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BLANCO Y NEGRO MADRID 19-03-1910 página 6
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BLANCO Y NEGRO MADRID 19-03-1910 página 6

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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los días. Mañana he de madrugar y cuando bebo pof la iicchc se me pone el cuerpo muy pesado. -Juanillo dice bien- -añadió Martina, mientras alzaba en el arca el sobrante de la cena. -Lo poco agrada, lo mucho causa tedio. Si por mí fuera, no se plantaría una cepa. -Ya lo sabemos, mujer, ya lo sabemos- -repuso el viejo dirigiéndose á su nuera. -Pero las cosas de la vida no se baeen á jí usto de uno solo. Por eso es mundo. Además, el vino da sangre. El que trabaja, ha menester beberlo. -El vino da sangre ó la quita. Y si eso fuera vino, menos mal; jjero hoy en día no es vino lo que beben estos desgraciados. Es un rejalgar que los vuelve locos. Mal fin tenga el vino. Yo de mi parte, estoy muy satisfecha de que á mi Juan no l haiga dao el naipe por el vinazo. -Ya me dio... Ya me dio... -repuso el mozo. -Y gracias que lo cuento. Desde entonces, cruz y raya. -Sí que tuvo muy mal arate el caso; y sí no es l) or el amo, á éstas sabe Dios donde estaríamos todos. Pero una cosa es beber y otra cosa es abusar. ¿Le echaste el pienso á la Luceraí- -Sí, padre; la bestia ha comido ya. Oye, tú, Martina, has preparado la cesta para el ama? -Todo está arreglao. Van seis docenas de huevos ue el rey no los come más gordos ni más frescos. El cabrito lo tienes ya en la cuadra apiolado. Los dos capones, tú los recogerás del gallinero antes de marcharte. -Entonces voy á acostarme, que estoy muerto de sueño. -Espera, hijo, que ya dormirás. Mira, Martina, echa otro gozo en la lumbre; y tú. Juanillo, le dirás al amo, al entregarle el dinero de la renta, que no le llevas más que esos dos mil reales or UC el año no ha sido bueno. Si Dios quiere, le llevarás el completo en la entrega de San Juan. ¿Y por qué no se lleva todo ahora? -Ño es conveniente. -Padre, yo no comprendo á usté. -Si pagas puntual, creerán que esta hacienda es una mina y ya verás tú: acabarán por subirnos la renta. Déjame á mí, que yo me entiendo. Le dirás al amo también que se nos ha muerto la Pardilla... -Pero si esa yegua se ha muerto de vieja... -Tu padre dice bien- -añadió Martina. -Los amos no quieren más que cobrar y más cobrar; que llueva ó ue ventee, los trabajos nosotros los i) asamos. líllos bien tranquilos que viven en el pueblo, cuando no se van á Madrid á gastarse un dineral, mientras que acá nos aperreamos trabajando para ellos... Si por mí fuera... -Si por ti fuera- -dijo el marido- -no tendríamos uien nos fiara una sed de agua, y en vez de estar aquí hechos los amos, estaríamos echando peonas donde Dios quisiera darlas. No hay que apretar la cuerda ni hay que ser ansiosos... El que todo lo quiere. -i Claro! Para ti todo está bien, y en tocándote al respetive de los amos, no parece más sino que quieres ponerlos en un fanal. -Yo quiero lo que quiero, y lo que quiero es justo. Lo que se trata se debe cumplir; que no están las cosas para echar roncas. Hay muchos desgraciados que se darían con un canto en los pechos por tener donde ganarlo como lo ganadlos nosotros, aunque tengamos que echar las asaúras por la boca. Y déjate de m- onsergas que ya estoy cansado de oírte siempre la misma tona... -Vamos, vamos- -añadió el viejo con tono conciliador, -vm matrimonio bien avenío no debe reñir nunca... -Pero SI no reñmios, padre; es ésta... -No riñáis, hijos. Escucha tú j anillo. En el asea el bcíso con los dos mil rc. 7.I Llr vatis además tres duros para el costo. Te traes sci. pesetas de picadura y dos librillos. El resto ya ¡o tiene preparado tu n ujer. -A! ser del alba mn diré... -Como las i iadrugadas son tan frías, no me levantaré temprano; que luego se enreda la tos conmigo y paso el día de perros. Oye, en el bolso llevas un papel con los encargos apuntaos v cuida de que no se olvide nada. -Descuide usté, padre, que todo se hará en su punto. -Y ahora, el último trago y á la cama; que no hay recreo mejor... Iba el viejo á beber y se quedó suspenso con el jarro levantado. Pernales, que dormía junto al fuego, latió de pronto, y plantándose de un salto en la puerta de la cocina comenzó á husmear dando evidentes señales de inquietud. Luego empezó á gruñir, avisando que alguien rondaba el caserío. El padre y el hijo se contemplaron en silencio. Martina, sin decir una palabra, reforzó rápidamente la puerta con una tranca. El perro volvió á gruñir. Así transcurrió una pausa has a que lentamente y de puntillas, Juan llegóse al rincón de la cocina y empuñando nervioso un retaco cercioróse de que estaba cargado hasta la boca. El viejo se irguió con energía imponiendo orden y silencio con el gesto. Luego hizo un chasquido con los dedos, siseando levemente al can. Pernales se acercó á su amo colean do y con el lomo erizado. Martina dio un sop o al candil y, armándose valerosa con un cuchillo de monte, se colocó al lado de su marido. I, a cocina quedó alumbrad solamente por el débil reflejo de los leños que se consumían en el hogar. Así transcurrió otra pausa mientras ue los tres escuchaban con atención. Sus oídos expertos se dieron cuenta de que al exterior alguien hollaba la nieve casi he ada que cavcra, implacable, durante todo el día... Era en la provincia de Jaén, en las estribaciones de la sierra de Cazorla y al sitio lindante de donde nace el Guadalquivir, donde Juan M, ac ueda, el Honrao por mal nombre, llevaba en arriendo una finca de huerta y olivar de la que á fuerza de puños y trabajo sacaba la renta para e! amo y un pasable vivir para él, su padre y la mujer. Esta finca mantenía también unos cuantos animales domésticos v de labor. El pueblo más cercano distaba del caserío tres leguas de sierra. Una sierra de suelo fectmdo á condición de que se le trabaje constante y rudamente; pero tan despoblada, agreste y solitaria, que sólo la miseria del hombre ó el incomprensible amor al tcrrimo explican cómo podían vivir all; criaturas de Dios, donde sólo las alimañas y fieras de los campos hallaran holgada defensa y fácil acomodo. Por aquellos andurriales no había ni rastro de civiles. Para qué? No era camino para ir á parte alguna y el que se arriesgara á internarse en aquellas quiebras inhospitalarias y peligrosas, habría de hacerlo á su sola cuenta y riesgo. Los cazadores, que todo lo invaden en su codicia por matar, rara vez escalaban aquellas alturas, y así se pasaban días y más días, semanas y hasta meses sin ue alma viviente, como no fuese la de algún pastor, pareciera por aquellos vericuetos. Subiendo las estribaciones de la sierra y i los repliegues y faldas de los montes se hallaban otros caseríos como el que llevara Juan en arriendo pero todos ellos estaban tan distantes entre si y era tan penoso el acceso de unos á otros, que pocas veces se comunicaban los moradores del contorno. Esta soledad, este alejamiento de los poblados, esto vida tlena naturaleza, vigoriza el espíritu y

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