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BLANCO Y NEGRO MADRID 15-11-1902 página 11
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BLANCO Y NEGRO MADRID 15-11-1902 página 11

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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Ella fresca, rozagante, los labios húmedos por la respiración un poco fatigosa, la color encendida, los ojos más brilladores qué nunca Empezaron á moverse; él serio y huraño, que aún le duraba el picor de los arañazos del pórtico; ella risueña. Mirábanlos en el corro, porque realmente formaban gallardísima pareja. Sidoro, celoso ó impaciente, hubiera dado cualquier cosa porque la jotica aquella terminase pronto. Pero la aprovechó bien Juan. Se había jurado salir de dudas aquella misma tarde, y respondiendo á su plan, no quiso bailar con Rosa hasta que el crepúsculo se fuese echando con penumbras inciertas. Y allí, frente á Kosa, sin perder el rítmico moverse, pareeiéndole más hermosa que nunca, balbuciente, trémulo, con palabras cortadas por los pasos del baile, por las figuras que no había más remedio que marcar, porque era preciso que nadie se fijase en el incidente, Juan la espetó todo lo que tenía que decirla, lo que saliéndole del corazón llegábale hasta la boca fluido, espontáneo, dejando dulzuras de miel por donde pasaba. Ella le escuchó complacida, satisfecha; conocíase que era también partícipe del grato saboreo y que las frases del mozo sabíanle á gloria. Tanto, que medio se equivocó en la danza, y bajando los brazos, á punto estuvo de interrumpir, al pararse, la rueda de los bailadores. Y reponiéndose en seguida, acariciadora con el habla, le dijo á Juan que le esperaba hacía tiempo, que le daba celos con Sidoro para que se resolviese á hacer lo que entonces hacía El loco de contento, ella alentándole en el decir de aquellas palabricas que eran de claras como la luz del cielo y como ella cariñosas, seguían moviéndose cuando la jota hubo acabado. No sabían de ella sino que la bailaron como autómatas, y que, en medio de la gente, habíanse subido, sólo los dos, á regiones más luminosas y espléndidas. Tocaban al Ángelus, y se deshizo el baile. Colasillo dejó de golpear el parche de su tambor, de nadie envidioso; tío Colín, antes de guardar la dulzaina, quitóla la embocadura y la sacudió dos ó tres veces en el aire para que echase la saliva por el incesante tocar depositada en el instrumento. La alegría de la tarde tuvo una explosión final en los gritos de los jóvenes despidiendo al domingo. Eosa, en un revoltijo del concurso, rogó á Juan, pa evitar el qué dirían, que no la diese la alborada aquella noche. Insistió él, acordándose de la promesa á la salida de vísperas; suplicó ella, y al fin Juan, con un por tu cariño, prometióla no pararse en su reja con la parranda de mozos. -Si tú qu, iés- a, dijo al despedirse, -ni voy con ellos. Pero éjame que en la tu reja ronde, y sal un poquico á ella a que vea el sol de la noche Me marcharé i) a antes de que las rondas rt corran la villa. V Se tendió serena y magnífica la noche de San Juan, la de la juventud, la del amor. Como espuma de luz bogaban en el cielo tarquí tenues nubéculas; los astros brillantPSj titiladoras las estrellas, abrían, corno para sumergirse en la hermosura de la noche, su áureo disco. Aquí y allá, en mirladas de puntos de luz, temblaban unos con pestañeo continuo, otros dormíanse refulgiendo en la calma silenciosa y solemne. Desde que el sol muriente traspuso las sierras de Villaumbroea, despidiendo villa con el rebullicio de la jota bailada con ansia frenética, oyéronse en la lejí meros gritos saludando á la noche que se echaba desde los altos montes. Después lucieron las hogueras; unas lejos, como motas de luz; más cerca (moverse de las llamas danzando, rojas y ardientes. Por todas partes alzábase sus lenguas voraces humeantes, que á lo alto subían como estrofas de un himn la Naturaleza dedicado. Y á una con las fogatas de San Juan, vibraban en el espacio ecos de canelo sonar de miisicas, quejas de copla enamorada, serenatas amantes, ruido de I perdiéndose como esfumado en la distancia, parloteo de guitarras cantando en 1 melancólico, acariciador como suspiros ó grave y triste cual sollozos Cuanto más las horas avanzaban, mayores eran las muestras de regocijo, nr estremecimiento de placer de la noche más corta del año, de la más plácida, po i en que se baña, y vive Los campos dábanla sus aromas suaves; olía á heno embriagándose en rocío entre el cristal de las aguas nacen; á rosas purpúreas y blancas recogiendo su pompa de color al beso de la luna; á la esencia de mil flores que en amoroso secreteo dan su perfume al aire... En Villaumbrosa ardía también la fogata de San Juan. Ahmentábanla los vecinos con los trastos viejos del camaranchón traídos; con los bardales donde los gorriones pasaron las fíías noches de la invernada; con paja seca; hasta con leños en la sierra cortados para la tradicional hoguera. Bailoteaba con sus espirales de fuego y sus ardientes brasas, despidiendo incesantes bocanadas de humo en la plaza pública. En su torno, en giros locos y en vueltas extrañas, danzaban los mozos, agarrándose en cadena unas veces, sueltos en 3, en vertiginosa vorágine que tomaba tonos fantásticos al resplandor rjso y ensangrentado de la fogata. mo á fuego sagrado había que conservarla hasta que el día naciera con antas de rosa y el alegre claror que el alba pinta. iro no todos se ocuparon en esto; quedóse allí la chiquillería gritando, ando la llama, envolviéndose en ella al saltar y sembrando no pocas s por el suelo el rojo rescoldo que en fulgurante de chispas rodaba y oía. i mocendad, de parranda fué cuando dieron las doce: á recorrer las cale las mozas, á dejar en sus rejas flores y cantos, á despertar con gritos ntóreos á la villa durmiente, á llevarse de los huertos azucenas de nieve nos de guindas y cerezas cargadas de rocío. I yrmáronse las cuadrillas, sonaron las guitarras; los primeros cantares ipieron las sombras de la noche, yendo á confundirse en el espacio uro con el perfume de los campos, los ecos de las fuentes quejándose humo de las hogueras. allá iban los mozos corriendo callejuelas y sendas, y llenándolo todo ntento con su algarabía, con sus ilusiones, tocados de aquella vibrauniversal ó íntima que agitaba á la clásica noche. an estuvo entre ellos; mas después del bailoteo aquel alrededor de la ta, no se le vio ya, eyó alguno que el muchacho esquivaba compromisos y que á dormir I lé, pasando así la sanjuanada en el lecho. I tenía fama de camorrista, no era su carácter levantisco y provocador, die teníalo por capaz de buscar una cuestión sin causas poderosas que iginasen. ro otros, en cambio, habíanlo visto más que alegre en la plaza después is violentas escenas en vísperas y en casa de la Repulga, y á algo de Fuan no salía malparado lo achacaban. ibiendo aquí, que para eso llevaba bien repleta la bota, y cantando allá, la cuadrilla de Sidoro á la callejuela donde vivía Eosa, en una casa da, con balcón volado á la carretera y reja baja, por donde trepata la) naria confundiendo sus hojas con las flores de un rosal enano y con arátulas de mil colores del pensamiento. tte la reja, cuando Sidoro y los suyos doblaron la esquina que formaba laflán de la casa, vieron á Juan, platicando de amores con Eosa, uda. do el odio que por su rival en Sidoro dormía, se le subió en ola de re á la cabeza. ectando calma, queriendo disimular su rabia y tragándose por. entero rtida, se dirigió á sus compañeros; Venir aquí, cay caza mayor; cantemos á la Eosiea, que está mu ocupáa Fuan. éronse todos, y Juan, algo separado de la reja, -Ivos por vuestro eamiles dijo, -y tengamos la fiesta en paz. Si no la quiés echar á perder tú- -replicó otro, -quietica la tendremos; pero una coplica, ó más si se nos pone, no nos has dé quitar tú- -Ya te lo í; e en cd la Repulga- -añadió Sidoro; -mi primer albora pala mi Roaa, ha e ser. Eosa, un poco agitada, pero en el fondo satisfecha de ver aquel festejo en honor suyo, muda, expectante, se mantenía trae de la reja oculta por el ramaje. -Ya t he dicho, Sidoro, que la Eosa es mía; dende esta tarde semas novios. -Mientes, Juan, -gritó furioso el amante despreciado. Y adelantándose colérico fué hasta la reja; se agarró á uno de sus barrotes, y poniendo en su habla todo su amor y la rabia que en el pecho le ardía también, dijo á Eosa, más bien adivinada por él que vista, como un ruego, como un quejido, bajando la voz: -Di tú, Rosa, que le quiés á Juan, y aquí le mato pa que no se goce en tu amor. Juan se puso en guardia, se preparó á la lacha; llevóse instintivamente la mano á la faja. Eosa, resuelta, enérgica, valiente, en un instante asomó su cabeza por entre la celosía de la fronda, haciendo brillar sus ojos como gotas de fuego, y también febril, emocionada, pronunció un tSí le qoiero claro, potente, que fué como rayo de felicidad para Juan. A pie firme, sin temblar, esperó el ataque del contrario, Y aún quiso abalanzarse sobre él pero se interpusieron los amigos de Sidoro, que no querían que la camorra fuese sangrienta. Los separaron; y el brillo fatídico de las navajas se eclipsó un instante eon la luna, medio velada entonces por el cendal de una nubécula blancuzca y ligera. Aquello pareció terminar

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