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BLANCO Y NEGRO MADRID 05-08-1923 página 38
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BLANCO Y NEGRO MADRID 05-08-1923 página 38

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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lilililililil de ser responsable de la tormenta; mas gritóle entre dos náuseas: E s t é usted quieto... Va usted a hacernos volcar... El desgraciado no hacía un m ovimiiento siquiera. El ijuerto apareció al cabo. Desembarcamos. Con su traje blanco mojado cual si saliese del mar, el doctor Louvel tenía el aspecto de un triste y pálido pierrot. Apenas puso el pie en tierra, conscienie del espectáculo ridiculo que ofrecía, solicitó nuestra venia para retirarse, y desapareció, deslizándose entre los troncos de los plátanos lavados profusamente por la lluvia y brillantes como el mármol. Pasaban algunos coches, cuyos conductores, precavidos, resguardábanse bajo toldos de encerada tela. Llamé a uno de ellos. I Parecióme largo el camino hasta el Torreón, i Con el rostro lívido, Gilberta permanecía en un! rincón. Abrumábame una gran melancolía. Pen- saba en el doctor Louvel, en sus palabras... Asi, i que mamá acercaba los pies a la llama, Bernardo se aproximó a mí y me asió las manos, que tenia frías. Oh! -dijo- Pero ¡si está usted helada! Había en su voz un temblor de inquietud... Sus labios se agitaron cual si fuese a añadir algo; pero Gilberta, que había entrado en la cocina a tomar una bebida caliente, apareció en aquel momento. El señor Dalligny se calló. ¿Qué iba a decirme que jamás sabré... XII Llegó el mes de Julio. El estío ahuyentó de los bosques la primavera. El aire olía a polvo y a heno. En el cielo, no ya azul, sino casi blanco por lo refulgente, el sol encendía del alba al crepúsculo su fuego de fragua. Hacia los mediodías parecía que de la abrasada tierra iban a surgir llamas. Teníamos las habitaciones sumidas en cons- J PRESTO A M. I. EL iiPOYO DE SU BRAZO PARA LLEGAR HASTA LA CASA. si yo me dejaba llevar, llegaría a ser la señora Louvel; tendría niños de ojos encendidos, como su padre. A fuerza de vivir con éste acomodaría mi carácter y mis gustos a los suyos. El coche se detuvo. El señor Dalligny surgió en la escalera. ¡Nos esperaba, nos acechaba! Todas mis preocupaciones se desvanecieron. Fué como cuando el sol reaparece, ahuyentando las nubes y secando la tierra húmeda. Nos ayudó a apearnos y prestó a mamá el apoyo de su brazo para llegar hasta la casa. A pesar de la estación en que nos hallábamos, había mandado encender un gran fuego en la sala. Mientras niti tante penumbra, con los visillos corridos y los postigos cerrados. Mamá no dejaba de abanicarse más que para secarse las sienes con un pañuelo impregnado de esencia de espliego. Ni una flor en la gran aridez. Todo estaña marchito, hasta el más pequeño tallo de hierba. Los animales sufrían igual que nosotros. Tendido sobre las losas del claustro, Adaró dejaba colgar una lengua de un metro de larga. Dina manteníase invisible. Buscaba frescura en unos agujeros que el jardinero acusábala de cavar malignamente por la noche en los arriates. (CONTINUARA EN EL NUMERO PRÓXIMO)

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