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BLANCO Y NEGRO MADRID 02-10-1910 página 7
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BLANCO Y NEGRO MADRID 02-10-1910 página 7

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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FOLLETÍN D E BLANCO Y NEGRO LOS BANDIDOS DE LA HOGUERA NOVELA POR ELIAS BERTHET 25. CONTINUACIÓN -Daniel, Daniel, ¿no os avergonzáis? Pero Ladrange, fuese prevención desfavorable, fuese realidad, notaba en la franqueza del visitante cierto no sé qué de falso y afectado que daba pábulo á sus sospechas. Francisco, advirtiendo que el estilo jocoso no obtenía un éxito completo para con su intratable primo, juzgó oportuno tocar la cuerda s e n t i mental. -Por otra parte- -añadió con acento dolori. do, -no se debe ser muy exigente conmigo; no he sido criado entre rosas, creedlo. Durante mi niñez, aunque me decían muchas veces que tenía una familia rica, no, estuve mejor tratado que el hijo del último campesino; en invierno iba á la escuela del cura sin medias y con zuecos; muchas veces se reducía mi alimento á pan y agua, y el cierzo penetraba libremente por los jirones de mis vestidos... Pero no me quejo; si mi padre me dejaba en aquel estado de privación, motivos tendría, sin duda, para ello, y aun admitiendo que hiibiese cometido alguna falta con respecto á mí, harto cruelmente ha sido castigado. Y volvió un poco la cabeza para ocultar una emoción demasiado verdadera, aunque de un carácter extraño. María no pudo menos de conmoverse, y dijo á Daniel: -Esos buenos sentimientos revelan un excelente corazón; ¿no es cierto, primo mío? Pero Ladrange, más experimentado que ella en el conocimiento de las cosas y de los hombres, no participaba de aquella admiración, y contestó: -Excelentes, en efecto; pronto sabremos si el señor Gauthier los pone en práctica. Francisco se levantó de repente. ¡VÍAre Dios, primo Daniel! -exclamó. ¿Estáis seguro de que no os haya probado ya mis simpatías hacia vos y nuestras queridas parientas con algo más que con palabras? Miradme bien... ¿No os acordáis de haberme visto alguna vez? Y se colocó erguido delante de Daniel, que le miraba con sorpresa. -j Muy bien 1 No me reconocéis- -prosiguió con cierta ironía. ¡Verdad es que era yo entonces tan poca cosa... Y además, no teníais las ideas muy despejadas en aquella ocasión. Pero nuestra encantadora prima, ¿no ha conservado tampoco ningún recuerdo de mí? María, después de haberle examinado á su vez, movió la cabeza negativamente. -Preciso es que este traje de petimetre me desfigure mucho- -prosiguió Francisco, -y en este caso, tal vez hago mal en evocar recuerdos penosos para todos; pero como más pronto ó más tarde me hubieseis reconocido... ¡Esperad, esperad! -exclamó Daniel asaltado de una súbita idea. -Vos sois aquel buhonero que vimos en la granja del Breuil la noche del asesinato, y sobre quien recayeron por un momento sospechas de haber tomado parte en el crimen. El Guapo Francisco, pues él era quien se había presentado bajo aquel traje de increíble en casa de las señoras de Mereville, levantó los ojos al cielo con expresión hipócrita. -Ahora veis cuan absurda era aquella acusación- -respondió; -en los primeros momentos se debía naturalmente sospechar de cuantos se en- contraban allí; pero después de mis declaraciones, elcabo Vasseur me dejó libre, y vos mismo tuvisteis bastante confianza en mí para encargarme de una comisión que me interesaba de cerca. -Es verdad; pero, entonces, ¿por qué no os disteis á conocer en el acto? ¡Diantre! -replicó Francisco con una astuta sonrisa; -estábamos en una época en que nadie quería ponerse en evidencia sin motivo muy fundado, y vos nada me habíais dicho de nuestro parentesco ni de las ventajas que podía reportarme. Pasado ya algún tiempo, fué cuando me decidí á tomar informes, y entonces he sabido que yo era hijo y heredero de vuestro tío Ladrange. Sin embargo, no bastaba mi convencimiento personal, y para ser reconocido en calidad de tal, necesitaba pruebas legales, tenía que recoger declaraciones, emprender viajes, y todos estos pasos ofrecían muchas dificultades y lentitudes. Por último, me fui á ver al notario, y heme aquí. -Nada más sencillo ni más claro- -dijo la marquesa, fiel á su optimismo. -A vos os parece así, señora- -objetó Daniel con alguna sequedad; -pero á mi juicio, la relación del señor Gauthier contiene todavía muchos puntos obscuros que exigirán nuevas expl i c a dones. Francisco se echó hacia atrás en la silla, riendo. -i Palabra de honor, primo! -exclamó; -bien se ve que sois abogado; ninguna razón os satisface y tenéis gusto en discutir. -Ya no soy abogado- -contestó con impaciencia Daniel; -de algunas horas á esta parte soy magistrado y presidente del Jurado de Chartres, no lo olvidéis. Sin duda alguna, al hacer esta revelación no había tenido Daniel el pensamiento de intimidar á Francisco; pero éste, al conocer la nueva dignidad de su interlocutor, no pudo reprimir un estremecimiento imperceptible. Su frente se obscureció y su mirada inquieta giró furtivamente en derredor suyo, como buscando una salida; pero aquella impresión fué momentánea, y aun antes de que pudiera ser notada, la enérgica voluntad de aquel hombre había recobrado su imperio sobre sus nervios de acero. Se sonrió de nuevo y dijo con aplomo: -Muy bien, señor Ladrange; con eso podréis descubrir á los infames forajidos, que tantos males nos han causado, y si lo conseguís, os querré todavía más... Sí, no alcéis los hombros... os quiero desde hace mucho tiempo, y ya que á ello me obligáis, voy á daros pruebas. ¿No habéis nunca sospechado quién os facilitó la fuga en la barca í

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