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BLANCO Y NEGRO MADRID 29-04-1923 página 42
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BLANCO Y NEGRO MADRID 29-04-1923 página 42

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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c ontra los cimientos de la terraza. Acaso por primera vez la dejaban indiferente los encantos de la Naturaleza y la majestad del Océano, y sólo pensaba en los días que acababan de transcurrir. Juan Falney se marchó de Biarritz en cuanto se enteró de la negativa de Magxla, que no le echaba de menos... Pero, en cambio, pensaba en Marta de Cendray, en sus sobrinos Laura y Raimundo, y su dolor le pesaba sobre el corazón. ¿Cómo había podido resistir a las instancias y a las lágrimas de su anciana amiga? ¿Cómo supo responder a todas sus manifestaciones de cariño diciendo esta frase dolorosa: Quiero a Raimundo como a un hermano, pero no como a un prometido. ¿Cómo le dejó marchar sin dirigirle una frase de aliento, de esperanza, y aparentando con su cruel decisión haberse olvidado de los grandes servicios que le prestó la señorita de Cendray? Luego veía a Raimundo que llegaba a la villa pálido, triste, tan diferente de lo que solía ser, que ella no pudo contener sus sollozos al estrechar la mano que él le tendía: Adiós, Magda. Adiós, Raimundo. No se dijeron más; pero el recuerdo de la desesperación que se revelaba en el rostro de él la atormentaba sin cesar. ¿Estás llorando, hija mía? -dijo Gorvello al llegar a su lado. Ella se estremeció y secó sus lágrimas apresuradamente. -No te he oído venir- -murmuró- Testaba pensando en nuestra buena amiga y en Raimundo... ¡Me mortifica tanto ser la causa de su pena! En cambio, me parece que tú estás alegre. -Pues así y todo te traigo una noticia que supone para mí una gran contrariedad: Gerardo quiere abandonarnos. Palideció intensamente la muchacha, y fijando en su padre sus ojos, desmesuradamente abiertos por la angustia, repitió con los labios temblorosos: -i Abandonarnos! -Sí, y lo peor es que ese caballerito urde su plan a escondidas. Afortunadamente acabo de re; cibir una carta que me entera de sus proyectos. Anda, vamos a cenar pronto y luego hablaremos. Aquí tienes- -dijo Gorvello, cuando media hora después se encontraron nuevamente en la sala. i Debes enterarte de estas cartas; léelas mientras yo doy un vistazo a los periódicos, pero ésta quiero leértela yo mismo... Convento de Dominicos, en Lyon. Muy señor mío: El padre Didon escribió- -no I recuerdo dónde- -que un amigo es un hombre I que se compromete para servirnos Yo no vacilo 1 en pasar por indelicado a sus ojos de usted al I enviarle hoy, sin suprimir ni una línea, la coI rrespondencia absolutamente íntima de su ingenieI ro Gerardo. Gerardo de Ailly- -ya es hora de que I sepa usted su apellido- -es mi amigo de la niñez; I mejor diré: mi hermano. Los dos nacimos en BurI déos, nos criamos juntos, juntos estudiamos, y I gracias a él yo, que era huérfano, conocí las dulí zuras del hogar doméstico. Su padre, íntegro mai gistrado, y su madre, mujer inteligente y abnegaI da, me acogieron como un hijo más, y Gerardo, I en su bondad innata, compartía Conmigo su diI ñero y sus diversiones. I Andando el tiempo llegó la separación, pero no i el olvido. Cuando afligió a Gerardo la desgracia. una desgracia espantosa, terrible, se confió a su amigo de los días felices, y desde entonces, día por día, he seguido al pobre muchacho en la vida solitaria cuyas contrariedades soporta con admirable valor, i Cuántos otros, en su lugar, hubiesen buscado el olvido en todo género de locuras, sin importarles su honra ni su dignidad 1 ¡Cuántos otros, amargados por un rencor maternal, tanto más inexplicable cuanto que la señora de Ailly adoraba a su hijo, hubieran prescindido del respeto, del cariño, de los deberes filiales! Gerardo tiene un carácter de admirable temple; juzga, con razón, que una falta (extravío único en la vida) puede rescatarse, y ha rescatado la suya con el trabajo, la severidad de costumbres, la abnegación hacia Rosita, que muchas veces me ha conmovido hasta hacerme llorar. ¿Opinará usted como yo? Permitirá usted, después de leer las cartas que le envío, que se marche ese desgraciado? Uno de los padres de esta comunidad, que hace tiemijo disfrutó durante varios días la amplia hospitalidad de la Villa de las Gaviotas, me ha hablado de ustedes en tales términos, que ya me figuro ver a la señorita de Gorvello tendiendo la mano a Gerardo y derramando el bálsamo de su compasión j- de su cariño sobre las heridas que sólo ella, después de Dios, puede curar. Queda de usted con la mayor consideración, etcétera. ¡Vaya, vaya, hija mía, no llores así! Desde hace tres días estás constantemente llorosa; tú, que eras la criatura más alegre y más feliz... -Dices verdad: la más feliz. Ahora lloro de alegría- -balbució- Qué bien le habíamos juzgado! -Aún le juzgarás mejor cuando leas estas cartas... Tiene un carácter varonil, un corazón generoso... I Oro puro! Lo que ya no se encuentra. Dios nos favorece, hija mía, y creo que en todo lo que ocurre debemos ver la intervención de tu santa madre. ¡Tantas veces la he rogado que vele por ti y por tu porvenir! Sentóse junto a la mesa. y tomó una revi. sta; pero su pensamiento no estaba en él. Mientras cortaba las hojas contemplaba a su hija, absorta en la lectura, cuyas emociones se reñejaban en su fisonomía: sorpresa, interés, tristeza, compasión. Por fin, al leer la última carta (la dirigida al padre Lleliot en una hora de desesperación y de amor) llenó el corazón inmensa alegría; llevóse el papel a los labios y lo besó apasionadamente. ¿Qué dices ahora? -preguntó Gorvello. Magda, temblorosa, se echó en sus brazos. ¡Estoy orgullosa de él y le amo! -exclamó- Le amo tanto como él pueda amarme! L na sombra de tristeza veló el rostro del padre al ver abrirse súbitamente aquella flor del amor en el corazón de Magda, tan inocente hasta entonces. Ella lo advirtió y, dirigiéndole una mirada suave y luminosa, dijo lentamente: -Sí, le quiero; pero si tuviese que separarme de ti para unirme a él, sacrificaría mi amor. ¿Comprendes ahora cuánto es el cariño que te profeso? -Nunca he dudado de tí. Pero sería un error tuyo renunciar por tu padre a un porvenir de felicidad. Esa es la ley humana. ¿No sabes que Dios ha dicho que la mujer debe abandonar a sus pa-

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