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BLANCO Y NEGRO MADRID 10-06-1923 página 38
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BLANCO Y NEGRO MADRID 10-06-1923 página 38

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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i ¡ii te Gilberta hubiera preferido ganar a perder. ¡Para todos liabría sido esto infinitamente más agradable! Mamá recibió aquella extensa misiva una tarde de Noviembre. Estábamos en el saloncito. A medida que mamá avanzaba en su lectura, yo advertía en su rostro los signos crecientes de una inquietud mezclada de dolor. Cuando hubo acabado tendióme los pliegos, que temblaban en su mano. -Lee- -murmuró. Luego, cuando concluí de leer, a mi vez: ¿Qué debemos hacer? -me interrogó. Por primera vez en mi vida, mamá me Consultaba. Tuve la impresión de que súbitamente considerábame como una persona mayor, una persona sensata, lo cual me halagó infinito. Con la generosidad espontánea de la juventud respondí, sin una sombra de duda: -Es preciso acudir en su auxilio. Mamá inclinó la cabeza. Era la contestación que esperaba. Sin embargo, y como era su obligación, hízome observar que no podía socorrer a mi hermana sin despojarme de parte de lo mío. A medida que hablaba mi madre yo saboreaha la belleza que hay en sacrificarse, en renunciar... Parecíame sólo que mi acto tenía un poco de valor, porque era meritorio. Se lodije a mamá. Inclinóse hacia mí, me atrajo contra ella, y abrazándome con una ternura que no me había manifestado jamás: ¡Hija mía- -exclamó- afortunadamente te tengo a t i! ¡Mi hijita querida! Dos días después, mamá envió a Gilberta la importante surra solicitada por ella. En el mes de Enero decidimos mudarnos. El simpático hotelito de la avenida de Villiers resultábanos demasiado oneroso. Para cubrir las apariencias, mamá alegó que el tal hotelito necesitaba excesiva servidumbre y era muy grande para nosotras dos. Alquilamos un cuarto en Passy. XIV No conviene que parezca que trato de colocarme en un pedestal. Cuando al dolor de abandonar la casa, la intimidad de las habitaciones llenas de recuerdos, en las que transcurrieron mi infancia y mi adolescencia, uniéronse el enojo y la fatiga de una mudanza entre una niebla glacial; cuando nos fué preciso soportar durante varios días la promiscuidad con mozos de mudanzas borrachos, escatimar sus propinas, poner en su sitio cada cosa, advertir que muchos bibelots preciosos estaban desportillados o rotos, confieso que más de una vez maldije de todo corazón a Gilberta, su egoísmo y sus locos derroches. Si hubiese estado presente, en lugar de hallarse en Nueva York, no hay duda de que la habría colmado de reproches tan vehementes como inútiles. Mofábase siempre de mi irritación. ¡Entre ella y j o existía un Océano... Nos Iiabituanios lentamente a nuestra nueva vida. En aquel cuarto vulgar, en aquel barrio que antojábasenos excéntrico, mi madre se consideraba como desterrada, y repetía con menos elocuencia las lamentaciones de Séneca deportado en el Puente... Veía contrariadas sus costumbres. Deploraba el cambio de sus proveedores, el alejamiento de sus amigas y no poder ya oir misa en San Fernando. -La vecindad de los demás inquilinos resultábale odiosa. ¡Oh I- -decía- Sentir caminar sobre mi cabeza los pies de todos esos desconocidos! Entretanto, Gilberta había recobrado su tranquilidad al recibir nuevo lastre. Escribíanos largas cartas henchidas de proyectos maravillosos; ensalzaba mi desinterés. Cuando se enteró de nuestra mudanza no prorrumpió en invectivas contra sí misma: suponerlo sería desconocerla, Burlóse amablemente de lo que llamaba nuestras veleidades de econom. ía y fingiendo suponer que la determinación había sido adoptada a instigaeión mía, bautizóme con el apodo de hormiga Querida hormiga hormiguita mía previsora y arreglada hormiga i Cuántas veces leí aquellas frases! Más aún que culpable y ligera, Gilberta era inconsciente. Mi hermana, además, desechó pronto todo sentimiento de gratitud, pensando que me indemnizaría más tarde. A sus ojos yo no había heoho otra cosa que enfregarla un anticipo. Cuando pudiera me lo reembolsaría todo: capital e intereses. A fuerza de repetirlo llegó un momento en que dio a entender que mi generosidad era más aparente que real. En último término 3- 0 habí. a realizado un excelente negocio. El señor Alvarez dedicábase a la sazón a una especulación de terrenos, Allá hacia el Oeste, en el estado de Oklahoma, adquirió un vasto territorio, sobre el cual Gilberta veía ya elevarse el capitolio de una ciudad futura. La mente de mi hermana enardecíase a la idea de las fabulosas ganancias que coronarían aquella empresa. La ciudad crecía como en una comedia de magia. No había tiempo de bautizar las calles, y se las numeraba. Un Carnegie dotaba a la villa de una Universidad, de un hospital... Construíanse iglesias, rascacielos Los árboles Crecían en los parques tan deprisa como hongos... Para convencernos, Gilberta aportaba cifras. El metro cuadrado, que el año anterior valía seis francos, acababa de ascender a catorce; el próximo verano subiría a treinta o más; Rodrigo lo aseguraba, y era suficiente. Mal hubiera sido tratado aquel que hubiese puesto en duda tales afirmaciolies; Rodrigo había encontrado las tierras más fértiles, el clima más sano de toda América. Creeríase leer un prospecto para seducir a los tontos. Era la misma candida exageración. Realmente no nos quedaba otra cosa que hacer sino dar las gracias al señor Alvarez, que tenía la bondad de multiplicar nuestro dinero sin pedirnos ninguna comisión. Apenas transcurrieron seis meses cuando la ciudad de Gilberta evaporábase en las nubes. Mi hermana no mostró el menor desaliento por ello. Poseía una maravillosa energía para recobrar ánimos. Una carta toda vibrante de entusiasmo nos entero de que Rodrigo negociaba en ranchos Con maíz criaba y engordaba animales, que nosotras, europeas, no tendríamos más que tomarnos la molestia de comer; luego se interesó en una expíotación de mineral; fué accionista de una mina de esmeraldas. Gilberta prometió enviarme la primera esmeralda que se extrajese. i I I I i i JB I j i i I i i i i I i f I i I

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