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BLANCO Y NEGRO MADRID 12-08-1923 página 42
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BLANCO Y NEGRO MADRID 12-08-1923 página 42

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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de lechuga, de un verde tierno; al través de la cla- Dudó que fuera posible encontrar en el mundo raboya de mimbre adivinábanse vainas de habas. entero, una comadre más charlatana, y habló con Un ragoiit de buey esparcía su intenso olor en desprecio de estos lugarejos en los que apenas se la cocina, cociendo lentamente, sobre un fuego de piensa en levantar un dedo cuando ya lo sabe toda li com. arca. leña, a la antigua usanza. Pascualina volcó su cesta encima de la mesa. liabia erguido su elevada figura y me miraba de Esparciéronse sobre ésta frutas y legumbres, nvez- a; ¡iba a abajo. Jamás me pareció tan alto. Yo perclando sus colores. Pascualina dispúsose a desgra- nianecia humildemente ante él, adivinando que me nar las habas. Las largas vainas, blandas y vello- incluía en la reprobación en que envolvía a las sas, cual las orejas de un animal, crujían entre chismosas sus dedos con un ruido seco y monótono. Las ha- Creyendo repararlo todo, arriesgué: bas saltaban, semejantes a gruesas almendras, y, -No hay motivo para enfadarse; Pascualina... como buena mujer de su casa, Pascualina regociNo me dejó terminar; declaróme burlonamente jábase de su compra. que no estaba enfadado, y se separó de mí; quedé ¡Van a hacernos un gran plato! ¡Un plato más aturdida que jamás lo estuve desde su llegada nutritivo y sano! al Torreón. Me acerqué a la vieja provenzal para ayudarTemía volver a encontrarme delante de él. Sin la; comenzó, entonces, su desembalaje embargo, a ia hora del almuerzo me vi obligada- Esta noche las ratas se han comido los gui- a ello. santes del padre Tacchino... ¡Unos guisantes que Entró en la sala. La expresión de su rostro era no necesitaban más que ser cogidos! No se puede hermética. Gilberta lo notó y, llena de solicitud, negar que en el mundo hay bichos dañinos, que interrogó: nadie sabe para qué sirven. ¿Se halla usted indispuesto? Sin detenerse a escrutar los designios misterioEl señor Dalligny respondió negativamente; sin sos de la Providencia, Pascualina dio otra noticia. duda quería precaverse contra algún nuevo sello- -Hay difteria en Mougins... Y siguen sin mé- con que no habría dejado de obsequiarle mi herdico... ¡Oh, hay tiempo de morirse antes de quemana. puedan llegar los de Grasse o del Cannet! H a ataLa comida fué triste. Afligíame en extremo la cado a los hijos de los Bernard... ¡Dos hermosos torpeza que había cometido. Figurábame que el niños que parecen dos angelotes! joven estaba muy irritado conmigo. Habiendo concluido de desgranar las habas, PasLas ventanas de la sala hallábanse Cerradas, a cualina se levantó. causa del calor. Saturaba la atmósfera el perfume- ¿La señorita sabía ya que estaban enfermos de las frutas, que colmaban los fruteros. Gruesas esos dos mocosos? moscas zumbaban en torno de la mesa. Pascualina- -No, por cierto. ahuyentábalas, sin contemplaciones, con una ser- -i Es posible! j Pues si dicen que hace tres no- villeta. Se alejaban e iban a chocar contra los viches que el señor Dalligny va a velarlos! Hay que drios; luego volvían, tenaces. reconocer que en este mundo hay también persoYo no tenía apetito y entreteníame en dar de nas buenas... La pobre madre se halla agobiada... comer a Maro y en contemplar el fondo de mi No puede atender a todo. servilletero, en cuyo interior la luz y la sombra ¡Era, pues, por esto por lo que la noche ante- jugueteaban, trazando sobre el mantel un dibujo, rior vi salir a Bernardo! ¡Y yo, que... ¡Oh, en que complacíame en ver el aspecto de una flor Dios mío! desconocida. Mis mezquinas sospechas causáronme tal remorEn vano Gilberta esforzábase en animar la condimiento, que resolví dar al joven una reparación. versación. Sus palabras caían en el silencio como No tuve que buscarle. Le encontré en el descan- en un abismo. sillo de la escalera, al salir de la cocina; y yo, que Mi hermana vestía aquel día un traje de musesentía siempre timidez al dirigirme a él, le hablé lina blanca. Había observado que al señor Daesta vez sin el menor embarazo. lligny no agradábale la excesiva elegancia; su ata- -Acabo de saber lo que hace usted por los hijos vío era de una gran sencillez. Ampliamente escotada, su corpino dejaba al descubierto el cuello de la señora Bernard... ¡E s admirable! Había en mi acento una convicción absoluta y y parte del pecho, de un tono lechoso y nacarado. Si Gilberta hubiese poseído un cutis feo y obssincera. El señor Dalligny me miró como si le hablase curo, su escote no habriame enojado; pero como lo que ofrecía a los ojos del señor Dalligny era en el idioma de otro planeta. Insistí: encantador, consideré de súbito que el atavío de- -Sí... esos niños que va usted a velar. Enrojeció intensamente. Comprendí que mis elo- mi hermana resultaba muy indecente. gios desagradábanle. Ella, además, habíase puesto aquel traje, que- ¿Quién le ha dicho a usted eso? -replicó con yo no conocía aún, con el fin exclusivo de llamar la atención del joven. Viendo que él permanecía voz brusca. Su tono acabó de desconcertarme. Me di cuenta indiferente, provocóle así: de cuan torpes puede trocarnos el amor. Yo, que- -No me ha cumplimentado usted todavía por temía constantemente pronunciar una palabra, ha- mi toilette... cer un gesto que pudiese herir a Bernardo, conEl señor Dalligny hizo con la mano un ademán i cluía de tocar el tema que le enojaba. evasivo. -Pascualina... -balbuceé. ¡O h! No entiendo nada de esas cosas... I Entonces, el señor Dalligny afirmó secamente- -Es usted demasiado modesto... Su juicio rei que Pascualina se daba mucha prisa en yenir a sulta interesantísimo, por el contrario... ¡Es el jui contar los chismes recogidos por su curiosidad. cio de un artista... de un gran artista! 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