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BLANCO Y NEGRO MADRID 30-12-1923 página 31
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BLANCO Y NEGRO MADRID 30-12-1923 página 31

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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LA I S L A DE VERDEMAR- f te de todo lo sucedido; me sentía seguro de encontrar en mi nuevo amigo un aliado leal e inteligente, que no dejaría de hacer cuanto estuviese en sus manos para llegar al fondo del misterio. Por desgracia, tropezaba con la misma dificultad de la tarde anterior... Era difícil contarle lo sucedido sin hablarle de miss De Roda y su extraña actitud. El mismo obstáculo surgía respecto a Ross, el otro amigo que me podía ayudar en la materia, y a quien no tendría más remedio que contar la aventura. Sin embargo, decidí que, mientras fuese posible, dejaría el nombre de miss De Roda enteramente fuera del asunto. Al llegar a este punto abrióse la puerta, y entró el propio Ross en la cabina. Traía en la mano una bandeja repleta de alimentos, de los que se destacaba un rico olor a café. -No sé lo que preferirás ahora- -me dijo- pero he reunido estas cosillas para que tomes algo. Eché una mirada sobre el pan tostado, el plato de huevos revueltos y el bloque de mantequilla fresca. -Para un aficionado no está mal, nada mal- -observé. -Bueno, pues manos a la obra- -prosiguió- dedícate a la bandeja y después oiremos tu historia. No te importa que fume, ¿eh? Sentóse en una esquina, sacó la petaca y encendió un pitillo. Sin pérdida de tiempo ataque los manjares depositados sobre mis rodillas, y al poco rato les di fin con una energía y un entusiasmo que hubiesen hecho honor a una plaga de langosta. -Vaya, ya me siento otro- -le dije con un suspiro de satisfacción- ahora llévate la bandeja y dame un cigarro. Lo encendí y me instalé cómodamente entre las almohadas. -No vayas demasiado de prisa- -me indicó Ross- tenemos todo el día por delante. Comencé por contarle mis experiencias desde el momento en que salí del barco la mañana anterior. Una sola omisión hubo en mi historia: dejé de hacer referencia alguna al desconocido de la nariz partida. Temía que, de un modo u otro, el individuo estuviese relacionado con los De Roda, y aunque carecía de fundamentos para tal creencia, no quería tomar riesgos inútiles. De sobra sabía que Ross, detrás de su aparente indiferentismo, ocultaba una inteligencia muy viva, y que la menor indicación podría colocarle en el camino de la verdad. Omití, por tanto, toda alusión a este asunto, y me dediqué a darle una relación detallada de mi conversación con Mr. Drayton y de las varias aventuras que siguieron a nuesti- a entrevista. Paso por paso le fui contando todo lo sucedido, hasta que finalmente llegué al punto en que di medía NOVELA, ORIGINAL DE VÍCTOR BRIDGES Con i l u s t r a c i o n e s d e N a r c i s o M é n d e z B r i n g a Continuación. j A A vez me sentía más seguro de D que mi llorado tío había sido un sinvergüenza completo, y de que el detective estaba en lo firme al atribuir a los remordimientos de conciencia su extraña afición a la soledad. También era posible que De Roda hubiese participado como cómplice en alguna de sus dudosas transacciones, en cuyo caso el desconcierto de la joven al enterarse de nuestro parentesco aparecía como cosa perfectamente comprensible. Esta, a mi modo de ver, era una explicación bastante lógica, y, por añadidura, la única que encajaba con las circunstancias del caso. Lo que no aparecía por parte alguna era la razón del atentado de la víspera. Dando por admitido que mi tío fuese hombre de mucha historia y pocos amigos, ¿qué rriotivo había para atentar contra mi vida de un modo tan decidido? ISTada tenía yo que ver con su. pasado, y, a menos que existiese otro heredero en segundo término, me costaba creer que mi desaparición de este mundo pudiese beneficiar a un solo ser viviente. Pero supongamos que, en efecto, existiesen personas interesadas en mi muerte. ¿Quiénes eran? Nadie, salvo Ross y Mr. Drayton, conocían de antemano mi cita con el notario, y yo mismo ignoré hasta el último momento la hora probable de mi regreso al barco. De estar preparado el ataque deliberadamente era casi cierto que el criminal había espiado todos mis movimientos, pues de otro modo le hubiera sido imposible hallarse en los Docks en el momento oportuno. De pronto, gracias a una súbita inspiración, vino a mi memoria un incidente de la víspera que había olvidado hasta ahora. ¿Quién era el señor de la nariz rota que flaneaba en forma tan sospechosa cerca del despacho en Bedford Row? ¿Era acaso alguien que me acechaba, y era su mano la que me había echado por tierra con tanta habilidad? Recordé una vez más el interés furtivo con que parecía observarme y la rapidez con que se había alejado al ver que su presencia no pasaba desapercibida. Cuanto más medité sobre todo esto más se afirmó la impresión de que el hombre de la nariz partida no era ajeno a mi aventura, y lamenté con toda mi alma no haberle interrogado en el acto, en conformidad con mi primer impulso. Pero ya era demasiado tarde, y no valía la pena de perder el tiempo en lamentaciones. Lo que me interesaba por ahora era mi porvenir inmediato, que contenía al menos la promesa de grandes acontecimiientos. El sentido común me aconsejaba la conveniencia de poner a Mr. Drayton al corrien-

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