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BLANCO Y NEGRO MADRID 23-12-1923 página 42
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BLANCO Y NEGRO MADRID 23-12-1923 página 42

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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í lili nuil II Recordé, después, que había visto en la calle de las Sierpes una preciosa colección de cuentos para niños, con láminas bonitas y lujosa encuademación. La escopeta, el fusil, el sable, una panoplia de torero y una coraza con su casco y sus pistolas lucharon un minuto con este últimiO antojo; pero, al fin, los libros vencieron, y mi elección hubiera sido ésa si yo no hubiese visto de repente uno de los tizones de la chimenea que despedía una misteriosa llama azul. Aquella llama íué creciendo poco a poco, alumbrando completamente la estancia. Cerré los ojos deslumhrado... y cuando volví a abrirlos lancé una exclamación de asombro. Tenía ante mí una muchacha hermosa, de rubios cabellos, de ojos como la endrina, vestida de blanco, como los ángeles, y ciñendo su cabeza una corona de extrañas flores. Púsome la mano en el hombro, y así me dijo: -Yo soy la maga de Navidad, y traigo a los niños juguetes mucho más bonitos que los que ellos quieren comprar. Pues que soy maga, puedo saberlo todo. He visto tus dudas y he venido para aconsejarte. ¿Quieres venir conmigo? ¡Oh, sí! -le dije entusiasmado. -i Vamos a la misa del Gallo 1 Tomé mi abrigo y mi gorra marinera y la seguí. Atravesamos silenciosamente los corredores. Las puertas se abrían y cerraban a nuestro pasoi Abrióse por fin la cancela... -Vamos a la iglesia de El Salvador, pero la misa no ha empezado aún- -dijo la maga, que me llevaba siempre de la mano- Entremos en casa del tío Juan... Era el tío Juan un viejo soldado a quien faltaba una pierna. Vivía miserablemente en un tugurio del barrio de Triana con una hija joven y hermosa que trabajaba en la Fábrica de Tabacos. Entramos en el cuchitril. El tío Juan, en el lecho, se quejaba dolorosamente. Hacía veinte días que estaba paralítico. La enfermedad había agotado todos los ahorros. -Mira y reflexiona bien- -me dijo la maga. Miré y observé aquel terrible cuadro de miseria. Yo llevaba en mis manos las tres monedas de oro. Las miré también furtivamente... Vi brillar sobre una la efigie de Carlos III, y la puse en la mano del viejo militar, que lloró de alegría y me dio muchos besos... -Ven- -me dijo la maga. Entramos en una buhardilla de la Macarena. Una infeliz viuda, con seis hijos, se habían acostado sin cenar. Aquella viuda había sido toda una señora por su educación y por su origen... Los chicuelos se despertaron pidiendo pan. -Menos aún tendrán juguetes- me dijo la maga al oído. Yo abrí mi mano, contemplé mi segunda moneda de oro y se la entregué. La pobre madre me estredhó entre sus brazos y lloró mucho. Fuimos por fin a la iglesia de El Salvador, Iba a comenzar la misa del Gallo. Vamos primero a la sacristía... -me indicó la maga. Don Benito, el señor cura, estaba revistiéndose. Era un sacerdote muy anciano que practicaba el evangelio, que era la providencia de los pobres, el 1 sostén de los desvalidos y el paño de lágrimas de sus feligreses. Con él aprendí la doctrina cristiana y la primera declinación latina. -Pregúntale- -di jome la maga- -por qué la víspera de Navidad tiene una sotana tan viejísima. Obedeciéndola, me acerqué a él. -Padre- -le dije- mi abuelita ¿no le ha dado a usted un poco de dinero hace unas semanas? -Sí, hijo mío; pero... dos feligreses se me han casado... ¿Y qué... -Pues que ella, la pobre, no tenia ropa nueva para la boda, y yo pensé que mi sotana vieja podría tirar hasta la otra Pascua... Por tercera vez abrí la mano y examiné mi última moneda. Llevaba la efigie de Isabel II. -Señor cura- -le dije, entregándosela- ahí tenéis, para vuestros pobres... ¡Dios te bendiga, hijo mío, como te bendigo yo I- -hubo de responderme el sacerdote. Busqué a mi maga de Navidad, pero había desaparecido... Al año siguiente me hallaba yo en el internado de los Escolapios. ¡Cómo echaba de míenos la sala de mi casa y las entretenidas narraciones de la abuelita... Fuimos a la misa del Gallo celebrada en la capilla del colegio, y subimos después a los dormitorios, alineados en la soledad de un pasillo interminable... Sobre mi cama encontré una diminuta bolsa de seda. En esa bolsa había tres monedas de oro. Eran de la abuelita. ¿Qué haré con estas monedas ahora que tengo sobrados libros y en camb o no tengo libertad? -Maga- -murmuré inconscientemente- Maga de Navidad, ¿en dónde estás? ¿No quieres aconsejarme... La maga surgió de pronto ante mí. -Ven- -me dijo cogiéndome cariñosamente de la mano. Atravesamos los corredores y fuimos a parar a la sala de estudio, donde un condiscípulo mío, faltando al reglamento, escribía una carta... Manuel era más juicioso que yo, menos alegre que yo; siempre triste, siempre ensimismado, a pesar de sus catorce años... -Lee- -me ordenó la maga. Leí io que el colegial estaba escribiendo. Era esto: Querida hermana mía: Tengo mucha pena porque es Navidad y todos los niños tienen aguinaldo ¡y yo no puedo enviarte nada! Mamá está muy pobrecita, y gracias a que ha conseguido que una gran señora muy caritativa me pague este colegio. No apuraros. Algún día yo seré militar, como papá (que en paz descanse) y entonces tendréis aguinaldo las dos... No pude seguir leyendo. Abracé a mi amigo, que se volvió estupefacto y avergonzado. -Mira- -le dije- acaso llegue un día en que podamos dividir nuestro dinero. Toma la mitad del aguinaldo mío y envíaselo a tu hermanita... La maga me dio un beso y desapareció. Muchas Navidades, ¡muchas! pasaron, y yo no volví a ver a la maga. La muerte me dejó solo o casi solo en el mundo. Mi madre queridísima dormía bajo tierra, habiéndose llevado un trozo de mi alma... Yo era hombre, y vivía en esta gran vorágine que se llama Madrid, ¡La vida había

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