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BLANCO Y NEGRO MADRID 29-08-1908 página 20
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BLANCO Y NEGRO MADRID 29-08-1908 página 20

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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f ÍW í; PALIMPSESTO iiCNTo veintinueve años habían pasado después de que Valeriano y Decio, crueles emperadores, mostra r p n l a bárbara furia de sus persecuciones sacrificando á los hijos de Cristo; y sucedió que un día de claro azul, cerca dé un arroj o, en la Tebaida, se encontraron frente á frente un sátiro y un centauro. (L, a existencia de estos dos seres está comprobada con testimonio de santos y sabios. Ambos iban sedientos bajo el calor del cielo, y apagaron su sed: el centauro, cogiendo el agua en el hueco de la mano; el sátiro, inclinándose sobre la linfa hasta sorberla. Después hablaron: de esta manera: -No ha mucho- -dijo el primero, -viniendo por el lado del Norte, he visto á un ser divino, quizá Júpiter mismOj bajo el disfraz de un bello anciano. Sus ojos eran penetrantes y poderosos, su gran barba blanca le caía a l a cintura; caminaba despaciosamente, apoyado en un tosco bordón. Al verme, se dirigió hacia mí, hizo un signo extraño con la diestra; sentíle tan grande como si pudiese enviar á voluntad el rayo del Olimpo. No de otro modo quedé q u e s i tuviese ante la mirada mía al padre de los dioses. Hablóme en una lengua extraña, qué, no obstante, comprendí. Buscaba una senda por mí ignorada, pero que sin saber cómo pude indicarle, obedeciendo á raro y desconocido poder. Tal miedo sentí, que antes de que el numen siguiese su camino, corrí locamente por la vasta llanura, vientre á tierra y cabellera al aire. ¡Ah! -exclamóel s á t i r o T ú ignoras acaso que una aurora nueva abre ya las puertas del Oriente, y que los dioses todos han caído delante de otro Dios más fuerte y más grande? El anciano que tú has visto no era Jiipiter, no es ningún ser olímpico. Es un enviado del Dios nuevo. Esta mañana, al salir el sol, estábamos en el monte cercano todos los que aún quedamos del antes inmenso ejército caprípede. Hemos clamado á los cuatro vientos llamandc á Pan, y apenas el eco ha respondido á nuestra voz. Nr. estras zamponas no suenan ya como en los pasados días; á través de las hojas y ramajes no hemos visto una sola ninfa de rosa y mármol vivos como la? que eran antes nuestro encanto. Ea muerte nos

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