BLANCO Y NEGRO MADRID 10-06-1923 página 46
- EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
- Página46
- Fecha de publicación10/06/1923
- ID0005516566
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moria de una Emperatriz romana que usó trescientos peinados, las parisienses inventan uno al día y lo titulan con nombres poéticos: candor, frivolidad, cuna de amor, casco de Minerva, parnasiano, voluptuoso, fragata, etc. Ya lo veis... Pero eso no es sino la parte ridicula del asunto. Hay además otra parte más grave, que es la dolorosa, la que llena de lágrimas los boudoirs y de anejas las tertulias. Para que un artista capilar de fama se digne, en tiempo de Luis XV, prestar sus servicios a una dama es preciso hacer enor. mes sacrificios. Un peluquero, antes de la Revolución, tiene más importancia que un académico y tanta como un ministro. Hay que leer los prólogos que ellos mismos ponen a sus Tableaux de coiff ureSj a sus Miroirs de la coiffure, a sus Elo (les des bellos eoiffiwes para notar hasta dónde riega el orgullo de los caballeros del peine. Madame de Pompadour pregúntale un día a Frisson, en presencia del Rej por qué no ha ido la víspera a peinarla, a pesar de haber sido llamado. -Porque antes me había llamado la otra- -contesta el ilustre peluquero. La otra es la Reina de Francia. Y por amor de las nobles edificaciones, las damas soportan todas las insolencias, todas las exigencias, como se resignan a dormir sin apoyar más que la nuca en almohadas especiales. Porque antes de Marcelo no hay término medio en el tocado. Es preciso o llevar el pelo lacio, metido dentro de un gorrito de encaje para ocultarlo, o someterlo a las complicaciones de la coiffure. Por fortuna, cincuenta años ha el salvador apareció... Podemos decirlo con el entusiasmo con que el poeta exclama: Eit. fin, Malherbe vint qui le premier en France... O mejor dicho, debemos gritarlo con más entusiasmo aún, ya que no se trata sólo de Francia, sino del mundo entero, ni se trata tampoco de simples cadenees, sino de la belleza de la mujer, de la gracia de la muier, de la paz de la mujer, de la independencia de la mujer... Las que hoy, en nombre de los principios I feministas, proclaman cada día un nuevo derecho, I saben en el fondo de sus almas que ninguna con quista es comparable a la que las libertó de la ti; ranía del coiffetir. Pero- -os oigo preguntar- ¿acaso el peluquero I ya no existe en París? i Sí, sí existe. Existe más que nunca. Todo barI bero es al mismo tiempo peluquero. Las damas eni tran en la peluquería lo mismo que los hombres, j y al cabo de media hora salen más frescas que an! tes, siempre sonrientes, sin temor a que el aire j destruya el monumento de sus pelos. Por lo mismo i ya no hay que temer, nada del peluquero. Y todo! eso, que es importantísimo, se. le debe a Marcelo, I quien, inventando la ondulación, hizo a cada hija i de Eva dueña de peinarse a su antojo sin compiif caciones, sin dificulta, des, sin someterse, a largas I penas. Gracias a él, en efecto, gracias a su genio I salvador, las bellas del mundo entero pueden, desI de los albores de nuestro siglo, ensayar las más I artísticas estilizaciones helénicas o medievales. ¡asiáticas o nibelungas sin caer nunca en lo groI tesco. I Y es que todo el secreto del tocado está en dar I al pelo una ligereza q. ue, aliuecárídose, permita I adoptar las formas deseadas sin tener que recurrir I a rellenos, rizos, postizos, chichis y otros horro- res. La ondulación, que antes de 1870 sólo las que j la tenían natural conocían, ha resuelto este pro- I blema. I- ¿Cómo hizo usted- preguntó ayer un curioso i repórter al ilustre Marcelo- -para inventar la on- I dulación? A lo que, modestamente, con la sencillez risueña! que conviene a los genios, el gran innovador con- testó: -Mirando y admirando a mi pobre madre... En este descubrimiento, en efecto, hay, como en! el de América, como en el de la gravitación uni- j versal, algo que debe atribuirse a la mano de la Providencia. Establecido en una tiendecilla de la me de Dunkerque, el pobre barbero vivía penosamente con su mujer y su madre. Sus clientes le pagaban 20 céntimos por afeitarse y 30 por pelarse. Su madre, detrás de un mostradorcillo, percibía solemnemente el precio de las barbas, de las tailles y de las fricciones. El barbero, en sus horas de descanso, contemplaba a aquella buena mujer, ya madura, cuyo pelo tenía una ondulación natural que daba a su rostro una sombra armoniosa. Y suspiraba pensando: ¡Si mi mujer tuviera ondas iguales! Pero en aquella época lo único que se conocía era el rizado artificial, ese rizado menudo y apretado que vemos en las estampas de antaño y que requiere horas y horas. El barbero un día tuvo una idea. Ven- -dijo a su mujer- voy a peinarte. Y tratando de imitar las ondulaciones de su madre creó una de las maravillas de la coquetería moderna. Pero claro que, como todos los inventores, no pudo llegar a la cumbre del éxito sino después de un largo calvario. ¡Cómo se reían sus colegas de aquella novedad peregrina durante los primeros tiempos de sus ensayos! Las mujeres mismas, aun comprendiendo la importancia de la inovedad, apenas se atrevía: n a adoptarla. Marcelo, sin embargo, no se descorazonaba. Dándose cuenta de que para llegar a realizar una labor definitiva lo más indispensable era un instrurnento adecuado, empleaba sus ocios en crear tenacillas anchas, de las que ahora todas las damas usan. Era el fil a coHper le beure, como se dice en francés, o el huevo de Colón, como se dice en español... Pero era una palanca que iba a remover toda una época. Y así, una noche, cuando Jeanne Hading, en pleno apogeo, atrevióse a presentarse en el escenario ondulada según el método marceliano. las damas de la aristocracia se dieron por vencidas y aplaudieron, más que el famoso Maitre de Forges, que entonces se estrenaba, la coiffure triunfante de la actriz. Tu MarceUis eris! -exclamaron los cronistas. Y la nueva moda entró, al fin. en su época triunfal... Aunque cuando digo moda me equivoco. Un maestro de la novísima estética femenina lo ha escrito: Una moda no dura nunca más de cinco años, a menos que constituya una revolución. Pongamos, si os parece, salvación en vez de revolución, y tendremos la palabra exacta. Medio siglo, en efecto, llevan las mujeres ondulándose el cabello, y ninguna de ellas piensa, según creo, en abanclonar ese hábito embellecedor. Porque si el imprudente Sansón puso en sus cabellos el secreto de la fuerza. Dalila pone en los suyos el misterio de la astucia y de la gracia... B. GÓMEZ CARRILLO. FELIPE DIBUJO DE A. SÁNCHEZ