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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-06-1923 página 43
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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-06-1923 página 43

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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i i MI HERMANA GILBERTA NOVELA ORIGINAL DE ENRIQUETA CELARIÉ Con ilustraciones de Ángel Díaz Huertas. (Continuación. JoRMABAMos nuestros menús con los huevos de nuestras gallinas, la leche de nuestra cabra, las legumbres cogidas en la huerta; un solo plato de carne figuraba en ellos. En cuanto a los postres, eran también iruias de nuestra cosecha Cuando las peras y las manzanas se agotaron acudimos a las nueces y los higos secos. Sus matices grisáceos armonizaban en el frutero con el. color estrepitoso de las naranjas y las mandarinas, de las que Pascualina decia: -Durarán hasta que vengan las primeras cerezas... Cuando se goza de buen carácter, uno es feliz con cualquier cosa: una rosa puesta a remojo en un vaso, un libro que nos interesa, una labor que nos distrae... bastan para conseguirlo. Mamá considerábase dichosa en aquella vida tranquila. Tendida en su chaise- longue, al sol, recuperaba fuerzas... Yo hacía todo cuanto podía para resignarme a mi suerte. Lográbalo poco, a poco... Al principio conocí horas de tristeza cruel, durante las cuales hubiera querido llorar. Me decía a mi misma: ¿Acaso esto durará siempre? Siempre! ¿Envejeceré sin tener otra cosa que hacer que cuidar a mis gallinas, quitar el polvo a mi habitación, acabar un mantel de sobremesa para comenzar una gorra de lienzo y bordar kilómetros de encaje de hilo? i Cuántas veces al crepúsculo, apoyada la frente en los cristales, oprimido el corazón por una tristeza sin causa definida, me interrogué: ¿Para qué sirvo yo? ¿Qué hago en este mundo? i Apenas si en él disfruto de más vida que los monjes que duermen su último sueño bajo la hierba del claustro... Transcurrieron dos meses. A principios de Enero, mamá resolvió ir a Niza para realizar algunas compras. Aquel proyectado viaje me llenó de alegría. Aparecióseme como una gran distracción. Pensé en él desde algunas semanas antes. Elegimos un día en que el tiempo era hermosísimo y en que mamá se encontraba bien. Mi primo Bergis puso cortésmente a nuestra disposición su pequeño automóvil para que nos llevase a la estación de Cannes. Partimos temprano. El aire, un poco fresco hízonos estremecernos ligeramente. Los valles estaban todavía cubiertos de brumas, mas la línea purísima del horizonte dejaba adivinar que aquel día luciría espléndido el sol. Apenas el tren llegó a la estación nos instalamos en un compartimiento. Hacía algunos instantes que estábamos en él, mamá en un rincón y yo a su lado, en el sentido de la locomotora, pues mí madre temía mucho ir hacia atrás los empleados habían cerrado las portezuelas y el convoy empezaba a moverse, cuando bruscamente nuestra portezuela abrióse de nuevo y un joven hizo irrupción en nuestro coche; tras él, en dos saltos, subió un gran perro, de largos pelos color de fuego. Un empleado corrió por el andén para alcanzar nuestro vagón e hizo cruj ir la portezuela, lanzando invectivas contra el rezagado. Este se dejó caer sobre el asiento de enfrente del nuestro. Su carrera habíale acalorado. Sacó su pañuelo y enjugóse ligeramente las sienes. No se quitó el sombrero por la razón convincente de que, según la moda inglesa que comenzaba a extenderse por Francia, llevaba la cabeza al aire, tan sólo cubierta por una abundosa cabellera de un rubio dorado, que me hizo considerar que, cuando nuestra señora la Naturaleza quiere tomarse la molestia, puede hacer magníficamente las cosas. Mientras que el desconocido abanicábase con la mano, su perro se deslizó bajo el asiento y se hizo una rosca, sin dejar visible de sí otra cosa que la fina punta de su hocico. No era mucho, y no obstante parecióle demasiado a una de las viajeras, gruesa dama de tez muy colorada y de boca ligeramente torcida, la cual púsose a refunfuñar que era muy desagradable viajar con perros y que en este mundo había personas verdaderamente despreocupadas... Nuestro vecino fingió no comprender que aquel discurso iba enderezado a él. Con un movimiento natural inclinóse hacia su perro, que alzaba el hocico, y acaricióle murmurando: -Sí, Maro; eres un hermoso perro... Afectaba no dirigirse más que a su can, mas su acento tenía un matiz de burla, una intencionada ironía, con respecto a la dama gruñona; algo sobrentendido análogo a esto; -Eres un hermoso perro; no se podría calificar lo mismo a la persona a quien desagradas. No por ser malhumorada era tonta la dama. Comprendió perfectamente, y lanzó al amo de Mará una mirada rencorosa, a la cual respondió éste contemplando durante un minuto a la gordinflona con ojos tan candidos y serenos, que a mamá y a mí nos fué difícil permanecer serias. Lo conseguimos, sin embargo; mas es indudable que la simpatía crea corrientes perceptibles entre aquellos a quienes une, pues algunos minutos más tarde, como el aire demasiado vivo incomodara a mam. á, nuestro vecino se levantó, alzó el cristal y llevó su cortesía hasta el extremo de correr la cortinilla de estameña, a fin de que el sol no nos molestase. Mi madre quiso darle las gracias, pero antes de que hubiese pronunciado una palabra, el amo de Maro habíase sentado de nuevo, había estirado sus largas piernas y, sin cuidarse de nosotras más iiiNfJiJilililitt JI itirtri Illl iiitinrit?

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