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BLANCO Y NEGRO MADRID 22-03-1902 página 6
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BLANCO Y NEGRO MADRID 22-03-1902 página 6

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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LA HUELGA DE LOS HERRERQS Ml m í i ísjMA ha sido W j M para el primer actor del teatro de la Comedia, sefior Morano, la última temporada de ese coliseo, pues en ella ha demostrado notables aptitudes para el a r t e que cultiva, obteniendo grandes aplausos, ya en la creación de tipos cómicos, ya encarnando personajes dramáticos. En diversas noches alcanzó ovaciones entusiastas representando FRANCIíiCO MORANO M amigo, hermosa producción de Marco Praga, con tanto acierto arreglada á la escena española por los distiDgaidos hteratos Sres. Bueno y Blasco (D. Ricardo) y declamando el monólogo de Ooppée La huelga de los herreros, traducido en robustos versos al castellano por nuesT j I tro colaborador el inspirado poe ¿í L -ta Sr. Oatarineu. Con mucho gusto ofrecemos á los lectores varias fotografías deí Sr. Morano en diversos instantes de la declamación del monólogo, transcribiendo los galanos y enérgicos versos mediante los cuales expresa loa trágicos sentimientos Ti i que agitan su espíritu. I- La escena, hábilmente dispues -5 ta, contribuía á que el espectador r; se compenetrara con la situación, y el arte del Sr. Morano lograra el apetecido fin de comunicar al au ditorio todas las emociones y to i das las bellezas que Ooppée atesoró en su producción. y O T CIFUENTES Le demosu- é con números cabales que el negocio seria lucrativo aun después de alimentar nuestros jornales. HasCa el griipo llegué. Cuando observaron mi frente baja y mis turbados ojos, de ira encendidos y de llanto rojos, sin duda mi proyecto adivinaron. Yo, sin fijarme en su frialdad severa, me acerqué y les hablé de esta manera: -Oid, amigos míos. Yo he pasado de los sesenta, y tengo á mi cuidado á mis nietos y á aquella pobrecilla que por mi amor envejeció á mi lado. iTodo lo hemos vendido ó empeñado l i No hay ni un cacho de pan en mi guardilla 1 Con irme al hospital, yo me arreglaba, sin eslimar mi suerte dolorosa. Mas si á mí con mo: irme me bastaba... mis nietos, mi mujer... ya es otra cosa I Voy á pedir trabajo; pero quiero que me lo permitáis, pues os he dado mi juramento de seguir parado, y yo ante todo soy buen compañero. Os pido que, movidos de mts penas, me consintáis volver á mis faenas, ííadie al principio contestarme supo, hasta que, dando un paso, uno del grupo- cobarde! -dijo sin mirarme apenas. Tuve frío, la sangre me cegaba, y miré al que la injuria me lanzaba. Era altOj joven, blanco, afeminado. Sus ojos se burlaban de mi estado, y todo el grupo, menos el, callaba. Sentí en el corazón recios vaivenes; entre ambas manos me oprimí las sienes, y exclamé: -Mi mujer, mis pequeñuelos morirán. iPero juro por los cielos que t, ú, que me has lanzado tal afrenta, vas al instante de ella á darme cuenta! Nos batiremos, cual los hombres flnoa. ¿Hora? ¡Ahora mismo 1 ¿Cuál mejor seria? ¿Arma? lEl martillo! La elección es mía. Vosotros, compañeros, sois padrinos. Dos martillos traed; cosa es precisa. Y tú, que has insultado á un pobre anciano, quítate ya la blusa y la camisa y aprieta bien el arma con la mano s: ¡Inútil ruego! ¡Aquéllo fué instantáneo! Sangrienta nube con sus tonos rojos separaba á aquel hombre de mis ojos, I De un golpe nada más le partí el cráneo I Soy asesino y todo me condena. Sí, fué un asesinato, no fué un duelo. Merezco la prisión y la cadena... I Aún le veo á mis pies, alii, en el suelo! No hubo gemidos de dolor ni voces. La cabeza en las manos me escondía, y todos los inmensos, los feroces remordimientos de Caín sentía. Al fin mis compañeros se acercaron, y queriendo cogerme, me tocaron. Les detuve, diciendo de esta suerte: -1 Dejadme á mí! Yo me condeno á muerte! Al entenderme, se quedaron quietos. Yo, alargando la gorra con la mano, de uno en uno pedí. -iPara mis nietos y mi mujer! iL na limosna, hermano! Se reunieron diez francos y con eso ellos tuvieron pan; yo me di preso; y aquí tenéis, loh juecesl relatados los sucesos del modo más preciso, por lo cual puede hacerse caso omiso de lo que van á hablar los abogados. Fueron al hospital mis nietezuelos. Mi vieja compañera... ¡está en los cielos! Y á mí ¿qué me daréis? ¡Poco me importal ¿Cárcel? ¿cadena? iBah! iLa vida es corta! ¿Que me absolvéis? ¡No endulza mis rigoresí ¿Que á la horca me enviáis? ¡Gracias, señores

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