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BLANCO Y NEGRO MADRID 06-05-1923 página 48
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BLANCO Y NEGRO MADRID 06-05-1923 página 48

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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Se abrió la puerta, pero Rosita no pasó del umbral. P o r qué no vienes? -Porque está eso m u y obscuro. -T a m b i é n estaba obscuro estos días pasados y, sin embargo, venías a darme u n beso. -P e r o estaba contigo mi M a g d a ¡S é buena, P a u l i n a! ¡Abre las m a d e r a s! U n suspiro dilató el pecho de la señora de Ailly, que accedió a los deseos de la niña, y por p r i m e ra vez desde hacía varios años entró el sol alegremente en la habitación, iluminando con sus dorados rayos los muebles antiguos, el crucifijo y el r e t r a t o del ausente. De un salto se echó Rosita en brazos de la señ o r a de Ailly, y le dij o con mucha seriedad: -N o quiero cansarte. Voy a ser muy Iniena. ¿D e s e a s que me quede contigo? -C l a r o que sí. -B u e n o iba i. venir Magda, y cuando cogía la labor ha llegado una visita, y- me ha enviado en su lug ar, e n c a r g á n d o m e que te p r e g u n t a r a si podía quedarme aquí. T o m a te traigo dos r a m i t o s las violetas las he cogido yo, y las otras flores, M a g d a ¿T e g u s t a n? -S o n muy bonitas, pero a mí no me gustan las flores. L a niña abrió los ojos cuanto pod a y dijo con profundo a s o m b r o ¿Q u e no te gustan las flores? ¡N o es posible! ¿S e r á porque eres v i e j a? P u e s el tío Gorvello lo es también, y le gu. stan tanto, que tiene siempre la casa llena de ellas. Si es porque estás triste, te diré que el tío G e r a r d o también está triste, y cuando le doy un raraito, lo coge y se sonríe p a r a d e c i r m e G r a c i a s R o s i t a V e r á s Voy a poner las violetas aquí, delante de tu marido. Magíl. a me e n v a siempre a llevar flores al sepulcro de mi pobre papá, y creo que a tu marido le gustará también tenerlas. Colocó delicadamente el r a m i t o al pie del retrato y, separándose algunos pasos, prosiguió ¿V es? Y a parece que está m á s alegre... ¡Q u é guapo es 1 ¡Qué bueno parece! Sí, era guapo y muy guapo- -contestó la viuda suspirando. ¿P o r qué has puesto el reclinatorio delante de él y n o delante del crucifijo? A veces, cuando me arrodillo para rezar j u n t o a Magda, que rae ayuda, porque a mí se me olvidan m u c h a s veces las oraciones, ella me d i c e Rosita, el Niño Dios está en todas partes, efectivamente: pero puesto que tienes su imagen a la cabecera de tu cama, m i r a n d o hacia ella es como debes r e z a r Y M a g da tiene razón, ¿v e r d a d? L a señora de Ailly movió afirmativam. eníe la cabeza sin poder contestar. El inocente lenguaje i de Rosita le llegaba al alma, evocando el recuerdo I de las h o r a s de desesperación que pasó sin que ¡sus labios dijeran m á s que palabras de amor, de i reproche o de cólera. Como no imploraba el a u x i ¡lio de lo alto, no llegó el consuelo; como no acep ¡tó su cruz con resignación cristiana, la cruz conI tinuó siendo muy pesada, m á s pesada tal vez que I el primer día... Sí, Magda y Rosita tenían razón. I L a conversación de las almas, el diálogo con el I amado debía verificarse ante las m i r a d a s de Dios. ¿N o procedía ella así en otro tiempo? Cuando I perdió a su madre, a su padre, a su h e r m a n o muerto en plena juventud, ¿no sintió, a pesar de su dolor y de sus lágrimas, un suave consuelo al inclinarse bajo la m a n o divina que la castigaba sin compasión? E n otro tiempo, cuando, esposa y m a d r e feliz, perdió en dos horas a su p r i m e r hijo, ¿no tuvo el valor de recitar el Libro de los Angeles ante el rígido cuerpecito cubierto de ñ o r e s? ¡Qué lejos estaban estos sufrimientos tan valerosamente soportados. ¿P o r qué no me dices n a d a? N o duermes, puesto que tienes los ojos abiertos, ¿E s t á s enferma otra vez? Pues iré a buscar a M a g d a p a r a que te h a g a u n a taza de tila. E s muy fácil, M ira: se pone agua, unas hojas muy a r r u g a d a s y muy secas y ya está. ¿Q u i e r e s que te cuide? Estaba de pie ante la señora de Ailly, esperando impaciente su respuesta y retorciendo el borde de su delantal, tan ávidamente intranquila, que la viuda no pudo menos de sonreírse. -L o que quiero es que me des un beso. V e n conmigo. Rosita. Y cuando la tuvo en brazos le dijo en voz baja, indicando el retrato. -Deseo que reces por él. Dime que lo as a hacer. Quería mucho, a los niños. -S í por ti, y por él, y por tu hijo G c i a r d i t o D i m e cómo se llamaba tu marido, jwi que tengo que nombrarle en mis oraciones para c ¡ue Dios no se equivoque. -B u e n o pues reza por tu amigo Mauricio y tu a m i g a Paulina. ¡Ay! -exclamó Rosita ali iioteando- Pues no tengo más que d e c i r P o r los dos b Uenos papas Mauricios y las dos buenas m a m a s P a u l i n a s porque el papá y la m a m á del tío lerardo se llamaban como tu marido y como tú. Mortal ¡alidez cuindó el rostro de la señora de Ailly, y ya, deseosa de saber la verdad a todo trance, jjreguntó: ¿Qué hiace en la fábrica tu tio Gerardo? -l i s el ingeniero, ¿n o lo sabes? -S i n responder, la señora de Ailly se levantó, y empujando a Rosita bruscamente hacia la puerta le d ü o -i Vete! ¿Q u é tienes? -balbució la niña, viendo el cont r a l l o r o s t r o de la que ella llamaba su amiga P a u lina- ¿Q u é te p a s a? ¡N a d a V e t e! ¿T e he disgustado? -T e he dicho que te marches. Con mano nerviosa echó la señora de Ailly la llave a la puerta, y luego, más que sentarse, se dejó caer en un silíón... Le latían las sienes violentamente, le zumbaban los oídos, se le nublaban los ojos, experimentaba inmensa necesidad de g r i t a r y de l l o r a r pero no podía... Poco a poco i a dominaba u n cansancio e x t r a ñ o y helaba sus venas un frío glacial. Dejó de sentir hasta el espantoso dolor mezclado con alegría que experimentó su corazón Cuando Rosita d i j o E s el ingeniero, ¿n o lo s a b e s? ¿C u á n t o duró su desm. ayo? L a señora de Ailly lo ignoró siempre. Debió de ser muy largo. orque ya había estrellas en el cielo cuando abrió los ojos y miró a su alrededor, inconsciente a ú n de lo que había ocurrido... TJamaban suavemente a la puerta, y oyó la voz suplicante de A Iagda. (CONCl. L IlíA E. N líl, U M E K O I KO. XIWO)

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