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BLANCO Y NEGRO MADRID 12-11-1904 página 4
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BLANCO Y NEGRO MADRID 12-11-1904 página 4

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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noble sosoecha comenzó á morderme el corazón en mis horas de ciega violencia. Aquella criatura d e tan buen sentido, junto á la cual hubiera debido estar do rodillas, llegó á parecerme, en un minuto de insensatez, una mujer fría, egoísta, calculadora; una mujer que sólo por codicia soportaba de mal grado los arranques de mi cariño impetuoso... acaso pensando ya en la traición... Un terrible día- -no te extrañe que tiemble al recordarlo, -un día en que me pareció que ella contestaba con más frialdad que nunca á la efusión de mi cariño, la ira me cegó, la locura se apoderó de mí, y no sólo me porté como un loco... fui además un nial caballero. La cobarde, la ruin sospecha se asomó á mis labios, y entre aquellos miserables insultos en que la vileza de mi pensamiento ni siquiera vaciló en mancillar su honra insinuando mis dudas del mañana entre todas aquellas infamias que le arrojaba al rostro, sonaron brutalmente las palabras cálculo dinero mi dinero ¡Óh qué infamia, qué infamia! Vi que palidecía como si hubiera recibido una puñalada en el corazón. Me miró un instaute con los ojos muy abiertos, asombrados, como si se asomara á sus pupilas todo el estupor de su alma. No ca 3- ó al suelo, por un supremo impulso de dignidad. Vio que iba á recogerla en mis brazos, y huyó de mi tapándose el rostro con las manos, blancas como í (los lirios... Salí de su casa atarazado por la v e r g ü e n z a Yo también creí morir. I Mi amig o se pasó la mano por la frente. La tenía empapada en yerto sudor. Hizo una larga pausa. Luego, con una voz Cine no parecía la misma, con- t i- fc voz extraña- -íu, 3 E y. 2; íp 5, y apagada, como si f u e r a ya un m u e r t o el cj ue continuaba el relato. Luna prosiguió: En aquella hora terrible acabó mi vida. Lo que siguió d e s p i r e s ¿es vida acaso? Apenas había pronunciado aquellas palabras, sentí todo el peso de mi oprobio. Fué más rápido en mí este sentimiento que el dolor y el asombro de aquella noble mujer á quien insultaba y calumniaba. Hubiera dado cisu vidas porque aquella palabras no hubieran salido de mis labios. ¡Ah, Dios mío, si hubiese podido recogerlas! Ainaba más que nunca á la mujer á quien había ofendido, y quise redimir aquel in, stante de locura. Mi castigo no sería tan cruel si ella me hubiese cerrado su puerta y su corazón. Pero no, no; ¡volví á verla! ¡volví á hablarla! Ella me amaba también, y quiso como yo salvar obstinadamente su felicidad. ¡Qué días m á s horribles! Estábamos como antes, frente á frente, muy cerca uno de otro. Mis lágrimas, las más sinceras que he vertido en mi vida, le habían arrancado un generoso perdón. Ella, tan apacible, t a n a luchó ardorosamente para que nos salváramos los dos. Olvidemos- -me dijo: -olvidemos ese mal sueño. ¡Ah! ¡Imposible! ¡No pudo ser! No era un mal sueño, eran unas cuantas palabras irreparables. Y ese algo tan sutil; tan inmaterial, formado del aliento, triunfó de nosotros, triunfó de nuestro amor. Las palabras nos separaban, se. interponían entre nuestras almas. Era el abismo inmenso, infranqueable que nunca podríamos salvar. Lo adivinábamos sin decírnoslo. Un sentimiento de justicia me gritaba á mí que ya jamás, jamás sería digno de aquella mujer. Una voz interior debía gritarle á ella que el amor había sobrevivido á mis palabias pero que la estimación había muerto. Fuimos vencidos, comprendimos los dos que nuestra vida iba á ser un tormento continuado, y retrocedimos con espanto. Sin una lágrima, sin un reproche, nuestras ainia, s, ya eternamente separadas, se dieron el postrer adiós. Así- -concluyó mi amigo- -perdí mi felicidad y malogré mi vida. Entonces me invadió el corazón un rencor profundo y un miedo insuperable: el rencor y el miedo á la palabra humana. Por odio á ella m. e refugié en el silencio. Y en el silencio de una vida llena por el remordimiento y el tedio, voy es perando indiferente á todo, ajeno á todo, la única felicidad posible para mí... Las sombras del crepúsculo habían descendido silenciosas. Luna las acarició con la mirada como á fieles amigas y exclamó completando su pensamiento: ¡E; 1 dulce, el supremo silencio de la muerte! Nos separamos. No le he vuelto á ver más. D I B U J O S DE WEXDEZ r. RlNG. i LUIS LÓPEZ BALLESTEROS

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