BLANCO Y NEGRO MADRID 30-09-1923 página 24
- EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
- Página24
- Fecha de publicación30/09/1923
- ID0005515756
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sin adulación, la personalidad del juez; tratóle con infatigable cortesía, y mostróse servicia! con él en todos los detalles. Los relatos de sus aventuras, de sus correrías, lascinaban a Santiago, hombre metódico, como los cuentos de hadas dejan embaucados a los chicos. Y la delicadeza de sus regalos, de aquellos objetos extraños que ocuparían puesto preferente entre los cachivaches de su despacho, le anonadaron de gratitud. El abrió su corazón y su casa a tales finezas, y Luciano Guevara diversas veces honró con su asistencia la mesa de la casa del juez. En las narraciones maravillosas que hacía de su éxodo por el mundo entero mezclaba hábilmente, en proporciones justas, lo pinto; e. sco con lo sentimental. Y matizaba de realidad los momentos de peligro que había corrido su vida, con sus quebrantos, sus privaciones, sus angu. stias, sus infinitas zozobras, y aquellos otros de satisfacciones y locuras sin cuento que le habían dejado gustar. con ansia insatisfecha, todos los placeres de la tierra. Y siempre, de un modo prudente, llano y natural, estudiado como si hubiera de dejarlo escrito en páginas sutiles para las manos de las más recatadas doncellas, soslayaba referencias de intensos episodios amorosos, describiendo las cualidades superiores, los extravíos y las seducciones de las mujeres que le habían amado, siempre bellas, espléndidas y aromadas por el misterioso interés con que él hablaba de ellas, con reticencias, equívocos y frases de doble sentido. Mercedes, oyéndole, justipreciaba íntimamente sus encantos, sintiéndose satisfecha de poseerlos en grado capaz para, si quisiera, rivalizar con las más exaltadas heroínas de los amatorios episodios de Luciano. Complacíase de haber reaparecido a los ojos de su antiguo novio, después del tiempo, rodeada de todas aquellas condiciones que avaloraban su cualidad de m ujer hermosa y buena: tener un marido representativo y rico, una ca a lujosa y magnífica servidumbre numerosa, carruajes elegantes, vestidos costosos y valiosas alhajas, como si ella, merecedora de todo, hub ese cambiado en mejor su suerte al no haberla unido, por designio providencial acaso, al hombre voluble y aventurero. Asi, llegó un momento en que Mercedes sintió miedo de aquella Éamiliaridad que su marido brindaba a su antiguo amado, creyendo que a. gasaiaba simplemente a una persona ligada a la familia por el parentesco que le unía con su cuñado Braulio. Y hasta ocurrió que un incidente surgido entre Mercedes y Luciano había alejado a éste de la casa por imperiosa voluntad de aquélla. Fué una tarde en eme. por un momento, se hallaron solos. Había salido el señor Astorga a! despacho a buscar los cigarros, mientras ella quedaba al piano, en el salón, con las amplias maderas del balcón abiertas, por donde entraba la viva luz del apacible día otoñal. El estaba sentado perezosamente a! borde de una butaca, meciendo sus pierras cruzadas. De súbito, al quedar solos, TAiciano se había levantado. Y acercándose mucho, con una idea fija, con los ojos clavados en ella, dejó un cálido beso en su cuello desnudo. T. as manos de Mercedes, revoloteando sobre el tec ado. vacilaron instantáneamente. Queljróse un i punto el ritmo de la melancólica sonata que des- granaba sus notas en el ámbito encalmado de la casa. Y la mujer, airada, digna y altiva, como una reina ofendida, sólo supo alzarse un momento del asiento para lanzarle una de esas miradas terribles y profundas que paralizan la sangre en el corazón, como el picotazo de un proyectil que atravesara el pecho. Además, antes, al darle los regalos, Guevara le había hablado de las cartas de ella, que todavía poseía, como un romántico recuerdo, sujetas con su cinta azul, y que conservaban aún un hálito de su perfume juvenil. líllo sumió en nuevas zozobras y temores a Mercedes Heredia. aunque sabia que sus escritos, que podrían parecer dictados por cualquiera de ¡as monjitas que tuvo de profesoras en el colegio donde se educó, en nada habrían de comprometerla. Pero se propuso, con todo, rescatarlos desde aquel instante, más que por otra cosa, por la inocente puerilidad de que quedaran ocultos por siempre para su marido los retazos fehacientes de unos amores juveniles ignorados por é! Asi, cuando Luciano había anunciado su marcha para dentro de muy próximos días, ella se permitió suplicarle: ¡Has de darme las cartas antes de irte! Y él, sagaz y atrevido, más or vanidad que por amor, había propuesto: ¡Si accedes a que nos veamos a solas! ¿Crees que debo exponerte al riesgo de traértelas a tu propia casa? Y por todo ello, un día. al cabo, quedó convenido. El había insistido, diciendo que se trataría (le un simple paseo, en un coche del Círculo, por la Castellana, el Retiro o la Moncloa. Y Mercedes consintió, no sólo por rescatar las cartas, sino movida de un morboso interés de curiosidad, alucinada por la sugestión de la aventura, aunque ella sólo supiera disculparse a sí misma con la idea de que acudiría para demostrarle su temple de mujer fuerte. Que Luciano supiera que no la intimidaba siquiera la sospecha de que la cita propuesta un día y otro con insistente tenacidad fuese un lazo tendido con bien distinto ropósito que el de entregarle las cartas y obtener su perdón por lo pasado. Acudiría, sí. Daría una merecida lección al cínico, a quien haría comprender con su actitud que no todas las mujeres son iguales y que en el mundo había aún una, al menos, fuerte, enérgica e invencible, incapaz de rendirse a los halagos tiernos ni a las infamantes amenazas. El sentiría, de fiio. el ridículo espantoso del desprecio, y la olvidaría ya de una vez para siem. pre. dejándola tranquila en el refugio de su deber y conservándose digna del hombre bueno y honrado que le d ó su nombre. Mercedes hízose tales reflexiones en tanto aue se vestía cuidadosamente para acudir a la cita. Prefirió un vestido de paño obscuro, extremadamente sencillo, sin adorno alguno, que prestaba muy bien a su elegancia natural. Primero, casi inconscientemente, había elegido entre las mejores de sus armarios las más finas y primorosas ropas interiores, que se vistió con el cuidado de una novia. Se calzó el zapato de ante café, modelo que le hacía el pie más pequeño y púsose las mejores medias de seda de igual color. (CONTINUARA N EL NUMERO PRO. KIMO)