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BLANCO Y NEGRO MADRID 02-01-1909 página 8
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BLANCO Y NEGRO MADRID 02-01-1909 página 8

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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CAMPANARIO. -No podrás; mira, ¿ves esa gradería para nosotros inaccesible? Pues estará llena de cobardes que gritarán como enloquecidos animando á tus verdugos. PERDIGÓN. (Cada vez más furioso. ¡Callal CAMFAXARIO. -Y una lúgubre música, que sonará para ti como un mugido de dolor, anunciará tumuerte. PERDIGÓN. ¡Calla te digo, buey de los demonios! (Campanario baja la cabeza avergonzado. Eslo de buey es grave ofensa hasta para los mismos bueyes, por aqitello de que la verdad es Siempre amarga) ¡Morir! pAcaso no hay 2 ar d) bacía temblar á toros y á hombres; las vacas mugían por mí, y los erales me miraban como á un ídolo. Una tarde me separaron de la piara, y entre varios hermanos que llevaban cencerros como el que ahora es baldón de mi cuello, me transportaron al lugar de la muerte. (Suspirando dolorosajnente) ¡Ay de mí! Yo no sabía entonces lo que estos cencerros significaban... P E, w: iQÍ s. (Compadecie ndole y sin ánimos de ofenderle. ¡Pobre bestia! CAMPANARIO. -Un viejo cabestro que me debía favores me iiaformó de cuanto había de sucederme. más que morir? ¡Como si yo no supiera matar para deíender mi vida! CAMPANARIO. Mraízdb á con láslimaj ¡Juventud! ¡Juventud... PERDIGÓN. ¿Quién podrá vencerme? CAMPANARIO. -Los que se aprovechan para ese fin de la misma bravura que te ciega. No, no lo dudes, Perdigón; morirás mañana como murieron tantos otros, como hubiera muerto yo si aquella deliciosa estratagema no me hubiera salvado la vida. PERDIGÓN. ¿Tú? A ver. ¿Qué hiciste? ¿Quieres contármelo? CAMPANARIO. -Sí; eres nieto de Petenera, aquella vaca que fué el amor de mi vida, y deseb tu bien. ¡Qué hermosa era... (Enardecido por sus recuerdos de toro, leva? iia el hocico y resopla; al movimiento, stiena su cencerro de buey, y un frío ele muerte le hace volver á la tristísima realidad. Tras una bj- eve pausa) Escucha: yo he tenido tu edad y tus bríos y tu fuerza. El nombre de Campa- me contó lo que yo acabo de contarte, y yo, que r o quería morir, porque deseaba volver al prado verde donde pastaba el amor de mis amores, adopté una resolución. PERDIGÓN. ¡iVIatar! CAMPANARIO. -No; eso hubiera sido mi ruina. I,o s hombres pueden más que nosotros. PERDIGÓN. -Entonces... CAMPANARIO. -Verás: Cuando abrieron la puerta de mí encierro, y un torrente de luz trocó en día la noche interminable de aquel chiquero lóbrego, salí al redondel paso á paso, y me detuve en su centro. Ivos hombres de trajes de oro me llamaron, ofreciéndome sus cuerpos; pero yo, dominando mis ímpetus, permanecí como clavado en la arena. Uno de ellos, no te exagero, tanto se acercó á mí, que hubiera podido engancharle con sólo adelantar la cabeza; pero me acordé de los consejos del cabestro amigo y le volví el rabo.

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