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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-01-1923 página 49
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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-01-1923 página 49

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
  • Página49
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La señora del Beal se tomó tiempo para reflexionar. El problema era muy delicado. ¿Podía ella, sin motivo, hasta sin pretexto, comunicar a la señorita de Illoy y a su tío una resolución que necesitaba ser explicada? Suponiendo (cosa inverisímil) que Simona no formulase ninguna objeción, que las dejara marchar fríamente, separarse de ella después de diez meses de vida común, por lo menos habría que encontrar un motivo razonable, una excusa válida para comunicárselo al nabab. i Cómo decir a aquel anciano, a aquel hombre correctísimo que les había abierto los brazos y el corazón: Nos pesa la hospitalidad que usted nos concede; no podemos soportar los beneficios con que nos favorece; no le extrañe a usted que nos libremos de la obligación de ser agradecidas y que nos neguemos a disfrutar de su benevolencia de usted en lo sucesivo En la imposibilidad de decir la verdadera causa de su marcha, tenían que resolverse a representar el odioso papel de mujeres desagradecidas, que ponían su orgullo por encima de sus afectos. Nunca se vio sometida la señora del Beal a prueba más dura. De todas maneras, cualquiera que fuese la solución del problema, la inocente Germana tenía que sufrir la injusticia de las apariencias, considerándose feliz si el motivo a que achacaran su determinación no pesaba sobre ella con el reproche de bajas intrigas o de envilecedor despecho. Estas reflexiones se clavaban Como agudos puñales en el corazón de la viuda. En las almas rectas, el imperativo de la virtud no reconoce obstáculos. Si tropieza con el orgullo, le domina; si con el sentimiento, le destruye. Germana experimentaba las mismas perplejidades. Su madre rompió el penoso silencio. -No podemos vacilar- -dijo- No se lucha contra la necesidad. Y echó a andar. Germana no la detuvo; pero en cuanto vio que se cerraba la puerta, después de salir su madre, desfalleció. Perdidos los ánimos, temblorosa y tapándose la cara con las manos, esperó el regreso de la señora del Beal. No lloraba. Lo que le sucedía era raro, nunca lo había sentido. Oprimía su pecho un peso enorme, sus sienes latían, le zumbaban los oídos y su corazón tenía tremendos sobresaltos dentro del pecho. Con todo ello se complicaban perturbaciones visuales y una especie de delirio tranquilo que no la hacía perder la noción del tiempo. Desde su sitio veía cómo avanzaba la manecilla por la esfera de esmalte blanco del reloj. A veces le parecía que estaba animada de una velocidad enorme, y a veces que se arrastraba pausadísimamente entre los números romanos de las horas. ¿Qué pasaría? Por qué tardaba tanto su madre? ¿Qué discusión penosa la detenía? Germana estaba febril. No separaba la mirada del reloj. Pero, al mismo tiempo, veía claras o confusas algunas figuras. Veía a Simona acogiendo a su madre Con la distinción con aue Ib hacía todo; la veía escuchando las confidencias de la señora del Beal, primero con extrañeza y después con estupor; luego la veía palidecer y levantarse con la actitud desmayada y la mirada perdida, que revelaban siemore las emociones agudas de aquella muchacha. Y Germana pensaba: -i Con tal de que no se equivoque acerca de mis sentimientos! ¡Oh! ¡Si al separarme de ella acabase de destruir su existencia... Entonces la asediaban visiones siniestras, intensos terrores; veía a Simona, pálida, cayendo sobre su silla; la veía luego en su lecíio espantosamente lívida y temblando de fiebre durante ocho días. Su enloquecida imaginación iba aún más allá en el camino de las adivinaciones siniestras. Simona estaba echada, inmóvil, y Germana, que no había visto nunca morir a nadie, comprendía que aquello era la muerte. La rigidez creciente, las pupilas dilatadas y fijas, la boca con los dientes apretados, eran síntomas de la lucha suprema. Simona había muerto, y era ella, Germana, la que la había matado. Cada vez era mayor su alucinación. Tenía los ojos secos, como abrasados con un hierro candente. De pronto, la ilusión fué tan intensa, que Germana extendió los brazos hacia adelante y luego juntó las manos en un gesto de súplica desesperada. Cayó de rodillas invocando a un ser invisible. -i Simona! -suplicaba, como ya lo había hecho a la cabecera de la enferma- ¡Perdóname! Despierta! El martirio era demasiado grande. Había durado con exceso. Bruscamente acaljó la percepción del mundo externo. Germana sintió que todo se confundía en su mirada. Que la rodeaba y penetraba en ella una densa obscuridad. Quiso gritar, librarse de la mano de hierro que la inclinaba progresivamente, que la sumía en las tinieblas de la inconsciencia. Esfuerzo inútil. La venció el vértigo. Brotó un suspiro de su pecho y se derrumbó, grácil hasta en su caída, sobre la blanda alfombra de la habitación. i Cuánto tiempo duró su desmayo? No lo supo hasta después, cuando, recuperados los sentidos, volvió a la luz de la realidad. La despertaron unas caricias. Una voz de dulzura celestial le decía: -i Germana! ¡Germana mía! Soy yo quien te llama, Simona. -i Simona! -murmuró la muchacha entre las liltimas brumas de su desmayo- ¿Por qué es Simona quien me llama? ¿He muerto yo también cuando murió ella? La señorita de Illoy, al mismo tiempo que humedecía con agua fresca las sienes de Germana, la confortaba con palabras cariñosas. -No, prima; no te has muerto. Estás viva y junto a mí, que te quiero mucho y deseo verte dichosa. Por fin. al cabo de una hora de solícitos Cuidados, Germana recobró sus fuerzas y su lucidez. Comprendía que durante su desmavo había debido realizarse el terrible drama. Y la agitó un estremecimiento al ver a su madre que, muy pálida también, ayudaba a su prima a cuidarla. -i Dios mío I Qué me ha pasado? La sobrina del nabab se sonrió. -Nada. Que te has mareado un poco. Pero ahora ya estás bien. Levántate, y vamos a dar un paseo. Desde la ventana he visto que las rosas de la Corniche están abiertas. Vamos a coger unas cuantas. Dijo esto con una animación cariñosa tal, que conmovió a Germana. (CONTINU. RA EN EL NUMERO PROXIMo)

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