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BLANCO Y NEGRO MADRID 10-06-1923 página 37
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BLANCO Y NEGRO MADRID 10-06-1923 página 37

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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MI HERMANA GILBERTA NOVELA ORIGINAL DE ENRIQUETA CELARIÉ Con ilustraciones de Ángel Díaz Huertas. (Continuación. A casualidad, además, parecía acrecentar malignamente los aspectos ridículos de la dama. Cuando ésta nos hizo su primera visita, mamá había invitado a algunos de nuestros parientes y amigos venidos a París para asistir a la boda. i La señora Alvarez entró en el salón. Cubría su i cabeza un enorme sombrero recargado de espigas I de oro. Ac omodóse en un canapé al lado de la I señora Decens. i Esta última lucía un collar de perlas y esmeral 1 das de un muy bello trabajo antiguo. La señora I Alvarez, a quien la cuestión de los adornos inI teresaba por encima de todo, mostró curiosidad I por ver aquella alhaja. Para examinarla mejor, I inclinóse. Sus doradas espigas se engancharon en i el velo del sombrero de la señora Decens tan I fuertemente, que la señora Alvarez multiplicó en I vano los esfuerzos para desasirse; al modo de I Absalón permaneció sujeta por la cabeza. I Mamá no veía la escena; vuelta a medias, conI versaba con uno de nuestros parientes. En cuanV I to a mí, no rae apresuraba a intervenir. DivertíaI me en alto grado. Adivinaba el despecho de la I señora Alvarez, y esto compensábame un poco de I toda la pesadumbre que la entrada de su hijo en I nuestra familia Causábanos a mamá y a mí. Los I otros invitados se reían interiormente. I ¿Cuánto tiempo hubiera durado aquel especI táculo cómico? Penetró Gilberta. Una ojeada la I bastó para darse cuenta del lado ridículo del inI cidente, que sintió en lo vivo. Para libertar a su I suegra, con sus manecitas nerviosas desgarró im 1 placablemente el velo del sombrero de la señora I Decens. Jirones de tul pendieron de las centelleanI tes espigas. I- aquella noche, en el momento de acostarse, cual I si respondiese a sus secretos pensamientos, GilI berta dijo: I- Después de todo, me tiene sin cuidado. A lo I sumo la veré una vez o dos al año... I No era necesario ser Edipo para adivinar a I quién se refería mi hermana. y del Cairo, recibimos algunos telegramas que, por su texto, asemejábanse como hermanos. Estamos bien. Hace un tiempo hermosísimo. Afectuosos recuerdos. Sigue c arta. ¡Cuántas veces esperamos inútilmente aquella anunciada carta! Sin duda el tiempo continuaba siendo hermosísimo y Gilberta no se molestaba en encerrarse para escribirnos. ¿Qué nos hubiera contado, además? Ya es sabido que las mujeres felices no tienen historia. Mamá abría aquellos telegramas, los leía y, después, me los ofrecía exhalando un ligero suspiro. A mi vez enterábame de su contenido. Al aproximarse el otoño, Gilberta tuvo necesidad de algunas prendas. Envió entonces largas y numerosas epístolas. Con toda minuciosidad describíame en ellas el traje, el sombrero, la piel que deseaba. Gustosa encargábame de hacer sus compras. Para predisponerme a ser servicial diiigiame grandes alabanzas. Confío en ti... Tú tienes muy buen gusto... Esto me asombró al principio. Gilberta habíame tenido siempre en muy poCa estima, mas pronto la vi asomar la oreja. Mi hermana rogábame que la hiciera todos aquellos envíos francos de porte; ella me reem bolsaría, naturalmente. La sinceridad me obliga a declarar que siempre ha descuidado ese extremo. Hay que alegar, en su disculpa, que desde aquella época debió empezar a debatirse entre grandes apuros económicos. Sin embargo, el día de su boda no sólo recibió la parte que la correspondía de la herencia paterna, sino una dote muy crecida, además, que mamá la entregó, no queriendo poner en ejecución una amenaza formulada antes. Fué una gran imprudencia. No había transcurrido un año cuando Gilberta nos participó lo que ella llamaba un gran contratiempo Ni mi hermana ni su esposo habían hecho ningún gasto exagerado, y no obstante, el Banco donde depositaron sus fondos acababa de comunicarles que el haber de su cuenta no ascendía ya más que a trece francos y veinticinco céntimos. En una lamentable posdata que evocaba la idea de un pobre vergonz, ante, Gilberta confesaba que la mala suerte les persiguió a ella y a Rodrigo en la ruleta y el haccara, y suplicaba a mi madre que la enviara algunos fondos para liquidar sus atrasos, poder abandonar Biarritz, adonde habíanles llevado sus peregrinaciones, y embarcarse para Nueva York, ciudad en la que su marido, gracias a su perfecto conocimiento del inglés, estaba seguro de encontrar un empleo. Gilberta no decía cuál, mas sobrentendíase que aquel empleo hipotético sería muy lucrativo. Para evitarse reproches inútiles, mi hermana se lamentaba largamente de su mala suerte. Su disgusto no era una vana apariencia. Ciertamen- h I 1 I I I i I I I I 1 I ¡I I XIII El día de su boda, por la noche, Gilberta partió con su marido. Su alegría parecía infinita; sin embargo, esforzábase en ocultarla a causa de la aflicción que sentía mamá. Al despedirse, el señor Alvarez consideró propío de las circunstancias, no sólo abrazar a mamá y llamarla madre mía con un acento de filial respeto, sino, además, verter algunas lagrimítas en tanto que juraba que haría a Gilberta eternamente dichosa. Si es cierto que los cocodrilos lloran, lo hacen de esa manera. En lo sucesivo no tuvimos noticias de mi hermana sino de tarde en tarde. ¡Viajaba! De Palemza y de Florencia primero, y luego de Palermo

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