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BLANCO Y NEGRO MADRID 02-08-1902 página 3
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BLANCO Y NEGRO MADRID 02-08-1902 página 3

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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AÑO X l l MADBID, 2 DK AGOSTO DK 1902 NÚM. 681 JL C A Í l T A T s T A QüBLLOs que consideran á la mujer un ser débil y vinculan en el sexo masculino el valor y las dotes de mando, debieran haber conocido á la célebre Pepona, y saber de ella, no lo que consta en los polvorientos legajos de la escribanía de actuaciones. sino la realidad palpitan tey viva. Manceba, encubridora y espía de ladrones; esperándoles al acecho para avisarles, ó á domicilio para esconderles; ayudándoles y hasta acompafiándoles, se ha visto á las mujeres; pero la Pepona no ejercía ninguno de estos oficios subalternos; era, reconocidamente, capitana de numerosa y bien organizada gavilla. Jamás conseguí averiguar cuáles fneron los primeros pasos de Pepona: cómo debutó en la carrera hacia la cual sentía genial vocación. Cuando la conocí ya eran teatro de sus proezas las ferias y caminos de dos provincias. No quisiera que os representaseis á Pepona de una manera falsa y romántica, con el terciado calafiés y el trabuco de Carmen, ni siquiera con una navaja escondida entre la camisa y el ajustador de cafia que usaban por entonces las aldeanas de mi tierra. Consta, al contrario, que aquella hembra varonil no gastó en su vida más arma que la vara de aguijón que la servía para picar álos bueyes y al peludo rocín en que cabalgaba. Éranle antipáticos á Pepona los medios violentos, y al derramamiento de sangre le tenía verdadera repugnancia. ¿De qué se trataba? ¿De robar? Poies á hacerlo en grande, pero sin escándalo ni daño. No provenía este sistema de blandura de corazón, sino de cálculo habilísimo para evitar un mal negocio que parase en la horca. La táctica de Pepona era como sigue: Montada en su cuartago iba á la feria, provista de banasta para las adquisiciones, como una honrada casera del conde deBorrajeiros ó del marqués de TJlloa. En la feria aguardábanla ya los de su gavilla, bajo igual disfraz de labriegos pacíficos. Mientras feriaba una rueca, un candil ó una libra de cerro. Pepona observaba atentamente á los tratantes, y sus espías, en la taberna, avizoraban los tratos cerrados por un vaso de lo añejo. Sabedores de á donde se dirigía el que acababa de vender la pareja de bueyes y regresaba con las onzas de oro ocultas en el cinto, se adelantaban á esperarle en sitio favorable y solitario. Los ladrones solían tiznarse ó enmascararse con un paño negro. Pepona no intervenía: asistía emboscada tras un grupo de árboles. Si aparecía era para impedir que maltratasen ó matasen al robado y para dejarle el consuelo, pequeña cantidad que algunos salteadores conceden á los despojados para que beban en el camino. La JMSÍÍWÍÍ era favorable á Pepona, que llevaba cordiales relaciones con oidores, fiscales y procuradores, y con la aristocracia rural. Jamás intentó aquella sagaz diplomática un golpe contra los castillos y pazos; al revés de los bandidos andaluces- ¡profunda diferencia de las razas! -Pepona sólo robaba á los pobres trajinantes, arrieros ó labriegos que llevaban al señor su canon de renta. ¡Ahí Era mejor tener á Pepona amiga que enemiga- -y bien lo sabía la única clase social algo elevada, á la cual profesaba la capitana odio jurado. Verdad que esta clase siempre ha sufrido persecución de ladrones, al menos en Galicia. -Me refiero á los curas. Se les creía, y se les cree aún, partidarios de esconder en el jergón los ahorros, y se pierde la cuenta de las tostaduras de pies y rociones de aceite hirviendo que les han aplicado los bandidos. Sin embargo, en Pepona se advertía algo especial; una saña de explicación difícil, y acerca de cuyo origen se fantaseaban mil historias. Lo cierto es que Pepona, tan clemente, era con los curas encarnizadamente cruel, y acaso ellos fueron los que añadieron á su nombre el alias de la Loba.

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