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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-06-1923 página 50
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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-06-1923 página 50

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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triz de Este, en tres mil. Luego, la lista de los lotes de dos, de tres, de cuatro mil francos llenaba una columna entera. Un retazo de raso cereza, de Persia; una tira de dijab de plata de los antiguos talleres de Almería, otra tira de trabajo oriental con leones afrontados, una vara de brocatela florentina del Renacimiento... Y ante tal enumeración, olvidándome de que la moda de los almohadones de todos tamaños, de todas formas, de todos estilos y de todas épocas aprovecha cualquier retazo y paga por él cualquier precio, yo me preguntaba, con el mismo asomlj ro de mi amiga la andaluza: ¿Para qué sirve eso que tanto dinero cuesta? A decir verdad, las telas que me seducen en los escaparates no son ni antiguas ni car: s. Con muy buen juicio, los fabricantes y los tenderos SÍ: han puesto de acuerdo para poner de moda, después de renovarla de una manera muy artística y muy moderna, la modesta indiana de nuestras abuelas. Y lo que hasta ayer, en la falda de Mimí Pinsón y de Virginia, era de una monotonía algo pálida, con sus eternos medallones Color de rosa o color de cielo en un suave fondo gris, crema o malva, adquiere ahora los esplendores de las más admirables sederías. No es más que algodón humilde, en efecto, y parece una substancia preciosa; de tal modo reúne en su traza la nitidez del lino, la riqueza de la seda y la suavidad de la lana. Es necesario ser perito para notar, no sólo a la vista, sino al tacto, que ciertas cretonas de tonos rojos y verdes sobre fondo negro no salen de los telares lioneses. ¿Y qué decir de los crespones, de los suratas, de los tuticorin, de los patnas, que, viniendo de manufacturas de los alrededores de París, parecen hilados en la India y pintados a mano por pacientes artistas malabares? líl famoso Cristóbal Felipe Oberkamf, que creía haber llegado con sus telas impresas a la meta de la estética de su ramo, no se atrevería a poner sus más bellas piezas de Basilea al lado de las telas que hoy se imprimen en los talleres de Rouen o de Raml ouillet. ¡Qué digo! Los mismísimos modelos de Jouy, que figuran en los Museos de Artes y Oficios como labores insuperables, resultarían pálidos si se comparasen a lo que los telares nuevos ofrecen a la coquetería femenina. Con muy buen acuerdo, los decoradores contemporáneos han suprimido, de las telas destinadas a la indumentaria, las figuras humanas, así como los animales y los paisajes, para no conservar sino los adornos vegetales. Pero gracias a la riqueza de la flora estilizada de que disponen, con eso les basta para crear innumerables variedades de motivos originales, exóticos unos, como si estuviesen copiados en los kakemoiws japoneses, y otros de un clasicismo que hace pensar en las gracias de los ornamentistas franceses del siglo XVIII, En uno de los últimos salones había unos motivos para cretonas, de André Mare, que habrían entusiasmado a Jean Lorrain y Huysmans con su extraño conjuro de tulipanes mandarina, de rosas rojas y de iris violetas, destacándose en un fondo negro. En las tiendas, en estos días, he descubierto una indiana, de no sé quién, sembrada de anémonas blancas en campo blanco de anémonas, casi invisibles a primera vista, pero que, por la diversidad de sus matices, que contrastan y se funden según la luz, llega a alucinar a los que la contemplan... En el crespón, sobre todo, se logran armonías deliciosas. Y dándose cuer. ta de que yo no estoy muy enterado de la diferencia que existe, desde el punto de vista del arte decorativo, entre el cre, spón y la cretona, agrega: -Mientras la cretona recibe el estampado de un modo superficial y lo conserva con una nitidez que nada enturbia, el crespón, más blando, más voluptuoso, más oriental, absorbe con todos sus poros el tinte y transforma ligeramente las l neas, dándoles una suavidad vaga, caprichosa e imprevista. Así, con la cretona sabemos siempre adonde vamos, en tanto que con el crespón nos exponemos siempre a algxina sorpresa, o, mejor dicho, tenemos siempre la esperanza de alguna novedad. Pero para notarlo es necesario estudiar muy meticulosamente esas telas y compararlas con los modelos... Como no soy especialista, me contento con admirar en las vitrinas el gran florecimiento primaveral de las indianas, esperando que el sol, más reacio este año que ninguno otro, me permita pronto verlas convertidas en trajes femeninos. Aunque confieso que no tengo prisa en asi. stir a esa transfiguración. Y es que, por agradables que sean las ligeras túnicas que llevan nuestras contemporáneas, en ninguna de ellas puede caber el esplendor de estos tejidos tal cual nos aparece en su conjunto luminoso. Escaparates hay, en efecto, de los cuales sentimos surgir, a medida que nos acostumbramos al concierto de las telas que lo llenan, una magnífica sinfonía de colores. No es el dibujo lo que a la larga nos seduce. No son las flores estilizadas, las armoniosas corolas, las ramas paganas, los arabescos de jazmines y de rosas, de anémonas y de iris. No es más que la milagrosa gama de las manchas, la reverberación irisada de los tonos que se funden y se confunden, el cabrilleo alucinante de matices en el cual, en ciertos momentos, sentimos que la materia misma del tejido se dilu 3- e hasta desaparecer por completo. Y entonces, cuando ya no son telas de algodón las que tenemos ante la vista, cuando en nuestra ligera embriaguez de ritmos cromáticos no distinguimos sino las ricas palpitaciones de los tintes de zafiro, de rubí, de esmeralda, de ópalo, llegamos a figurarnos, evocando a Ovidio, que vemos a la aurora despojándose de su velo de reflejos infinitos para dejarlo caer en un rinconcillo de nuestro mundo gris... E. GOMBZ CARRILLO. REGIDOR DIBUJO DE -Entre los que se consagran a pintar modelos para los fabricantes de indianas- -me dice un amigo que se especializa en asuntos de arte industrial- hay decoradores geniales, como Jaulmes, como Víctor Menú, como André Mare, como André Groult.

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