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BLANCO Y NEGRO MADRID 01-04-1923 página 46
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BLANCO Y NEGRO MADRID 01-04-1923 página 46

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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dado, sin llorar, apoyó su frente sobre la piedra, XII pensando con sorcla irritación que no habla traNo lejos de la playa, en las dunas, donde crecen tado ni un instante de disputar la posesión de Rosita a los parientes que acababan de arreba- extrañas florecillas perdidas entre la hierba, alzátársela. Eran gente rica, feliz; ¿qué podía impor- base una casa de linda traza, hecha de piedra tarles! a niña? Tal vez si hubiese manifestado blanca y ladrillo, que tenía sobre la verja le enel cariño que sentía por ella se la hubiesen deja- trada el nombre de Villa de las Gaviotas. Era la do sin esfuerzo. Pero, lejos de mostrar tal cariño, vivienda de Goivello. La fachada principal daba se apresuró tontamente a entregar la Criatura. Se al Océano, muy cerca del lugar de! cual dijo el apresuró tanto, que debieron creer que lo hacía célebre naturalista Quatrefages: Allí el mar no conoce el descanso. tan continuas son la agita, por librarse de una carga. ción y la furia de sus olas. Pagúele usted y acabemos había dicho MagDetrás de la casa extiéndese el jardín con sus da Gorvello con indignación. i Una carga su querida, su cariñosa Rosita! enarenados caminos, sus tupidos cen. adorcs, sus esmaltadas por macizos No, no había procedido como un loco. Gerardo praderas el patio de la fábrica de de flores. Más ai) el el edise debía a su madre; reservaba para ella la re- allá está ésta, donde trabajaban doscientosy obrei- os ficio de muneración de su trabajo, de la cual no le era bajo la inmediata vigilancia del encargado Norposible distraer cantidad alguna para atender al tal. Llegaban a la villa, por un lado, el ruido de porvenir de Rosita. I,o lógico, lo prudente era, ias máquinas, y por otro, el rumor de las olas... pues, separarse de ella. Así le daba una prueba unión del trabajo del hombre y el de la Naturamás de cariño, leza, que Gorvello y su hija consideraban como la Pero no se hacen los sacrificios sin dolor; los más encantadora de las armonías, pero que sorhombres más fuertes, sobre todo cuando saben prendía a los forasteros visitantes de la vivienda. lo que es sufrir, experimentan bajo los golpes de Esto le ocurrió a Rosita cuando, al apearse del la desgracia un abatimiento insuperable, una de- carruaje, la llevó Magda a la habitación, vestida sesperación sin límites. Gerardo sufrió uno y otra, de blanco, que le habían preparado a! lado de la y las horas transcurrieron sin que él se diera suya. Cuenta. Era de noche cuando regresó a su aloja- ¿Son truenos ese ruido que se oye? -pregunmiento. El pescador y su mujer esperaban intran- tó temerosa. quilos su regreso en lo alto del acantilado. Al adSonrióse Magda y la llevó cariñosamente hacia vertir la alteración de su rostro, no supieron di- el balcón, que adornaban las rama. s de una parra rigirle las acostumbradas frases de saludo, y am- y las hojas de una planta de clemátide. i bos, impulsados por el mismo sentimiento de de- -No, mira; por aquí, como en Biarritz, lo que! licada compasión, le tendieron la mano callada- se oye es el ruido de las olas, y por allí, el de las i mente. Correspondió él, y luego, atravesando de máquinas que hay en aquella casa, que es nuestra I prisa la habitación donde dormían los niños, y fábrica. que ya no cobijaba el tranquilo sueño de Rosita, -i Va a venir a la fábrica el tío Gerardo? I entró en su cuarto. -Si lo desea, sí. ¿Quieres quedarte aquí o baAún había allí recuerdos de ella. Colgado de la jar al jardín? i pared estaba el capuchón que se ponía por las- -Prefiero ir al jardín. 1 noches; se veían bajo una silla los zapatitos toCuando atravesaba la habitación se detuvo de 1 davía llenos de arena; una carretilla cargada de pronto. h pedruscos parecía esperar en un rincón que Ro- Tiene usted aquí otra niña, tal vez una! sita la llevara, y sobre la mesa, dentro de un hermanita? ¡sombrero de Gerardo, dormía la muñeca. La co- ¿Por qué lo dices? j gió el ingeniero, la besó como tantas veces la ha- -Porque veo ahí una muñeca, libros de estamI bía besado la niña, y luego, abriendo un cajón, pas y una camita pequeña, como la mía, pero muI la guardó cuidadosamente, con el propósito de cho mejor. I conservarla toda la vida. -Sí, tengo una niña muy bonita, una hermaniI Después sus dedos tropezaron con un libro, un ta muy linda, que eres tú- -contestó Magda abraI librito de misa azul Con los cantos dorados. zándola- La muñeca es para ti y las estampas I último regalo que él le hizo I Tal vez en aquel taml) ién, cógelas. I instante estaba la niña arrodillada junto a su ¡eNo se movió la niña. Frunció el entrecejo y I cho, en compañía de Magda. Se le figuró verla sus ojos expresaron inquietud. I con los ojos bajos, las manos cruzadas, conmo- -Ño tengo que dormir aquí, ¿eh? -preguntó I vedora en su ing- enuo fervor, pidiendo a la mu- en voz baja. chacha, como se lo había pedido a él, que la- -No te quedará otro remedio si se olvida de ti I acompañara a rezar. el tío Gerardo o si hace mal tiempo. I ¡Rezar! Ni una sola vez, durante aquella veEchó a correr la niña hacia el balcón y, después I lada, había elevado Gerardo su corazón a lo alto, de asomarse, regresó muv- satisfecha. I en busca de resignación y de consuelo. -El cielo está todo azul, y el tío Gerardo no I Se recreó en su sufrimiento, olvidándose de se olvida nunca de su Rosita, ¿Me lleva usted al I Aquel que al morir en la cruz quiso redimirnos. jardín, señora? I Pero en aquel instante, destrozado, vencido- I ienes que haljlarmc de tú y llamarme prima I ante los recuerdos de otro tiempo y buscando un Magd: i o Magda. Pero ¿qué es eso? ¿No coges I lazo de unión con ia amada niña, Gerardo inclinó la muñeca? i la frente y murmuro en un sollozo I- ¡Dios mío! (C 0 T 1 N U K KX KL Nü. MKHO l H O X J M o)

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