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BLANCO Y NEGRO MADRID 02-06-1900 página 12
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BLANCO Y NEGRO MADRID 02-06-1900 página 12

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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EL ECLIPSE POR ABAJO Más de cuatro saltamontes á quienes pilló desabrigados el eclipse, fallecieron de pulmonía, maldiciendo á Flammarion. En el concurridísimo hormiguero que había junto á mí, pude notar que las hormigas no iban ni venían procesionalmente como de costumbre, sino que formaban corrillos y murmuraban en voz baja, á la vez que se mostraban ojerosas. Al constituirse la luna en tapadera del sol, todas las alcachofas de la huerta se enternecieron, cosa que estimará mucho quien llegue á hincarles el diente. F u e r o n muy distintos los e f e c t o s experimentados por las plantas en general. En las de los huertos dominaba la tristeza. En las de los pies el cansancio. Las gallinas de un cercano corral, creyendo que el día terminaba, se retiraron á su dormitorio, después de darnos las buenas noches. Al cubrir la luna el disco del sol, se escaparon muchos gallos. i Aquello parecía un pasaje de ópera barata. Respecto á otros animales, también fueron notables los efectos quejObservé. Varios grillos heurasténicos morían ab intestato. Tras de algunas viajeras vi no pocos palominos atontados. Percebes sueltos había más de cuatro, ennegreciendo vidrios con el humo que llevaban en su propia cabeza. Y por último, merluzas desorientadas tampoco faltaron á la calda de la tarde. En fin, hasta un pedazo de queso de Gruyer y unas bocas de la Isla que llevaba cierto amigo mío dieron señales de vida en el momento del eclipse. El queso abrió sus ojos desmesuradamente pidiends para ellos unos vidrios ahumados, y las bocas to- ¿Se acuerda usted, mi querido director? Estábamos en Alcázar de San Juan, á la entrada de una huerta. Eran las tres horas, cincuenta minutos y catorce segundos y medio. Todo el mundo, sintiendo bullir en las venas sangre astronómica, miraba hacia arriba. Yo no. I Yo desprecié los contactos! Yo renuncié á la corona! Yo miré hacia abajo! Deseoso de prestar un buen servicio de información, observé el efecto producido por el eclipse en las plantas y en los animales de baja estofa. Porque podían ocurrir fenómenos así en la tierra como en el cielo. Alas tres horas cincuenta y dos minutos y poco más de un segundo, el suelo presentó un tinte verde- rojizo, por más que á una señora que lindaba conmigo le pareciera que pasaba dé castaño oscuro, en tanto que su esposo afirmaI que era lila. En algunos p u n t o s observé que se cuarteaba el piso y surgía de sus grietas una espuma negruzca como si debajo estuvieran guisando calarüares. Las lechugas de la huerta fueron afligiéndose poco á poco. A las tres horas, cincuenta y dos minutos y once segundos, ya lloraban todas. Estaba el eclipse tendiendo sus sombras en el suelo. Lo propio hacía la hortelana con dos sábanas y un refajo de su propiedad. Hallábase, por cierto, descalza de pie y pierna, y la observé durante un minuto y nueve segundos. Sus pantorrillas comenzaron á adquirir tintes violáceos, y acabaron por criar musgo. En el instante supremo se rascó la pobre mujer, que no acertaba á explicarse aquel fenómeno. Verdad es que era sorda como una tapia. Al mismo tiempo, siete ratones que había cerca de mí comenzaron á dar vueltas y á reírse á carcajadas. 1 Se habían vuelto locos 1 Yo sabía que la planta llamada sensitiva, puesta debajo de una campana experimentaba ciertos efectos durante el eclipse. Casualmente pasaba por el campo un tío vendiendo campanas y otro vendiendo sensitivas, y les compré un ejemplar de cada cosa. Las coloqué á mis pies, y iflojo fué el susto que me dieron en el instante de la totalidadl La sensitiva dio un berrido, y la campana comenzó á tocar á misa. Mientras esto acontecía, el calor i 1 -s debilitándose por momentos. w ailílaa) El ambiente refrescaba. x. L Yo hubiera heoho lo mismo que el tí -ambiente, pero allí no había con qué. Por cierto que no pude averiguar los grados con exactitud á causa de un descuido, hijo de la precipitación del viaje. Al salir de Madrid, en vez de coger el termómetro cogí la escofina Losada, y después me fué dificilísimo calcular con ella la temperatura. Esta, como antes digo, iba haciéndose bastante fría. das comenzaron á abrirse para vitorear á los astrónomos y á madres. Muchos detalles más observé abajo mientras todo el mundo ponía el ojo en el sol, pero la falta de espacio, en competencia con la del tiempo, me impiden comunicárselos á usted. Sólo le diré, como nota final, que cuando yo guardaba lápiz y cuartillas para descansar, regresaban chasqueadas á sus establos las burras de leche, que, engañadas por el eclipse, se habían echado á la calle antes de tiempo. Eran las cuatro horas, treinta y dos minutos, doce segundos y siete décimas y media de la tarde. JUAN PÉREZ Z Ú Ñ I G A-

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