L stedes lo que debían hacer era descansar I una temporada- -dijo Antony, contemplando al I hostelero con aire meditabundo. I- i Hombre, tiene gracia que también a usted se j le haya ocurrido eso! Ayer me decía lo propio un señor de la Casa Roja. Es más, hasta se brindó a ocupar mi puesto- añadió riendo. ¿La Casa Roja? j Cómo I ¿Se refiere usted a la Casa Roja que está próxima a la ciudad de Stanton? La misma, sí, señor. La estación de Stanton es la que sigue a la de Woodham, y la Casa Roja, que es propiedad del señor Ablett, está a una milla de aquí. Antony extrajo una carta de uno de sus bolsillos. Estaba dirigida a nombre suyo, y llevaba un membrete que decía La Casa Roja y más abajo, Stanton El pliego de papel estaba firmado con un diminutivo masculino: Bill i Pobre Bill! -murmuró para sí- Parece que las cosas le van bien, y me alegro. Antony había conocido a Bill dos años antes, en ocasión de hallarse el primero sirviendo como dependiente en un estanco. Algo en la manera de ser de Bill, su juventud y su ing enuidad quizá, había atraído a Gillingham desde el primer momento, y en el curso de una conversación provocada por la casualidad de encargar Bill Beverley unos cigarrillos que acababa de comprar, fuesen enviados a un lugar determinado salió a luz el hecho de haber conocido Antony a una parienta de Bill en una casa de campo a la que ambos habían sido invitados unos meses antes. Poco tiempo después habían vuelto a encontrarse los dos muchachos en un restaurant a la moda. Ambos vestían de etiqueta, pero Antony era el más distinguido de los dos. Del conocimiento habían pasado a la amistad, y, ya enterado Bill de la verdadera situación de Antony, habíase establecido entre ellos una verdadera e íntima simpatía y comprensión. Bill no podía desprenderse de cierta sensación de inferioridad respecto de su amigo, aun cuando las extravagancias de Antony le dejaban atónito, y en las raras ocasiones en que le escribía encabezaba sus cartas con la frase querido loco Antony decidió que. una vez terminado el almuerzo, subiría a la Casa Roja y visitaría a Beverley, y, en efecto, luego de satisfecho su apetito y examinada su alcoba (la que, sin ser un nido perfumado de espliego, como nos presentan los novelistas siempre las habitaciones rurales, estaba bastante aseadal, emprendió el paseo en dirección a la Casa Roja. Al entrar en la vieja avenida y aproximarse al edificio prolongaban sus perezosos zumbidos las abejas, las nalomas se arrullaban en las altas copas de los álamos y a lo lejos oíase el ruido de las máquinas de segar... en tanto, en el hall un hombre seguía golpeando una puerta y gritando Abre la puerta. ¿No oyes? ¡Abre la puerta... Hola! -exclamó Antonv asombrado, nenetrando en la casa y encaminándose inconscientemente hacia el despacho. CAPITULO III DOS H O M B R E S Y U N CUERPO Cayley, al oírle, se volvió súbito en dirección a la voz. ¿Puedo ayudar a usted? -preguntó Antony con cortés ademán. -Aquí ha debido pasar algo- -dijo Cayley con

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