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BLANCO Y NEGRO MADRID 28-07-1900 página 2
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BLANCO Y NEGRO MADRID 28-07-1900 página 2

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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IvJL IvIE KriDIG- JL P e r o cuando un niño muy pequeñito y de voz muy dulce nos persigue diciendo: Una limosnita; tengo hambre; tengo frío; mi m a d r e se ha muerto- -ó se está muriendo no hay corazón que resista, aunque se sepa que la mitad de lo que dice es mentira, y que aquella mujer andrajosa que allá más lejos está sentada en el hueco de u n a p u e r t a es la que le explota. Como el niño es u n inocente y u n a víctima, y como no tiene la culpa de la farsa, es preciso darle algo: por lo menos un perro chico. Si está pálido, flaco y enfermizo, es verdad que tiene h a m b r e y que sufre; y la caridad triunfa. Si está gordito y alegre, y hasta si pide limosna mientras clava sus dientecillos en un pedazo de pan, lo del hambre y la tristeza serán mentira, al menos en aquel momento; pero hace gracia, y por gracia se le da Umosna. E n todos los casos, para pedir no hay como los niños. Limosna que un niño no consigue, no hay quien la consiga. Y luego, la maquinaria productora de limosna puede ensancharse todo lo que se quiera. E n vez de emplear un niño, pueden ponerse en acción dos, tres, u n enjambre. Los más pequeños, trabajando á la vista y bajo la vigilancia de la empiesaria; los mayoreitoa, abandonados á su inspiración, en calles más lejanas; y á éstos se les puede vestir de negro, p a r a que digan que son huérfanos de padre y madre. En suma: que caben dentro del sistema toda clase de combinaciones; y hasta se utilizan, con gran resultado, los niños de pecho. Y no se diga que aument a n d o el n ú m e r o de niños se a u m e n t a n los gastos de producción en esta industria de la caridad, porque el coste no a u m e n t a proporcionalmente á la complicación de las ruedas. E n vestir á los niños no se gasta nada, ni en invierno, ni en verano. Con unos cuantos trapos h a y bastante. El andrajo es la librea del niño pordiosero. Cuanto m á s andrajoso, inspira más lástima. Y si hace mucho frío y se le ven las carnes al pequeñuelo, tanto mejor: es la maquinaria que trabaja á alta presión. Los corazones compasivos sienten frío, aunque los cuerpos vayan En un mismo barrio, pero en calles distintas, ejercían su industria dos pordioseras de esas que explotan á los niños para avivar loa caritativos impulsos de loa t r a n s e ú n t e s Como la maquinaria de las demás industrias ha venido perfeccionándose y complicándose á lin de aumentar la producción, así se ha perfeccionado, con las necesidades de los tiempos y de la ciencia, la maquinaria de los mendigos. Antes era muy sencilla. Cada cual pedía p a r a sí y p o r sí; era la maquinaria simple, la primitiva palanca. El mendigo, ó la mendiga, empleaba los procedimientos naturales. Lloriquear, sup icar, fingir lástimas, acudir á Dios y sus santos, y desarrollar, en suma, toda la retórica del pordiosero. Pero á medida que la civilización ha avanzado y que ha menguado la caridad, ha habido que a u m e n t a r el esfuerzo y redoblar el poder de las palancas. Como la retórica no bastaba, y en miserias que no veían los ojos no creía nadie, fué preciso fingir deformidades, llagas y p o d r e d u m b r e s y hasta en algún caso- -como aquel que nos pinta Gil Blas de Santillana- -el mendigo tuvo que acudir á u n a escopeta: máquina de alta presión, que produce grandes efectos en despoblado, pero que prohibe la policía u r b a n a en el interior de las poblaciones. El sistema m á s eficaz y el de mayores rendimientos, y bien pensado el de mayor comodidad para las faenas de la industria, es el que consiste en el empleo de los niños como grandes agentes productores de caridad. Una mendiga a d q u i e r e un niño, si n o lo tiene propio. A ser preciso, lo compra por poco dinero, porque la materia primera anda b a r a t a y en último resultado, lo saca de la Inclusa ó del Hospicio, se gún el t a m a ñ o de ésta r u e d a importantísima de la maquinaria. Por mucho tiempo, el pro r cedimiento ha sido admira s íV. ble; y aun hoy mismo conserva bastante eficacia. Porque si una mendiga aislada pide limosna, como no sea muy vieja, el transeúnte la rechaza con enojo, diciéndole severamente: A trabajar, que todavía puede usted.

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